libros

Domingo, 23 de enero de 2005

EL PORTERO, LA SáTIRA MáS DIVERTIDA DE REINALDO ARENAS, ESCRITA EN NUEVA YORK EN LOS AñOS ’80, MEZCLA EL EXILIO CUBANO CON EL MUNDO DE TRUMAN CAPOTE.

Vías de escape

El portero
Reinaldo Arenas
Tusquets
248 páginas

 Por Claudio Zeiger

La idea central de El portero podría haber sido la de un best-seller más o menos ingenioso: retratar la agitada vida de Nueva York a través del microcrosmos de un edificio de Manhattan y sus excéntricos vecinos ricos. Y también podría haber sido el eje de una colección de relatos de Truman Capote, porque a decir verdad estos personajes parecen salidos de una galería muy trumaniana. Y no hay mucha contradicción en que sea la idea central de un libro de Arenas ambientado en los Estados Unidos, donde el cubano da su visión del american way of life. Lo escribió entre 1984 y 1986, ya trasplantado a Nueva York, tras salir de Cuba y después de un breve paso por Miami (“Si Cuba es el infierno, Miami es el purgatorio”, dijo en su momento). Tan lejos del tono dramático de Viaje a La Habana, escrito para la misma época, El portero (puro humor desopilante en la primera parte, emocionante alegato libertario en la segunda) es, sin embargo, uno de los grandes textos de Arenas. El portero, Juan, un muchacho salido de Cuba en balsa, es un desterrado, un joven que se moría de pena, de una pena infinita, extraordinaria, sin origen concreto, aunque se intuye que extraña la tierra a la que paradójicamente identifica con la libertad. Y esa búsqueda de libertad, él, doorman de un edificio lujoso, la imagina en forma de puertas que dan a mundos fabulosos, paraísos inefables. Desde otra perspectiva (la más realista de algunos vecinos y sobre todo del encargado, que lo persigue con encarnizamiento), Juan está rematadamente loco. Y los vecinos, no menos que él: el anciano que junta caramelos y los regala por doquier; el inventor de disparates; la muchacha que intenta suicidarse todo el tiempo y fracasa; el pastor de la Iglesia del Amor a Cristo Mediante el Contacto Amistoso e Incesante; la mujer que era tan avara que se disfrazaba de mendiga aunque era millonaria; los increíbles Oscares, unos gays tan tremendos como insatisfechos. Y mientras ellos se sirven de él de alguna forma (sexual, laboral, etc.), él todo lo tolera porque pretende convertirlos a su confusa fe en las puertas como vías de escape hacia un mundo mejor.
Y sin embargo no resultan ser los vecinos los verdaderos protagonistas del relato. Ni siquiera Juan. En una vuelta de tuerca tan delirante como brillante, Arenas pone a funcionar a los animales. Claro, tratándose de un edificio de millonarios excéntricos, ¿quién no tiene su mascota? Y no sólo perros y gatitos; hay tortugas, monos, loros, ardillas, conejos y hasta un orangután. Y a todos los preside una altiva (y perceptiva) perra egipcia apodada Cleopatra. Y como si fuera poco, los animales se rebelan contra sus dueños y convocan a una asamblea para que sea Juan, el portero, el único humano confiable para ellos, quien los dirija en la fuga.
¿Todo esto forma parte de la estructura delirante del portero? La novela, escrita a modo de informe sobre el caso de Juan como caso clínico, deja todas las posibilidades abiertas, todas las puertas. Los discursos de los animales y las desbordadas escenas del final agregan un alto voltaje emotivo al humor y juntos ofrecen uno de los libros más brillantes de Arenas. Su resentimiento anti castrista resulta aquí atemperado por una ironía que lo incluye, como cuando enumera las razones por las que no le dieron la tarea de escribir este informe a un escritor profesional como Heberto Padilla, Severo Sarduy, Cabrera Infante o él mismo (en su caso, dice, porque por su homosexualidad manifiesta lo hubiera tergiversado todo, mientras que Sarduy lo hubiera convertido en “una bisutería neobarroca que no habría Dios que pudiese entender”). Como sea –como divertimento o alegato humanitario–, El portero es también una visión desolada de la vida en el exilio (esto es, lejos del mar), contracara del tercer relato de Viaje a La Habana, los dos necesarios, tan parecidos y tan diferentes.

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