libros

Domingo, 9 de octubre de 2005

NOTA DE TAPA

Easton Ellis soy yo

Después de un largo silencio que siguió a la publicación de la subvalorada Glamorama (donde exponía el punto de encuentro entre la aristocracia del espectáculo y el terrorismo), Bret Easton Ellis regresa con su novela más autobiográfica: Lunar Park. Mezcla de exorcismo y sátira, el autor de American Psycho cierra el círculo infernal abierto por aquel libro que lo convirtió en una estrella acechada por el fantasma de su padre.

 Por Rodrigo Fresán

Lunar Park –la nueva novela de Bret Easton Ellis, su primer libro desde 1998– empieza como una cruza entre Los hechos y Operación Shylock de Philip Roth. No demora en transformarse en algo que recuerda mucho a El resplandor y a La mitad oscura de Stephen King (Nota: Ellis es el escritor favorito de Owen King, hijo escritor de Stephen a quien Ellis le parece “una moda pasajera”) con sangre, ectoplasma y duelos frankensteinianos entre creador y criatura. Todo esto sin dejar de coquetear ya desde el título con los territorios de la alucinación suburbana que John Cheever patentó a su nombre en varios relatos y, muy especialmente, en la ácida y oscura y criminal Bullet Park. Y cierra con un último y magistral e inesperadamente emotivo capítulo que recuerda a las páginas finales de Campos de Londres de Martin Amis o, digámoslo sin vacilar, a “Los muertos” de James Joyce.

Pero más allá de influencias y de reverencias, Lunar Park confirma a Ellis como a uno de esos alumnos que pasan al frente y, una vez allí, ya no vuelven a sentarse en el pupitre porque se sabe –y nos hacen saber– que están a la altura de sus maestros y de sus modelos y, ya que estamos, de sí mismos. Porque Lunar Park es un libro de Bret Easton Ellis que trata sobre Bret Easton Ellis. El Bret Easton Ellis que todos creen que Bret Easton Ellis es.

UNO La maniobra no es nueva. El autor como personaje. Allí estuvieron Dante y Hemingway y Mailer y Borges y Cortázar y Vonnegut entre muchos otros. Y ahí está, ahora, Bret Easton Ellis quien de un modo u otro –como Proust o Bellow o Salinger o Kerouac– siempre estuvo allí, apenas escondido detrás de un delgadísimo velo.

A saber: el protagonista de Lunar Park es un escandaloso y poco confiable y siempre al borde del crack-up escritor norteamericano que responde al nombre de Bret Easton Ellis. Y han sido las primeras treinta páginas de Lunar Park –el capítulo titulado “The Beginnings”– las que, de entrada, llamaron la atención de crítica y lectores y fans. Porque allí, para empezar, Ellis no vacila en escribir una sucinta pero monstruosamente eficaz (valga la paradoja) autobiografía no-autorizada donde no sólo se desnuda sino que, enseguida, procede a autoflagelarse mientras lanza carcajadas y se arranca los livianos y casi transparentes retratos utilizados en sus iniciáticas Menos que cero (celebrada en su momento hasta por la tan difícil de conformar crítica de The New York Times Michiko Kakutani) y Las leyes de la atracción (bendecida entonces por el difícil y vitriólico Gore Vidal). Y allí, al principio de Lunar Park, está todo lo vivido hasta ahora y el resumen de lo publicado narrado con voz mecánica pero fluida: el éxito temprano y los varios millones recibidos (que se antojan demasiados), las drogas duras (todas) y el sexo duro (con todos, con lo que se cruce), la caída libre en fiestas tóxicas o en clínicas de desintoxicación (todo sonando demasiado exagerado, más cerca de Robert Downey Jr. –revelación actoral en la horrible versión cinematográfica de Menos que cero– que de un escritor de farra pero con fama de disciplinado como Ellis), las correrías por noches blanquísimas junto a su colega Jay “The Jayster” McInerney (próximo a publicar la, dicen, magistral The Good Life), el escándalo por ese clásico moderno que es American Psycho (ver recuadro aquí o ver, se consigue en DVD, ese revelador ejercicio en masoquismo que es el despiadado documental titulado This Is Not an Exit: The Bret Easton Ellis Story), los tour-books en estado zombie promocionando Glamorama, pasen y vean. Todo esto y un buen puñado de incómodas e inquietantes revelaciones –vaya a saber uno si se trata de verdaderas o falsas– entre las que se cuenta una que da miedo y que es en la que se asienta toda la nueva novela: el modelo para el asesino serial Patrick Bateman no fue otro que Robert Marin Ellis (1941-1992), difunto y disfuncional padre del escritor que llevó a su familia a la ruina pero le dejó como herencia a su hijo ya célebre varios trajes de Armani manchados de sangre en la entrepierna porque, uh, la operación de prolongación de pene no salió del todo bien, parece.

