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Martes, 4 de enero de 2005

CON VALFIERNO, LA NOVELA QUE GANó EL PREMIO PLANETA, MARTíN CAPARRóS FUE MáS ALLá DE LA HISTORIA REAL PARA PLANTEAR INTERROGANTES SOBRE LA RELACIóN ENTRE VIDA Y OBRA, ENTRE LO QUE ES ORIGINAL Y FALSO, ENTRE EL TALENTO Y EL ESFUERZO.

Lo bello y lo falso

Valfierno
Martín Caparrós
Planeta
339 páginas

POR OSVALDO AGUIRRE

“Esta historia –dice el epígrafe de Valfierno– se basa en un hecho real. Como casi todas.” Es decir, el origen no supone un dato importante, no es relevante preguntarse cuánto hay aquí de ficción y de no ficción, ni hasta qué punto el relato modificaría los hechos. La cuestión reaparece más adelante: “La verdad no sirve para nada”, afirma el protagonista, porque la imaginación es más interesante. A primera vista parece que Martín Caparrós se pone en guardia ante eventuales reclamos por la exactitud de su versión. La posibilidad de ese cuestionamiento es sin embargo remota; lo que se ha descubierto, después que la novela obtuviera el Premio Planeta, es que se trata de una historia que ya ha sido contada, algo que podría extenderse prácticamente a lo que se publica. El sentido de la advertencia preliminar se proyecta más bien en otra dirección, hacia la relación entre vida y obra, el valor de lo falso en la creación y lo falso como manifestación de otra verdad, interrogantes que acosan a los personajes en cuestión.
Cualquier lector conoce el tema del libro: el robo de La Gioconda en el Museo del Louvre, en agosto de 1911, por parte de un grupo integrado por un estafador argentino, un pintor francés con un notable talento para copiar a los genios y un carpintero italiano. Caparrós no esconde esa carta sino que deliberadamente la exhibe con ostentación desde el principio. En primer lugar, quiebra la linealidad del relato y propone un montaje de fragmentos donde se cuentan hechos ocurridos en tiempos diferentes: la biografía del protagonista, desde la infancia hasta su conversión en Valfierno; la preparación y ejecución del golpe; la investigación que, años más tarde, emprende un periodista a los efectos de escribir un libro.
Al mismo tiempo desplaza el eje del suceso en sí al personaje que lo concibió. Más que las alternativas de robo, la novela cuenta la vida de un hombre que siempre se hizo pasar por otro, que adoptó personalidades heterogéneas y, propone Caparrós, quiso saber quién era a través de una inspiración genial. Nacido como Gian Maria Bonaglia y criado en Rosario a fines del siglo XIX, su existencia puede resumirse en los nombres que asumió: cada uno de ellos supone una historia diferente, una identidad cuya relación con la anterior y con la siguiente es un enigma. Hijo de una sirvienta, anarquista, presidiario, empleado de una tienda, marinero y finalmente aristócrata, Valfierno parece un caso grave de disociación. Finalmente, como ocurre en las intrigas policiales, los hechos que aparecen en la superficie encubren un desenlace sorpresivo: el robo de la obra de Leonardo no es el fin sino el medio de implementar el verdadero plan. Aunque esa circunstancia sea desconocida para la mayoría de los lectores, Caparrós no insiste demasiado al respecto. En vez del suceso, lo decisivo parece ser aquello que pone de manifiesto, la aventura de alguien que “para hacer de una vida una obra de arte” debió recurrir a la falsificación.
La historia de Valfierno es el resultado de un pacto entre el protagonista y el periodista; un pacto de silencio, ya que el periodista sólo podrá escribir su libro a la muerte del personaje, y a la vez de confesión, en la medida en que Valfierno se compromete a contar todos los hechos. Sin embargo, al margen de las reticencias y los silencios, los acontecimientos importan mucho menos que su sentido y que las ideas y teorías desarrolladas por los personajes para explicar sus actos. Con frecuencia hay un desfasaje notable entre los hechos en sí y la significación que se les adjudica o las conclusiones a las que llega el protagonista. Lo único que vale la pena contar, dice el narrador, se desencadena a partir del momento en que el protagonista conoce en un prostíbulo de Buenos Aires al pintor Yves Chaudron y comienza a soñar con “el robo del siglo”. Pero nada resulta insignificante en la vida de Valfierno; cada etapa, aunque sea esquemática o estereotipada en experiencias (como marinero, por ejemplo, irá a un fumadero de opio), supone un aprendizaje que apunta al acto final, como si se quisiera establecer una continuidad: la propensión a la falsificación sería finalmente la identidad que subyace a las máscaras. “La historia de los hombres –se lee– es la historia de los relatos que inventaron para hacer menos cruel la tontería: para creer que todo tiene algún sentido.” El problema consiste en que esos relatos tengan el mismo sentido.
Caparrós juega ingeniosamente a partir del personaje de Chaudron: el copista supera en arte y esfuerzo al creador del original; hay una tradición de la falsificación que recorre la historia del arte; la copia tiene el estatuto de un original; la subversión de los valores termina dejando todo en su lugar, ya que “la copia es el orden, es la única garantía de que el orden persista”. A veces consigue ser original. Otras reflexiones quedan como pasos en falso: el robo en el Louvre no parece, como se dice, “la obra de un artista”, y lo extraordinario de Valfierno, aquello que diferencia a su discurso de la rutina de un estafador, permanece como una idea, una buena idea que no encuentra confirmación en los hechos.

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