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Domingo, 14 de agosto de 2005

EUDORA WELTY

No tan afable

A pesar de la imagen congelada en el rol de solterona agradable y culta, Eudora Welty fue mucho más allá. La reedición de su primera novela es una buena ocasión para proponer una lectura actual de su literatura femenina de avanzada.

 Por Mariana Enriquez


Boda en el Delta
Eudora Welty
Alfaguara
363 páginas

Eudora Welty siempre fue considerada una dama sureña, modesta y agradable, lejana en su vida y su literatura de las representantes del “gótico sureño” (Carson McCullers, Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter), obsesionadas por la violencia, el deseo y el fanatismo. Su longevidad –nació en 1909 y murió en el 2001–, el hecho de que volviera a su Jackson natal en los años ‘60 para cuidar a su madre después de viajar por el mundo, las incontables anécdotas sobre su buen humor y amabilidad la han convertido en una suerte de tía bondadosa, que apenas se ocupaba de temáticas arriesgadas en sus textos.

Esa lectura de Eudora Welty es muy superficial, y sobre todo injusta. Escritora ecléctica –tres colecciones de cuentos, cinco novelas, dos libros de fotografía, tres volúmenes de ensayos y libros infantiles–, fue una mujer que se movió cómoda en todos los géneros, y una fotógrafa delicada y excepcional. Su carrera laboral y académica fue casi insólita para una mujer sureña de su época: empezó a publicar ficción en 1936, entró al staff del New York Times Book Review en 1944, y estudió en Oxford y Cambridge: fue la primera mujer que ingresó en el Peterhouse College. Nunca se casó, y jamás pareció frustrada. Sin embargo, por algún motivo la imagen de Eudora Welty que permanece no es la de una mujer independiente sino más bien la de una solterona brillante. Y por una extraña miopía, esta lectura se extiende a sus textos.

Boda en el Delta es su primera novela, publicada en 1946. Sin embargo, la acción transcurre en 1923, un año que la escritora eligió cuidadosamente porque “no hubo entonces ningún acontecimiento histórico de importancia”. Necesitaba esta fecha sin interferencias para plasmar un mundo doméstico, insular, casi endogámico. Pero, sin embargo, revela no sólo la vida doméstica de las mujeres del sur en un momento de transición sino sus visiones sobre el futuro y los roles femeninos que les serían impuestos, y también aquellos frente a los cuales se rebelarían.

La novela está construida con una estructura narrativa polifónica: en los primeros capítulos la narradora es Laura, una prima huérfana de madre que llega sola en tren a la plantación de su excéntrica familia, los Fairchild, en el Delta. Es la mirada de una niña solitaria que quiere pertenecer, y arriba en circunstancias convulsionadas para los de por sí excitables Fairchild: son los días previos al casamiento de Dabney, la segunda hija (y la más bella). En un nivel epidérmico, Boda en el Delta es una novela sobre la preparación del casamiento de Dabney, y el cruce de puntos de vista sobre el hecho de toda su estrafalaria parentela. Pero hay mucho más. Welty siempre escribió sobre la familia y los complejos vínculos de parentesco, especialmente en los estructurados clanes sureños. En ese universo se las arreglaba para insinuar, con sutileza pero con decisión, inquietudes más universales.

Boda en el Delta reconfigura la imagen de la mujer sureña aislada a la que no le ha llegado el progreso de sus contemporáneas del norte. Sí, ésta es una novela sobre la cultura de la plantación –los temas raciales son sencillamente pasados por alto–, pero también sobre la diversidad de la experiencia femenina, encarnada en los puntos de vista de un elenco de personajes que reúne tres generaciones.

Los hombres de la novela son casi estereotipos: o bien el clásico caballero sureño romántico e hipersensible tras su fachada (George Fairchild, el tío sobreprotegido, una especie de Brick de La gata sobre el tejado de zinc caliente) o la omnipotencia heredera de la propiedad de la tierra (Battle Fairchild, el padre de la novia). Pero las mujeres son todas diferentes. Dabney, la novia, es la típica despreocupada belleza sureña, pero se casa con Troy Flavin, un hombre mucho mayor y capataz de la plantación; Welty parece insinuar que este personaje viril y experimentado es la única pareja posible para una chica que, a los diecisiete, parece haber dejado atrás hace tiempo la edad de la inocencia, aunque nadie en la familia lo mencione directamente; en una de las tantas pistas que Welty planta aquí y allá, Dabney deja caer un frágil regalo de sus tías solteras de gran valor emotivo y tradicional, casi sin darse cuenta. Shelley, la hija mayor, parece encaminarse hacia la soltería: en una escena excelente, el médico de la familia la presiona para que busque novio frente a su hermana menor y su prima, delante de las tumbas del clan –de la “tradición”–; pero Welty lo ridiculiza, lo presenta como un villano, y les hace decir a las chicas que nunca se casarán. Ellen, la madre, embarazada una vez más, es sensata y una narradora confiable; pero se debate permanentemente entre su rol doméstico y sus deseos ya enterrados: “Estaba cansada, y a veces el mundo entero parecía cuesta arriba y como huyendo de ella, que estaría siempre embarazada de otro hijo que traer a él”. Robbie, la esposa del tío George, es una mujer decidida, dramática, que no duda en abandonar a su marido, siempre elusiva, vagamente andrógina, pésima ama de casa, adelantada a su tiempo; en el contexto de los Fairchild es una parienta lejana no sólo porque no comparte la sangre sino porque está más lejos que ninguna de los roles que todas, tímidamente, comienzan a cuestionar.

Debajo de la estructura compleja, el estilo vital y a veces cercano a la comedia, y las fabulosas descripciones del misterioso bayou, Boda en el Delta es una novela de época que con sinceridad y frescura retrata la vida rural del sur profundo a principios del siglo XX, una región todavía atada al pasado pero lanzada inevitablemente hacia la modernización. Y las mujeres, en este escenario, siguen el mismo recorrido.

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