Y así, sorpresa, bajo su máscara de sátira o de novela de terror, Lunar Park –abarcando poco más de una semana de pesadilla– no es otra cosa que una sensible y muy emocionante novela sobre padres e hijos.

DOS Porque –allá vamos– en la parte inventada de Lunar Park (el site del escritor presenta por estos días no una sino dos biografías del autor de Menos que cero: la de afuera y la de adentro de su último libro) Bret Easton Ellis vive en una lujosa casa de los suburbios (en una calle llamada, nada es casual, Elsinore) y está recién casado con una antigua amante: Jayne Dennis, una mediocre pero hot actriz de Hollywood con la que tuvo un hijo hace años. Un hijo, Robby, al que Ellis –cómodamente autoconvencido de que se trataba de un bastardo de Keanu Reeves– siempre ignoró. Un hijo con el que ahora, ya convertido en un adolescente disfuncional y misterioso, el escritor procura hacer contacto durante los ratos libres que tiene entre una raya y otra raya, o un vodka y otro vodka, o una partida de Tetris y otra partida de Tetris, o un intento y otro intento de seducir a una hermosa –y próxima a ser descuartizada– asistente a su más bien poco ortodoxo y fluctuante curso de escritura creativa. Ah: en sus escasos ratos libres y raptos de coherencia, Ellis intenta escribir una novela salvaje y cáustica y comercial. Un “thriller porno” a titularse –luego de descartar títulos como Holy Shit! por “poco atractivos”– Teenage Pussy. Una variación de American Psycho o algo así. La vida y obra y eyaculaciones de Michael Graves: inventor de cocktails de nombres absurdos y de posiciones sexuales más absurdas todavía. Un sádico sexópata serial que reduce a toda mujer a pedazo de carne multiorgásmico mientras les dice cosas como “Tragar el semen es una forma de tener una comunicación más fluida” o “¿Vas a llamar a la policía? Bueno, pero antes de que llegue, ¿puedo acabar en tu cara?”. Sumarle a las proezas de Graves una inocente chica de dieciséis años a la que el mega-lover tortura aplicando cocaína en su clítoris mientras la obliga a leer Milan Kundera y –nos informa al pasar Ellis– en su editorial, Knopf, están más que ansiosos por recibir el manuscrito.

Pero muy pronto queda claro que no es fácil escribir cuando los acontecimientos comienzan a precipitarse. Los muebles de la casa cambian de lugar. Terby, un pajarraco de peluche de la hijita de Jayne (fruto de otra pareja) cobra vida. Ellis comienza a ser asediado por el espectro de su padre (quien lo despreció de adolescente pero se convirtió en su más patético groupie cuando publicó Menos que cero) y, ya que estamos, por una eficiente y dedicada materialización de Patrick Bateman. Y los cadáveres comienzan a acumularse mientras los niños del barrio desaparecen de sus casas sin dejar mensaje o explicación abandonando a sus padres en casas súbitamente grandes y silenciosas. Y Ellis –odiado por Victor, el perro del hogar, y despreciado por su mujer, quien ya no aguanta sus recaídas químico-etílicas– se escuda en un alter ego, “El Escritor”, quien lo ayuda a mantener la calma, quien lee todo como si se tratara de un posible libro mientras Ellis asiste a sesiones con su psicoanalista (para la que inventa sueños absurdos), reuniones de padres (donde sus sugerencias son recibidas con cierto temor), encuentros de trabajo con representantes de Harrison Ford (para reescribir un guión que no deja de cambiar de trama), entrevistas con un detective demasiado parecido al de American Psycho (que se declara admirador de su obra) y –para poder soportar todo esto– consume ingentes cantidades de jugo ruso y polvo de marchar boliviano. Tarea en la que, alguna noche, en el hilarante capítulo de Halloween, recibe la colaboración de “The Jayster” (Ellis contó que McInerney no se molestó porque lo haya retratado aspirando cocaína pero sí que lo haya descrito como “parecido a Jerry Lewis”). Así –mientras Ellis gime y uno lee y se ríe a carcajadas y se pregunta qué es verdad y qué es mentira y qué es alucinación– cabe pensar entonces en Lunar Park no como en un Cuéntame tu vida sino –a partir de materiales concretos y verificables, procesando pesadillas– como en un Recuéntame tu vida.

