libros

Domingo, 4 de septiembre de 2005

DELGADO

Que vivan los tímidos

Una novela sobre una noche y varias pasiones.

Por Rogelio Demarchi



Al fin
Sergio Delgado
Beatriz Viterbo
192 páginas

Las cosas no son lo que parecen, ni siquiera son lo que nos han dicho que son... Coloquemos una frase semejante como pórtico virtual de esta nueva novela de Sergio Delgado, porque el lector debe estar atento a cómo, desde sus vivencias, los protagonistas –jóvenes veinteañeros, estudiantes universitarios, de Córdoba, Santa Fe y Paraná– van redefiniéndolas con “el lenguaje fragmentario de la juventud”, que no termina jamás de nombrar las cosas por su nombre, y con la esquizofrenia propia de la vida, lo que es decir que todo tiene al menos dos contradictorias caras. Veamos.

El narrador sabe que escribe pero considera su relato como “notas orales”, y se pone a dialogar aquí y allá con nosotros, los lectores. Lo que narra es lo que sucedió la noche que inaugura, podría decirse, la década del ’90, pero lo hace diez años después, o sea cuando ésta llega a su fin. Narrar una noche, unas pocas horas, da idea de relato lineal, pero aquí la digresión es lo que domina porque lo sucesivo es discontinuo y el camino más corto entre dos puntos no es una recta (lo que queda demostrado cuando se cae en la cuenta de que son las digresiones lo que acelera el relato). Narrar a diez años de distancia significa exhumar recuerdos, pasar en limpio una memoria, pero, sostiene el narrador, como “lo habitual es distraernos” y de la memoria “no nos queda siquiera su desilusión”, el relato hilvana zonas de incertidumbre y sobre ellas se recuesta; dicho de otra manera, todo hecho se construye alrededor de una serie de incógnitas, y aquí se puede reflexionar sobre cada una de ellas. Esa noche hubo un velorio, pero lo que estaba planificado era un cumpleaños. Y tras la fiesta, que igualmente se llevó a cabo, es tan probable que el narrador haya besado a la mujer de sus sueños como que haya soñado que ella lo besaba; con todo, los escasos segundos que puede haber durado ese beso, en la realidad o en el sueño, son el recuerdo más indeleble que se pueda imaginar como testimonio de diez años de vida, cuando uno era o pensaba que sería algo muy distinto a lo que es ahora. Ella tiene una pareja, a la que le ha sido fiel “siempre y nunca”, porque la cuestión se puede analizar “literal o literariamente”. Ella, esa noche, está espléndida, pero es probable que esté enferma de muerte.

Cuando uno descubre que las cosas no son lo que parecen ni lo que nos han dicho que eran, es lógico caer en la desconfianza y el pesimismo: ¿nos han mentido o nos han engañado?, y en otro sentido, ¿cuál es la diferencia? A estos jóvenes no les importa establecerla; se conforman con apagar sus respectivas angustias con mucho alcohol, algunas drogas, un poco de sexo; a veces la explicitan escribiendo (los poemas de esa mujer, el relato que al fin nos ofrece el narrador); en otros casos se conforman con enunciar filosos y cínicos comentarios (León, el amigo que hace posible que el narrador se encuentre con ella). Y en todo momento son conscientes de que no logran aligerar el peso de sus soledades.

¿Quién (y cómo) puede conocer la naturaleza poliédrica de las cosas? “El mundo es de los audaces, la verdad de los tímidos. Sólo los tímidos estamos capacitados para comprender la fugacidad de las cosas.” Estos minusválidos, que se caracterizan por su incapacidad para poner en conjunción su deseo con la realidad, pueden comprender, en su interior, cómo es el mundo. Y cuando se animan a contar sus descubrimientos, el discurso adquiere la forma de un tratado sobre las pasiones. Esto es lo que ha escrito Delgado, en realidad, con forma de novela.

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