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Domingo, 24 de abril de 2005

NOTA DE TAPA

Donde hubo fuego

A partir de un libro casi inhallable en Argentina de conversaciones y entrevistas con la autora, la voz de una lectora anónima en una librería de Callao y Marcelo T. de Alvear y una aproximación a la verdadera naturaleza de la relación entre la poesía y el fuego, Radar vuelve sobre la figura siempre vigente y aún llena de secretos de la escritora austríaca Ingeborg Bachmann.

Por Guillermo Saccomanno

“Con mi mano quemada escribo sobre la naturaleza del fuego”, es una frase de Flaubert que Ingeborg Bachmann (1926-1973) adopta como lema. “Porque si uno no se ha quemado la mano no puede escribir sobre eso”, explica Bachmann.

Nacida en Austria, era una nena cuando vio desfilar al ejército nazi por las calles de su pueblo. Un alma sensible puede imaginar lo que esta experiencia selló el alma de la nena. Pero nada de lo que pueda imaginarse es comparable al abismo que reflejará en su poesía. Cuando crece, la nena pertenece a la generación post-Auschwitz. Como sus coetáneos, poetas y escritores deben aceptar el reto de Adorno: si es posible escribir después de los campos de concentración. Bachmann es de quienes se plantan frente a este reto. Consagrada de modo precoz por la crítica con su primer libro de poemas, Invocación a la Osa Mayor, Ingeborg Bachmann es tapa de Der Spiegel y a partir de esta irrupción de su fama entonces empiezan los malentendidos. Bachmann se niega a las clasificaciones y recela de las etiquetas de la crítica. Además de poesía, escribe piezas de radio, teatro, narrativa. Y finalmente aborda el cine. A estas escrituras tan diversas las denomina, sin demasiada fe, exploraciones. Son tanteos en búsqueda de un absoluto que, lo sabe, no existe. Vive entre Alemania e Italia. Bachmann está enamorada de Roma, a la que considera su ciudad. Y la adopta. Durante el día, camina por las calles, entra en los bares, se mezcla con la gente. Esta ciudad en ebullición permanente la enamora. Por la noche, cuando se encierra en su departamento, un departamento estrecho, atiborrado de libros, revistas y discos, vuelve a Viena y enfrenta, “con su mano quemada, la naturaleza del fuego”.

Quizá sea necesario detenerse en esta cita de Flaubert, en su multiplicidad de sentidos. El fuego no alude sólo al cliché sobre el fuego sagrado de la creación. Teniendo en cuenta que Bachmann ha padecido el nazismo, ese fuego puede ser interpretado también como el de los crematorios de los campos de exterminio. ¿Acaso Paul Celan, con quien Bachmann tiene una historia borracha no sólo de pasión, no se propuso con su poesía reducir a cenizas la lengua de los verdugos de sus padres liquidados en un campo de concentración? Bachmann desconfía todo el tiempo del lenguaje, de la función de las palabras y, a su modo, como su amante judío, ejecuta un sistemático cuestionamiento de la expresión poética reduciéndola a una abstracción quemante. Bachmann pasa cinco años sin escribir poesía. “No tengo nada nuevo que decir”, contesta cuando le preguntan si está produciendo alguna obra. Según Bachmann, se aburrió de la poesía porque le encontró la vuelta. Así se explica el traslado a la prosa. Al leer sus últimos poemas se advierte que un fuego interior la consume. Pero hay además otro fuego, real, que acabará con su existencia. A los cuarenta y siete años muere calcinada en el incendio de su vivienda romana. Se presume que se durmió con un Gitane prendido.

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“Los verdaderos problemas no se pueden discutir en reportajes, conferencias o congresos. Cuando existe un problema verdadero entonces es indiscutible. La única respuesta para él es el trabajo, la obra o el logro de esa obra.”
Ingeborg Bachmann
 
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