libros

Domingo, 11 de septiembre de 2005

BIZZIO

Yendo de la tele al libro

Bizzio y una novela que busca superar el verosímil televisivo.

Por Rogelio Demarchi


Rabia
Sergio Bizzio
Interzona
232 páginas

Manuel Puig escribió que el melodrama es un tipo de drama de segunda categoría porque se construye con recursos vulgares y se mueve por golpes del destino; golpes de la mala suerte, aclaró, que caen con la fuerza de un rayo sobre personas buenas. Esa definición se vuelve relato en las melodramáticas novelas de Puig, con un plus interesante: desde la época de Rita Hayworth la literatura pierde el monopolio en la educación sentimental de las nuevas generaciones. Hoy, el liderazgo en la educación sentimental lo tiene la televisión a través de la nunca bien ponderada telenovela, melodrama cotidiano con estructura folletinesca donde el hiperrealismo más crudo sirve de cobertura a un neo-costumbrismo bastante conservador. El resultado casi siempre es bizarro, pero esa bizarría cumple la función de extender la frontera de lo posible, de lo verosímil, para que la ficción pueda imaginar que supera a la realidad, que también se ha vuelto bastante bizarra. ¿Qué relación guardan estas reflexiones con Rabia, la nueva novela de Sergio Bizzio? Que se trata de una atrapante apuesta desde la literatura a favor del hiperrealismo y el melodrama, en cuya composición se advierten algunos rasgos característicos del verosímil que promueve la telenovela de nuestros días, ejecutada con maestría por el escritor que pergeñó las historias más absurdas y delirantes que se puedan haber imaginado en los últimos años, verbigracia: que dos comandos extraterrestres sean enviados a Argentina para secuestrar a los actores que necesitan para relanzar la programación de sus respectivos canales de televisión (Planet); que los soldados constructores de la zanja de Alsina terminen desenterrando un ovni habitado por dos seres que tendrán una participación clave en el enfrentamiento entre los indios y el ejército de Roca (En esa época); o que una tribu de pigmeos, ante el deseo de cambiar de tótem, decida levantar un hotel de cinco estrellas y once pisos (“El tótem”, relato incluido en Chicos). Vale decirlo: tales deformaciones del verosímil producían textos alegóricos, de modo que se distanciaban de una tradición no para romper con ella en su totalidad sino para inscribirse en otra corriente. En Rabia, el proyecto sería otro: asumir el verosímil televisivo como plataforma de lanzamiento para demostrar que la literatura puede superarlo.

José María (obrero de la construcción, 40 años) y Rosa (empleada doméstica, 25) se conocen haciendo las compras en un supermercado y se sienten atraídos de inmediato. La simple historia de una pasión entre dos trabajadores de clase baja, retratados como tales por sus empleos, gustos musicales e ingresos económicos, deriva en el relato de las humillaciones que ambos deben soportar por parte de aquellos que se creen más poderosos: él, desde un principio, responderá a la violencia con violencia; ella, con sumisión y mentiras. Así las cosas, María (como todo el mundo prefiere llamarlo) se convierte en un asesino. María no piensa, actúa, y tras el primer crimen se refugia en la residencia donde trabaja Rosa: una inmensa y señorial mansión de varios pisos a la que sin gran esfuerzo se puede ubicar en Recoleta, lo que permite describir la silenciosa decadencia de la clase alta. Cuando María recuerde haberse cruzado una vez con Bioy Casares, aparecerá con nombre y apellido la aristocrática y elegante clase dirigente extinguida para siempre. Escondido en el último piso de la casa, María va convirtiéndose en un fantasma por amor a Rosa: prefiere esa clandestinidad, que torna paradojal la convivencia, antes que arriesgarse a salir y ser detenido. Rabia ganó un premio en España el año pasado. La inusual potencia narrativa que brota de sus páginas lo justifica. Con la plasticidad y el tiempo de una secuencia fílmica, la prosa de Bizzio es seca, veloz y exacta, y tiene la capacidad de tensar al máximo las situaciones que configura, no para poner a prueba la resistencia de los materiales con los que trabaja sino para que la siguiente encrucijada que atrape a sus personajes tenga la naturalidad que se obtiene cuando la única escapatoria es apelar al recurso de la tangente.

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