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Domingo, 20 de febrero de 2005

EL LEGENDARIO LIBRO QUE REUNIó LAS ENTREVISTAS DE LA REVISTA GAY SUNSHINE DE CALIFORNIA LLEGA HASTA HOY COMO UN TESTIMONIO DE TALENTOS Y COSTUMBRES EN LA ERA ANTERIOR AL ESTALLIDO DEL SIDA.

Antes que anochezca

Cónsules de Sodoma
Edición de Winston Leyland
Tusquets
346 páginas

 Por Claudio Zeiger

Entre 1973 y 1978, la revista Gay Sunshine de California publicó una serie de entrevistas a escritores y artistas consagrados en lo suyo –la literatura, la poesía, el teatro– y que además tenían la peculiaridad de haberse convertido en “cónsules de Sodoma” al decir de Jaime Gil de Biedma, quien dio el título “brillante” (según la contratapa) y un tanto estrambótico a nuestro criterio, a este libro. Fueron algo así como los embajadores de una postura, pioneros, a su manera, de la liberación gay fechada en los Estados Unidos en 1969, tras la revuelta de Stonewall. Lo cierto es que para los hacedores de Gay Sunshine, y en especial para su director Winston Leyland (editor de este libro traducido al castellano en los años ‘80), se trataba de ilustrar a las jóvenes generaciones acerca de que la vida no había comenzado con ese hecho revoltoso y que muchos de los logros de los ‘70 tenían serios antecedentes en estos hombres que al momento de ser entrevistados daban un promedio de edad de 60 años y habían bregado, a su manera, por una “cultura gay”.

¿Quiénes son exactamente los “cónsules de Sodoma”? Allen Ginsberg, John Giorno, Christopher Isherwood, Tennessee Williams, Roger Peyrefitte, William Burroughs, Jean Genet y Gore Vidal. Ellos aportan su testimonio y reflexiones en reportajes, por lo general, interesantes e instructivos. Podría ensayarse una clasificación temperamental ligera al calor de la lectura de cada apartado. Así, Ginsberg es la alegría desbocada; Giorno, la fama mal digerida; Isherwood, la autenticidad; Tennessee, la languidez; Peyrefitte, la megalomanía; Burroughs, la lucidez; Genet, la velada amenaza de volver a ser un delincuente; y Gore Vidal, el encantador espíritu forever contrera.

Es evidente que unos años después todas estas entrevistas habrían dado por resultado una concentración activista y reflexiva alrededor del tema del sida (quizá con la excepción de Vidal, que nunca quiso hablar demasiado del tema alegando que no era virólogo); los ‘70, en ese sentido, fueron mucho más dispersos. Quizás el aglutinante, al menos para algunos de los escritores (los beatniks y alrededores) haya sido el consumismo y sus alternativas. “Estados Unidos es una suculenta montaña de estiércol. El consumismo de este país hace que acabe cagando tal cantidad de basura como la que no se puede ver en ninguna otra parte del mundo”, afirma Giorno, un poeta cultor de formas vanguardistas muy relacionado con la generación beat. Y aunque aparezca criticando irónicamente a Ginsberg por haberse vuelto tan famoso (el mismo cargo que le hace a su otrora gran amigo Andy Warhol), coinciden en las búsquedas alternativas al consumismo occidental: el budismo, el hinduismo, el orientalismo, cuyos lenguajes tiñen de matices ambiguos y coloridos las reflexiones acerca de la sexualidad, en una pintoresca mezcla de homosexualismo y sexo tántrico tan setentista. De todas formas, varias de estas entrevistas –Ginsberg, Giorno, Burroughs– resultan las más políticas por el acento militante de los expositores, que suelen considerarse abiertamente parte del movimiento de liberación gay.

Genet, Isherwood y Vidal resultan en cierto modo las más “testimoniales”, aunque con diferentes grados de opacidad y parquedad, muy acentuada en Genet (a quien de paso el otro francés del volumen, Roger Peyrefitte, critica ácidamente). Un párrafo aparte merece la que quizá sea la entrevista más sincera junto a la de Burroughs: la de Isherwood. “Estoy de acuerdo con Hemingway”, afirma arriesgándose a coincidir con el autor más machista de la narrativa norteamericana. “Uno sólo debe escribir acerca de lo que conoce.” Y en otro momento reflexiona: “Si un escritor no quiere admitir públicamente su homosexualidad, es cosa suya; pero negarseespecíficamente a hacerlo en las revistas gay es puro snobismo. Significa que se avergüenza de sus hermanos y hermanas”.

En los antípodas de Isherwood se podría situar la entrevista al insoportable Peyrefitte, un pagado de sí mismo que se enorgullece de haberse curtido a tantos pibitos siendo diplomático en Grecia y que cada dos palabras afirma haber escrito una obra maestra. En el medio queda engrampado el mortificado Tennessee Williams, que no se decide por ningún camino definido y termina incomprendiendo a las travestis para afirmarse en una postura pro-homosexualidad varonil.

El relato que arma Cónsules de Sodoma no es necesariamente homogéneo. Las entrevistas fueron realizadas por diversos escritores y periodistas que también les han dado lugar a los aspectos particulares de cada uno como creador, lo cual enriquece el volumen, aunque a veces estira demasiado los testimonios. El objetivo explícito de este volumen ya subterráneamente legendario fue “dar a conocer la sensibilidad artística vinculada a la homosexualidad, así como una contribución fundamental para impulsar la cultura gay”, según afirmaba Leyland en San Francisco, exactamente en la primavera de 1978. Pocos años después, el sida y la muerte pondrían en jaque a la liberación gay, a la cultura gay y a la supuesta sensibilidad artística vinculada a la homosexualidad. Estos Cónsules de Sodoma quedaron como un mojón en el camino devastado y llegan hasta hoy con gracia, sensibilidad, una dosis de maledicencia y, por cierto, mucho talento.

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