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Domingo, 14 de agosto de 2005

MI PERSONAJE FAVORITO, POR LEOPOLDO BRIZUELA

Algunas razones para amar a Alicia

Un escritor elige el personaje de la literatura que más le gusta

Por Leopoldo Brizuela


1. En la vigilia, parece la más mediocre de las nenas; vive la vida aburridísima que para las niñas de la burguesía prescribe la sociedad victoriana. Sin embargo, un día tiene el sueño más maravilloso de la historia de la literatura. Si nuestra “vida está hecha de la materia de los sueños”, su sueño –y los sueños que sueña dentro de ese sueño– están hechos de retazos de la poesía más deslumbrante, sobre todo folklórica, jirones iluminándose mutuamente en un fluir siempre imprevisible que por los tiempos de Lewis Carroll nadie siquiera soñaba con llamar surrealista, y que es mucho más que surrealista. Esto bastaría para que Alicia fuera mi personaje preferido. Tengo algunas otras razones.

2. Como personaje, Alicia es un logro único. Para encantar a las niñas reales a las que el cuento estaba dirigido en primera instancia, el narrador sabía que debía utilizar los recursos de cuentos populares clásicos, pero operando un cambio suficientemente sutil y violento como para que ellas “no se durmieran” al “no ver ilustraciones”. El personaje de Alicia, aunque inspirado en una de esas niñas reales, sigue siendo un típico personaje de fábula, como los de los Grimm, como los de tantas leyendas extranjeras recién traídas por los exploradores a la metrópolis del imperio. El inmenso acierto de Lewis Carroll, digo, es dotar a Alicia de dos o tres rasgos mínimos, como los que caracterizan a la madrastra de Cenicienta o a Simbad pero que, estoy seguro, ni el mismísimo Vladimir Propp encontró nunca en ningún cuento popular de su inagotable inventario.

3. Estos rasgos extraordinarios de Alicia son dos y tienen que ver, como en los personajes de Propp, con lo que “nuestra heroína” hace constantemente: a) Alicia es una desaforada: transgrede todas las prohibiciones que puedan impedirle un placer, por desconocido o amenazante que le parezca, y b) no sufre, nunca, lo que todos los lectores sienten por ella: miedo. Las moralejas superpuestas por Perrault a los ambiguos cuentos populares no le han entrado por un oído y le han salido por el otro: anidaron en su cabeza, pero en forma de voces a las que, al contrario de Juana de Arco, atiende por compromiso para después hacer literalmente lo que le viene en gana. Está harta de recordar, sí, qué debería hacer si un señor sale detrás de un árbol y le pregunta qué lleva en la canastita, pero tan pronto ve pasar a un apurado conejo entre la fronda sale corriendo ella tras él (¿y por qué otra cosa, me quieren decir, puede estar apurado un conejo adulto, convenientemente alimentado?). Alicia sabe que la curiosidad no sólo mató al gato sino que hizo que la mujer de Barbazul encontrara, en el cuartito secreto, un harem de cadáveres colgados al brochette, pero cuando encuentra, como ella, una llavecita de oro (¡sobre una mesa de tres patas!) la empuña y abre la puerta y se refocila en el más maravilloso jardín del mundo. Las crónicas del Imperio Británico le han advertido sobre lo peligrosos y perversos que son los habitantes de las Antípodas –los antipáticos, los llama ella– pero ella está fascinada. Los temores de toda madre que merezca el nombre de tal son un run run permanente en su cabeza. Pero como “su” madre se halla sospechosamente ausente, Alicia parece complacerse en hacer realidad esos temores: no sólo cae por el pozo, sino que bebe y come delicias desconocidas que le provocan el efecto de las más explosivas de las drogas. Pero nadie la castiga... ni en su imaginación. Alicia toma los sufrimientos como parte indispensable de su aventura, y, lo que es más sorprendente, nunca extraña a sus padres, ni siente que los necesita.

4. Piensen en las novelas, en las películas clásicas de suspenso ¿hay algún personaje capaz de mantenernos tan en vilo con su sola presencia? Podríamos considerar a Carroll el más grande de los escritores de misterio. Al presentar a Alicia, no por lo que hace o dice, sino por las figuraciones de su inconsciente, el lector debe emprender una pesquisa tan intrincada y apasionante como tratar de adivinar la vida de Jeronimus Bosch o de Picasso a partir de sus cuadros.

5. En materia literaria, Alicia tiene poderes casi mágicos. Lo digo completamente en serio: lean sólo el primer capítulo a alguien que nunca ha escrito nada: inmediatamente, dentro de él, una puerta de poesía se abrirá. O digan: Alicia, Alicia en el País de las Maravillas, Alicia de Lewis Carroll, soy yo, soy X.

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