libros

Domingo, 13 de marzo de 2005

UNA BREVE Y DOCUMENTADA HISTORIA DE LA CENSURA MODERNA.

De la hoguera a la imprenta

Libros prohibidos. Una historia de la censura
Mario Infelise
Editorial Nueva Visión
124 páginas

 Por Cecilia Sosa

Si Lutero entendió la imprenta como el último y el mayor de los dones de Dios, no faltaron los (muchos) otros que vieron en los libros ignominiosos escándalos y contagiosas pestes. En Libros prohibidos, Mario Infelise, profesor de la Universidad de Venecia, recorre la historia europea moderna para analizar el modo en el que las sociedades buscaron civilizarse a sí mismas haciendo de la censura (en sus versiones más cándidas o refinadas) una herramienta de control decisiva en el modo de entender el poder de la palabra.

El libro recorre del primer censor abocado en 1502 a la prohibición de obras apócrifas, supersticiosas, así como a “cosas vanas e inútiles”, a la quema del Talmud en 1553 (y a otros más tiernitos mortales) y a la publicación de los índices de libros prohibidos, un “must” para los eclesiásticos demudados por la traducción de la Biblia a “lenguas vulgares”.

A principios del siglo XVII, mordaza a Copérnico mediante, toda desviación de la línea aristotélica en cualquier producción científica era susceptible de sospecha. Y no sólo. En 1600 Giordano Bruno concluía su vida terrenal en la hoguera de Campo di Fiori, mientras que las observaciones en telescopio de Galileo inspiraban un decreto que obligaba a Europa a relegar toda elucubración lejana a las “Escrituras” al fuero más íntimo. Cuando en el siglo XVII los Estados contrajeron el control directo de la circulación de los escritos (en especial aquellos que pudieran excitar las almitas de los súbditos), la contraposición ortodoxia-herejía adquirió ribetes menos clásicos. Pero los pensamientos de los hombres ya se habían convertido en un importante objeto de comercio alentando las imprentas clandestinas y la publicación bajo “falsas portadas” (direcciones de publicación apócrifas) por las cuales los soberanos deslindaban responsabilidades sin perderse el negocio. ¿Un dato? La mitad de los libros publicados por entonces se editaba bajo esta estela: la literatura galante, las novelas y los escritos de entretenimiento, considerados en conjunto “lascivos”.

Mientras en el Siglo de las Luces crecían las contradicciones del Despotismo Ilustrado, la libertad de expresión se alzaba como derecho “superior y anterior a todas las leyes”. Y el tribunal de la pública opinión, alimentado en academias, salones literarios y café, se elevaba como tercer gran contendiente entre el Estado y la Iglesia. Al punto que para muchos clericales, la “monstruosa revolución” francesa no fue más que el resultado de una conjura urdida por escritores y filósofos sedientos de expresarse sin freno. Libros prohibidos: una minuciosa, documentadísima y breve investigación sobre el lado oscuro de la palabra.

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