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Domingo, 10 de julio de 2005

VOLVIÓ

Tuñón o los agujeros sin zurcir

 Por Juan Sasturain


Con el tiempo, uno se acostumbra a leer a los grandes poetas en antologías. No es frecuente –sólo pasa con Neruda, Hernández, Vallejo, García Lorca y ahora Gelman, en castellano– encontrar sus libros de poemas reeditados por separado y completos. En lugar de Luna de enfrente o de Odas para el hombre y la mujer o de Persuasión de los días, uno descubre poemas sueltos de esos libros memorables en antologías de Borges, de Marechal, de Girondo, entreverados con otros de diferente intensidad y distintas latitudes. Y es como mirar el (bello) cielo y ver contiguas sobre fondo negro las estrellas que en el espacio exterior separan distancias atroces. Un Epigrama de Cardenal pide contexto. Los poetas que se las aguantan –incluso los de voz más homogénea y persistente en el tiempo, a lo Juarroz– piden la generosidad de verlo todo: los libros, libros son, y los armó por adición y descarte el poeta; las antologías –antojolías, dijo la Walsh tan descartada– las armó por gusto o necesidad otra mirada.

Todo viene a cuento por esta reedición de Tuñón, con dos libros sucesivos que están entre los mejores suyos. El pretexto de los cien años del poeta es el disparador. Pero pueden seguir tirando libros de poemas si quieren con la misma persistencia con que Raúl González propone “hacer sonar las teclas súbitas de 500 Thompson / para vengar a tantos negros” en el poema “Ku Klux Klan”. Así de contundentes suenan y resultan La Calle del Agujero en la Media –el mejor título de un libro de poemas argentino– de 1930, y Todos bailan, de cuatro años después.

Publicarlos juntos es una elección interesante porque La Calle del Agujero en la Media es un libro bisagra, marca un salto respecto de El violín del diablo y de Miércoles de ceniza, los dos anteriores. El poeta que hacia 1929 competía con el Malevo Muñoz, Olivari y Borges por el amor de esa mina, Buenos Aires, según la dedicatoria de La crencha engrasada, ya es a esta altura, un par de años después, el Johnny Walker criollo que se ha caminado todo de La Rioja a Río Gallegos y conocerá la Guerra del Chaco, pero sobre todo es el que salta a París y se instala en la bohardilla bohemia y pasea por el viejo Bul Mich, “la calle del mundo”, mientras se entrega a los sueños rojos de metralla y de banderas tras la pelada famosa de Lenin.

Ese muchacho flaquito, poderosamente frágil y desatado al mundo, que respira el mismo aire que Neruda, que Brecht, que Prévert, que escribe sin red ni cálculo en esa frecuencia iluminada por las luces intermitentes del cine de Hollywood y sus mitos recurrentes, es el mejor Tuñón que se puede conseguir. En esos cuatro años densos de historia y caliente biografía, florecen los mejores y más famosos poemas: “Escrito sobre una mesa de Montparnasse”, el consabido “La calle...”, “Los seis hermanos rápidos dedos en el gatillo”, el “Blues de los baldíos”... La imaginería infantil y la Revolución; los circos y las marionetas junto al humo de las fábricas y los puertos y barracas saturadas de mil voces extrañas y marineras. Los marginados y las muchachas tristes, el fusil y la rosa que ya amenaza, definitivamente, con la necesidad de ser blindada.

Domicilio compartido por el último Tuñón “irresponsable” y el primer Tuñón politizado, este libro en que todo y todos bailan mirando a los costados y marchan mirando al frente es un lugar de encuentro insoslayable con algo de la mejor poesía argentina del siglo.

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