TRES Y en una reciente entrevista, Ellis explicó cómo fue que se le ocurrió todo esto: “Siempre estuvo en mis planes escribir este libro. Vengo pensándolo hace mucho, desde 1989. Y en principio el personaje no era yo. Era un escritor y punto. Un tipo viviendo en barrio residencial, casado, con hijos, etc., etc. Pero a lo largo de todos esos años en que fui planeando el libro me sucedieron muchas cosas que comencé a incorporar al argumento. Episodios como todo el asunto de American Psycho (libro que me vi obligado a releer y que me pareció muy bueno aunque, es verdad, hay escenas verdaderamente horripilantes; pero ésa era la idea). Lo más importante para mí siempre ha sido la planificación previa: frases, situaciones, pensamientos, páginas y páginas de cosas sueltas. Y en algún momento se me ocurrió la idea de añadir a alguien, a un personaje de ficción, que se dedicara a recrear los crímenes de la novela. Me atrajo esta idea. La muerte de mi padre también era algo sobre lo que me interesaba escribir. Toda esta mezcla no me hizo click hasta que me di cuenta de que la vida del narrador tenía muchos puntos de contacto con la mía. Así que me dije: ¿por qué no? Veamos qué sale. Conviértelo en Bret. Y entonces el libro comenzó a despegar con fuerza y su escritura se convirtió en algo mucho más significativo para mí. Así fue como nació Lunar Park. Y la idea nunca fue escribir una mémoire por más que en algún momento haya anunciado que quería escribir una. Vaya uno a saber en lo que estaba pensando cuando dije algo así. Digamos que durante la escritura de Lunar Park fueron muchos los demonios contra los que luché. De algún modo el proceso del libro es el libro mismo. Sentí un inmenso alivio al terminar la novela. Terminar este libro fue muy diferente a cómo terminé los libros anteriores. En gran parte se trató de exorcizar los sentimientos que guardaba hacia mi padre. Parte importante de la escritura de Lunar Park tuvo que ver con ponerme a trabajar acerca de muchas cosas que nunca llegaron a resolverse entre él y yo porque murió de golpe. Así que el libro me ayudó bastante. Lo que no significa que no me haya divertido mucho. Todo libro debe ser divertido de escribir. Tienes que entretenerte a ti mismo mientras trabajas, pasarla bien. Es un trabajo duro, es cierto; pero no tiene sentido el arrastrarse día a día hasta el escritorio gimiendo porque tienes que escribir una novela. En lo que a mí como persona y personaje respecta, digamos que en Lunar Park hay algo de verdad (un 60 por ciento), mucho de mentira, y que me pareció muy gracioso burlarme de mí mismo. Retratarme del modo en que la gente piensa que soy y así, de paso, burlarme de ellos riéndome del modo en que ellos me ven y me leen”.

