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Domingo, 21 de agosto de 2005

HISTORIA - HALPERIN DONGHI

Plata quemada

Guerra y finanzas es la reedición, después de muchos años, de un clásico de la historiografía argentina que ilumina la forma en que se construyó el Estado, se contrajo la deuda y se disparó la inflación tantas veces en esta bendita tierra.

 Por Sergio Di Nucci

Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850)
Tulio Halperin Donghi
Prometeo Libros
252 páginas

Todavía hoy, increíblemente, es acusado de foráneo. De opinar de lejos. De un estilo latinizante, el que gustaba a filólogos como su padre Gregorio o su amigo Eduardo Prieto, pero que hastía a los docentes que enseñan en los posgrados de Historia. Sigue siendo acusado de ironías vaselinosas y, por supuesto, de liberal. En el bando contrario, la universidad argentina lo elogia muchas veces indiscriminadamente, aunque siempre anotando reparos por su estilo. Sin embargo, el historiador argentino Tulio Halperin Donghi ha resistido el paso del tiempo, y defiende los fueros de la lucidez y de la inteligencia en el panorama político e historiográfico actual.

Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850) se reedita hoy, un cuarto de siglo después de quedar agotado, a iniciativa de una librería que se convirtió en editorial. El libro está dividido en cuatro capítulos, que toman los períodos de 1791-1805, 1806-1814, 1820-1836 y 1837-1850. Son muchos los libros de historia contemporánea que someten al lector a un naufragio de incertezas en un mar de datos, tablas y diagramas. Guerra y finanzas... es preciso y exuberante en los datos, pero éstos conforman un conjunto que da cuenta de las perspectivas y corrientes que explican de manera sólida un tema, un objeto de análisis que es también una realidad. Se trata aquí de explicar las formas, “generalmente deficitarias”, en que se constituyó el Estado argentino. El análisis es complejo y arduo; los resultados no defraudan. Un “clásico de la historia argentina”, según constata el historiador Juan Carlos Garavaglia en su prólogo, donde se refiere a la complejidad de observaciones que refuerzan la singularidad de cada una de las fuentes de las que se nutrió –para su formación primero, para su consolidación luego– el Estado nacional. Un proceso que se inicia con un escenario donde todavía existen huellas de la conquista llevada a cabo por un imperio dominado por una de las naciones más arcaicas de Europa, y culmina en el inmediatamente anterior a la sanción de la Constitución y a la consolidación del presidencialismo.

Del orden económico colonial, lo que será la Argentina comparte la explotación agrícola que depende de otra de mayor volumen, la mercantil y minera. El crecimiento de Buenos Aires, convertido en centro de importación de esclavos para el sur del imperio desde 1714, y desde 1776 cabeza del virreinato como capital administrativa del Alto Perú, colabora en el despunte repentino del litoral rioplatense hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Por eso el análisis de la formación del Estado nacional incluye necesariamente el del derrumbe del “edificio” colonial, el de la lucha por la independencia y el de las reformas económicas y político-administrativas. De esa lucha por la independencia nacional hasta el período final que analiza el libro, los temas y dilemas se suceden a ritmo vertiginoso.

Semanas atrás, Halperin Donghi enumeraba las razones acerca de por qué una sociedad como la nuestra mostraba lo que en otro contexto el gran ensayista norteamericano H. L. Mencken llamó “la libido por lo feo”, que para nuestro caso es la pasión irrefrenable de los argentinos y argentinas por autores cuyos libros de historia novelada son malas historias y pésimas novelas. Una de las razones que alega Halperin Donghi es justamente aquello contra lo cual se inmuniza el lector de cualquiera de sus propios libros: que la historia argentina de estos años tiene poquísimo que ver con la de apenas un siglo atrás. Es uno de los preceptos de la historiografía: el cuidado, sin el sacrificio del rigor, de un pasado que por lo general es tierra inhóspita.

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