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Domingo, 21 de agosto de 2005

VOLVé: HUGO FOGUET

Hugo Foguet y aquellos tiempos pretéritos

Pedido de reedición

Por Sergio Kisielewsky


Hugo Foguet escribió Pretérito perfecto entre 1975 y 1982 nombrando al barrio de Yerba Buena, hablando de Bach, susurrando al lector una historia pequeña, local, distinta. Amigos que se reúnen a conversar, a polemizar, a ver el país desde una de las provincias con más historia. El escenario son las revueltas sociales de principios de los ‘70 conocidas como el Tucumanazo, y el eje resultan las historias de amor que se construyen en una intimidad, por momentos, demoledora.

Hugo Foguet (1923-1985) recorrió el mundo como marino mercante.

En el Primer Concurso de Cuento Argentino organizado por el Círculo de Lectores, con un jurado integrado por Jorge Luis Borges, José Donoso, Jorge Lafforgue, Enrique Pezzoni y Josefina Delgado, fue distinguido su relato “Playas”. Fue, además, un gran poeta y eso se advierte también en su prosa. Sólo con el significado del título se presiente una libertad infrecuente en nuestras letras. Vitalidad, paisajes, amores y descendencias van poblando un muestrario de personajes. Solanita (prima de La Maga), Marta con hache y Celita Sorensen son mujeres que estallan en dirección del amor, en el erotismo como único y arrullador sentido de la novela.

Pretérito perfecto alude al cerro San Javier y también a los pubs de Londres. Foguet entra y sale de la periferia al centro cargándolo todo de sentido. En agosto de 1972, aún resuenan los ecos del Mayo francés y hay zonas del libro que son relatadas como si estuviera localizada en las calles de París. “La vida es superior a la esperanza”, escribe, y es muy difícil desmentirlo.

Jorge Laffogue, su editor en Legasa hacia 1983, dice que “Foguet siempre estaba en los barcos o en Yerba Buena en una casa con un enorme jardín, con árboles de distintos lugares del mundo”. La foto que ilustra el libro es de Aldo Sessa y es tal vez el sentido inicial del libro: buscar agua en el aljibe, buscar los orígenes, encontrarse con los prójimos. Como si fuera un vuelo que atravesara la ciencia-ficción, el monólogo interior, y siempre con la mano tendida, cultiva la observación sin desmadre.

“En 1922 cayó en Los Andes un meteorito llamado Trilce”, se dice, y no sólo César Vallejo es evocado aquí. También Seferis, Cendrars, Racine.

Por momentos la poesía organiza la escritura, la templa. Registra en todo el relato la irrupción del humor junto a los trenes cañeros y la vida en los ingenios de azúcar de Tucumán. Y la época. “Todos los gobiernos son de facto”, dice Hugo Foguet mientras los chicos pegan carteles y huyen de la represión.

Hablar de Pretérito perfecto es hablar de un deslumbramiento y así se habla aquí del amor. ¿Se podrá ver en nuestras librerías este tesoro? Es indispensable que esto ocurra. En esta misma sección se rescató Cuentos de Hadas en Nueva York, de J.P. Donleavy, y es justo emparentarlos aquí, mancomunados por un hilo invisible y potente, oraciones cortas, descripciones necesarias y vocabulario infinito.

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