CUATRO Y la cuestión es, claro, cómo ven y leen a Bret Easton Ellis los demás. ¿Qué piensan de él y de sus libros y de ese ruido blanco sonando entre uno y otros? La verdad es que mucho y nada. Porque todo parece indicar que Ellis sigue siendo un prisionero de sus inicios (la prosa espasmódica y acerada tan fácil de compaginar con la estética y los neones fatuos de la recién iluminada MTV). Y de su durante (una vez más y nunca serán suficientes: el Affaire Bateman y –creo que vale la pena mencionarlo aunque se me acabe de ocurrir– Bateman es Batman con una e injertada en el medio y el actor Christian Bale fue un gran Bateman y ahora es el mejor Batman y acaso no es el psicópata americano un Bruce Wayne que no supo encontrar la catarsis de un disfraz y entonces). Y ahora (luego de la desopilante comedia de malas costumbres con top-models y stop-models que es Glamorama, descendiente de Ballard y engendradora de todo Palahniuk, donde desfila y se anticipa a la compulsión terrorista como actitud fashion) llega el ahora. Y la lectura de las críticas a Lunar Park ofrece, casi en su totalidad, una conducta tan enfermiza como la de su antihéroe y, se supone, la de su antiheroico autor. Celebran el libro, alaban la prosa (“una mezcla perfecta de Jane Austen y Joan Didion”), encomian su pericia satírica (que apenas oculta al más moral de los inmorales) pero, otra vez, les inquieta el nombre del autor en la cubierta. Y sí: son muchos los que ya a la altura de American Psycho se atrevieron a insinuar la posibilidad de que Ellis fuera un genio pero, acto y punto seguido, agregaban que se trata de un genio incómodo. Y es que Ellis –lo mismo ocurre con Douglas Coupland, su gemelo angélico y complementario, la luz de su oscuridad– es alguien difícil de ubicar en los estantes de lo que ahora es cool por más que lo haya anticipado. El mismo Ellis –mucho más cerca de Francis Scott Fitzgerald que de Don DeLillo– declaró no sentirse parte de la “camada de chicos listos tipo Wallace, Franzen y Lethem. Me gustaría pertenecer a algún club, pero para bien o para mal estoy solo. Jay es un gran amigo, empezamos juntos en esto, pero hacemos cosas distintas”. Tampoco parece encajar en los lineamientos de Dave “McSweeney’s” Eggers o en los experimentos vérité de Charlie Kaufmann o Larry David. Sin embargo, Ellis llegó primero que todos ellos –la mirada ácida, el manejo de tics de la sociedad de consumo, la disfuncionalidad como forma de afecto, la autorreferencia– y pagó caro por su osadía. Pero Ellis no se arrepiente de nada salvo de no haberse defendido en su momento: “Tendría que haberme paseado con American Psycho bajo el brazo por todos los shows de televisión y explicar de qué se trataba todo el asunto. Es increíble cómo ha cambiado la cultura mediática desde el ‘91. Toda esa indignación hoy no hubiera durado más que una semana. El tiempo pasa cada vez más rápido”.

CINCO Y Bret Easton Ellis ya está en otras cosas. Escribió junto a Roger Avary –alguna vez compadre de Quentin Tarantino y director de la casi perfecta Las reglas de la atracción– una adaptación de Glamorama y juguetea con la idea de una segunda parte de Menos que cero: “Me aburrí de Nueva York, volví a Los Angeles y una mañana me desperté preguntándome qué estarían haciendo todos esos personajes tantos años después. Y me pareció una buena pregunta”.

Por ahora, aquí está esta novela extraña y formidable y que arranca enumerando, una a una, por orden cronológico, las primeras frases de Menos que cero (1985), Las leyes de la atracción (1987), American Psycho (1991) Los informantes (relatos de juventud reciclados en 1994 donde los alienados de sangre fría marca Ellis se revelan como lo que siempre sospechamos que eran: aliens y vampiros) y Glamorama (1998). Enseguida Ellis anuncia que la primera frase de Lunar Park será “Haces una increíblemente buena imitación de ti mismo”. Pero la frase en cuestión recién aparece en la página 31. Para entonces ya sabemos lo que Ellis supo siempre: se sale más fuerte, pero nunca del todo entero, luego de haber sido expuesto a la radiación de la fama. Y se está condenado a habitar un mundo donde la línea que separa a la realidad de la falsificación es curva y se muerde la cola. Y se comprende que –como apuntó una crítica deslumbrada– esa presencia sobrenatural que atormenta al personaje Bret Easton Ellis es la misma que atormenta al escritor Bret Easton Ellis.

Lo que –lo del principio– nos lleva al final, al último capítulo, a “The Endings”, a lo mejor que ha escrito Ellis en toda su carrera (Ellis es un gran escritor de finales y, si no me creen, vayan a releer los últimos párrafos de Glamorama) y a lo mejor que ha escrito cualquiera en mucho tiempo. Algo con el mismo nivel epifánico de aquellos “botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado” y todo eso.

Allí, página 308, Ellis –uno u otro, da igual– se excusa ante los lectores y se despide por fin de su padre y se pregunta a dónde se habrá ido y dónde estará ese hijo que no tiene en la vida pero sí en la novela.

Y le dice a uno que “tú eras quien yo necesitaba, te amé en mis sueños” y al otro que lo extraña, “que piensa en él” y que lo espera “aquí mismo, cuando quiera, en las páginas y entre las cubiertas” al final de un libro titulado Lunar Park. Y, leyéndolo, es como si también nos los dijera a nosotros.

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“Mi convicción era que el libro quería ser escrito por otro. Se escribió solo y no le importaba lo que yo pensara sobre él.” Easton Ellis
 
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