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Domingo, 11 de septiembre de 2005

FENóMENOS: NOTHOMB

Bonjour Amélie

Grafómana confesa, Amélie Nothomb se convirtió en un fenómeno de ventas. Aparentemente hace funcionar a la perfección el pacto autobiográfico con el lector. En su último libro, el tema en busca de la empatía es la adolescencia.

 Por Cecilia Sosa


Antichrista
Amélie Nothomb
Anagrama
131 páginas

Hace años que Amélie Nothomb es una de la escasas y mimadas ninfas de la literatura francófona. Obstinada, perversa, cruel, lleva años publicando libros (desde hace 14 años, a razón de uno por año y habitualmente en septiembre) que se leen a modo de best sellers y que hechizan tanto a los lectores más exigentes como a discretas amas de casa. La escritora que consiguió el prodigio de gustar al mayor número de lectores y que además fue consagrada como la escritora joven favorita de los críticos nació en 1967 en la ciudad japonesa de Kobe y, como buena hija de embajador, se pasó parte de su infancia girando por Oriente para regresar a Bruselas a los 17, donde vive hasta hoy.

Su ingreso al mundo literario fue a los 25 con Higiene del asesino (1992), pero el deslumbramiento fue justo y general en 1999 con Estupor y temblores, la novela que vendió medio millón de ejemplares, ganó el Gran Premio de la Academia francesa y fue llevada al cine por Alain Corneau en 2003. Desde entonces sus libros, entre ellos Metafísica de los tubos, El sabotaje amoroso, Cosmética del enemigo y Diccionario de nombres propios, se tradujeron a 37 idiomas.

Nothomb se define a sí misma como “grafómana”, es decir una especie de maniática de la escritura que si no escribe se vuelve “peligrosa”. Y suele organizar sus ficciones como juegos, donde siempre hay palabras mágicas y zonas de embrujo. Puestas a explicar el fenómeno, las críticas más arriesgadas sentenciaron que las novelas de Nothomb lograban operar en el lector una suerte de hechizo, o una especie de “pacto autobiográfico” donde se lo invita a participar del recitado retrospectivo de su propia existencia.

Si en Metafísica de los tubos Nothomb se inspiró en un viejo mito nipón y regaló el relato de una bebé que nace a los dos años y medio cuando su abuelita le regala una barra de chocolate belga, y si en Las catilinarias se interrogó sobre los misterios de la vejez en el encierro, bastante menos estrambótico y no por eso menos encantador resulta el punto de partida de Antichrista, su doceava novela. Esta vez Nothomb propone una visita por la adolescencia y por qué no reeditar algunos de los pactos de sumisión que cada lector debe tener en su haber. Allí están entonces, Blanche –16 años, tímida, virgen, introvertida; casi el ser más gris del mundo– y Christa, puro descaro y extravagancia adolescente y dueña de un aura irresistible. Pero si el lector se zambulle en esta lógica de víctima y verdugo en busca de todas las vacilaciones, zozobras y perversiones de la vida adolescente, se encontrará con una tragicomedia iniciática que no alcanza la intensidad prometida. Nothomb defrauda un poco. Es cierto que Christa, la bella “intrusa”, logrará apropiarse de la cama de su víctima, del corazón de sus padres (sospechosamente pusilánimes) y hasta volverla aún más invisible. Pero si Antichrista se propone como una despiadada teoría sobre las simbióticas amistades adolescentes o como improbable teoría del bien y el mal, todo ello resulta bastante más convencional, más impreciso y, en todo caso, mucho menos nietzscheano de lo que el título del libro parecería sugerir.

Además, el problema de Nothomb parecerían ser los finales. Cuando todo ha alcanzado su máxima crispación y casi merecería detenerse allí (o aun eclosionar al mejor estilo Elephant), Nothomb desanda el cuadro del modo más regular y todo vuelve a calzar nuevamente en su sitio. Un beso bastante inquietante y no mucho más.

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