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Domingo, 6 de febrero de 2005

DESDE CORRIENTES LLEGA UNA ANTOLOGíA PERSONAL DONDE SE DAN CITA LAS FáBULAS Y LOS PERSONAJES DESCARADOS

Un mundo agazapado

Fabulario de Buenavista
José Gabriel Ceballos
Ediciones Simurg
205 páginas

Por Sergio Kisielewsky

¿Cuál es la visión de un narrador sobre su pueblo de origen? ¿Aquél al que se vuelve luego de vivir allí hasta los 9 años para comprobar que todo está en su sitio? Más desvencijados los muebles, más ajados los parientes, más extraños los sitios conocidos. El autor construye con tono fellinesco tramas donde los personajes atraviesan el texto con una risa descarada, que pronto se transformará en mortal.

Ceballos nació en 1955 en Alvear, en la provincia de Corrientes.

Publicó Ivo el Emperador y Víspera negra, novela con la que obtuvo el Premio Ciudad de Alcalá.

El hilo de la muerte enhebra toda su prosa. Los seres de este pueblo hacen lo prohibido con la persona equivocada. O hacen lo correcto, pero vuelven a trastabillar. Los cuentos que atraviesan el libro son las muecas de un país que quedó desvencijado. Son pequeñas ciudades donde la humillación es el sentido final que envuelve sus vidas. Todo cuanto dice corta el aire con cuchillo.

En “Caballero español” dos ancianas compartieron el mismo amante. “Ríen de cuanto resulta risible, casi todo en la vida, lo comprenden ahora.” En ese encuentro se crea una atmósfera difícil de salir pues se lo dicen todo de un solo golpe y sin vergüenza alguna. Entre sorbos de licor y la noche avanzando en la glorieta, los secretos dejan de serlo y dan paso al brillo del texto. El hombre que ambas mujeres evocan es un fantasma dentro del texto. Y fantasmal es el diálogo entre ellas. Pero pueden escucharse el ruido de las copas y las sillas corriéndose en el medio de la historia.

Esa tensión, en otros relatos, es abandonada por el autor, privilegiando detalles, escamoteando la síntesis, como si quisiera contarlo todo.

Un abuelo, un padre hipocondríaco y una madre “bella y oscura”. Carrozas y apodos como la “Rubia Culito” circulan en toda la obra. En “El Licenciado, el carau y la pollona” (estos últimos aluden a pájaros mitológicos en el centro de una historia popular) es donde el escritor se hace fuerte. Las imágenes cimentan un tono cinematográfico (“Un niño degollado seguía cantando en una canoa a la deriva”) en una suerte de alud donde ese pueblo de pronto es un volcán, un sitio donde la maravilla y la templanza dejan traslucir el fluir de los hechos.

Todo suena y por momentos desafina. Estos hombres y mujeres se pueden tocar, oler. Se los ve vibrar en la noche de un pueblo de provincia donde las cosas están al alcance de la mano y a la intemperie en un cuadro fijo.

El narrador desentierra espejos, pone voz en seres que poco se animaron a decir y conduce un barco imaginario.

En “Cambá Honorio se enamora” los personajes, al fin, recurren a lo vital, a lo estremecedor de amarse y gozar. No es simple cuando de literatura se trata. Pero el riesgo se debe correr. Sin ese salto, las palabras corren el peligro de disolverse en el aire.

Personajes que cuidan su dentadura de oro, habitantes del pueblo que participan como extras en una película norteamericana. Mariposas posándose sobre el sexo de una mujer gorda. Un mundo agazapado, sugerido. Cosas que no se dicen, que no se muestran y ahí el lector comprende mucho más que cuando se las enuncia.

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