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Domingo, 23 de octubre de 2005

KUREISHI

Todo sobre mi padre

Con un libro inspirado por otro libro (una novela inédita de su propio padre), Hanif Kureishi construye una heterodoxa e inclasificable historia familiar de conmovedora intimidad sobre uno de los telones de fondo más candentes de este tiempo: la comunidad musulmana en Inglaterra.

 Por Juan Forn

Mi oído en su corazón
Hanif Kureishi
Anagrama
210 págs.

En el 2002, Hanif Kureishi acababa de escribir un guión para Roger Michell, en el cual una madre y una hija no conseguían ponerse de acuerdo sobre su pasado en común. El eje argumental era la tremenda divergencia en el relato de los mismos hechos según la una y la otra. Precisamente en ese momento, el agente literario de Kureishi le envió un manuscrito que llevaba once años juntando polvo, luego de ser rechazado por múltiples editoriales. El manuscrito era una novela llamada Una adolescencia india. Su autor era el padre de Kureishi, quien llevaba para entonces más de once años muerto. Casi al mismo tiempo, Kureishi recibió un paquete de Karachi, en el que su tío Omar le enviaba ejemplares dedicados de sus memorias, publicadas en Pakistán con gran éxito. Las memorias del octogenario Omar contaban la historia de la familia contra el telón de fondo político: el fin del imperio inglés, la independencia de la India y la posterior separación de Pakistán, episodios que arrojaron a los Kureishi en distintas direcciones: algunos se fueron a Pakistán, otros a América, otros a Europa.

Aquellos que hayan visto Ropa limpia, negocios sucios, la película de Stephen Frears que lanzó al estrellato a Kureishi en los ’80 (fue nominado al Oscar por el guión), podrán hacerse una buena idea de los hermanos Shannoo y Omar (padre y tío de Kureishi, respectivamente) recordando a las dos figuras tutelares del protagonista de aquella película: un padre débil, que añora la India desde su departamentito proletario de Bromley, y un tío poderoso, que prefirió dejar atrás la nostalgia e imitar a los blancos, haciendo dinero en negocios turbios, acumulando amantes inglesas y estimulando al sobrino a seguir su camino.

Si bien Shannoo Kureishi parecía encaminado, en su adolescencia en la India, a convertirse en una estrella internacional de cricket, terminó trabajando toda su vida como empleado administrativo en la embajada paquistaní en Londres (pero hasta el fin de sus días conservó el sueño de convertirse en novelista publicado, levantándose cada jornada al amanecer para sentarse frente a la máquina de escribir hasta la hora de partir al trabajo, completando novelas que eran sistemáticamente rechazadas por las editoriales). El tío Omar, en cambio, prefirió quedarse en Pakistán, se hizo periodista para solventar sus costumbres de bon vivant, terminó viajando por el mundo como cronista estrella (su especialidad, con el paso de los años, terminó siendo, oh ironía, el cricket, y gracias a ella viajaba a Londres todos los años, tratado a cuerpo de rey por la BBC) y, aunque jamás tuvo veleidades literarias, logró con esas memorias escritas a mano alzada en la vejez lo que su hermano Shannoo persiguió en vano toda la vida.

Por supuesto, Hanif Kureishi se sienta a leer el libro de su padre y el de su tío en simultáneo, y descubre no sólo la divergencia que tienen ambos textos para relatar los mismos hechos (como ocurría en el guión de madre e hija que acababa de entregar) sino también que aquel guión inicial que escribió para Frears en su juventud fue mucho más autobiográfico de lo que le gustaba recordar. Como el joven de Ropa limpia, Kureishi siente resonar en uno de sus oídos la voz del padre y en el otro la voz del tío, pero ahora el que escucha ambas voces está en la misma etapa de la vida que los que susurran en sus oídos, ya no es hijo ni sobrino sino padre él mismo y ha logrado dejar atrás –no sin esfuerzo– al iconoclasta drogón y pasota que empezó a ser en su febril adolescencia y siguió siendo hasta su patética entrada en los cuarenta.

A punto de cumplir los cincuenta años, Kureishi recupera la elocuencia que supo tener en Ropa limpia (y que nunca logró repetir, ni en su narrativa, ni en su teatro, ni en sus guiones). Pero aquello que logró plasmar en Ropa limpia por sus síntomas más candentes (es decir, los efectos de ser paki y pobre para un joven en la Gran Bretaña de los ’70 y ’80) es en este libro, desmenuzado en lúcido detalle, desde el racismo inglés (que quiere enviar de vuelta a los “negros” a sus países de origen, aunque esos hijos de paquistaníes o antillanos hayan nacido y vivido toda su vida en la Inglaterra post-colonial) hasta los primeros síntomas de fundamentalismo en pequeñas ciudades inglesas (donde los musulmanes son primera minoría y amenazan convertirse en mayoría), desde el nihilismo punk (cuando “los jóvenes que querían estar vivos eran en la práctica más débiles que los que no querían” y los adultos no tenían ni ambiciones ni esperanzas, ni en ellos mismos ni en la juventud) hasta el momento en la Inglaterra de Blair en que, ya cuarentón, en un club moderno, Kureishi descubre que nada queda de todo aquello que encarnaba para él su elección vital de la cultura rock y la cultura alternativa.

A partir de las divergencias en vida y obra de su padre y de su tío, Kureishi ve su propia vida: el temprano salto a la fama con Ropa limpia (cuando de la noche a la mañana pasó de ser un joven sin futuro a un millonario icono de rebeldía) lo acerca a la vida fácil y rumbosa de Omar, pero su decisión de seguir escribiendo cada día (especialmente cuando los elogios viran a malas críticas y sus escándalos dejan de ser “políticos”, y sólo son cubiertos rutinariamente por la prensa amarilla) lo acercan a Shannoo, su padre, que escandalizaba únicamente a la familia con los rechazos editoriales a sus esfuerzos.

Kureishi ve en ese designio que le transmitió su padre una situación habitual que planteaban a sus hijos los hombres de aquella generación: debían seguir los pasos paternos sin fracasar ni triunfar más que sus progenitores. Y así se contesta la pregunta de por qué, habiéndose rebelado contra todo mandato familiar y social, no decidió dejar de escribir. En cambio, siguió escribiendo, por venganza, por ira, por impotencia, por miedo, por ambición, por salir de donde estaba, en suma. Y ahora, poco antes de cumplir los cincuenta, vuelve a ver su vida a través del tamiz de las vidas paralelas de su padre y su tío (o sus padres, como los llama él): “En realidad no te pones a buscar a tus padres hasta la edad madura”, dice en cierto momento. “Yo busco la manera en que una vida adulta responde a las preguntas que su infancia le hacía. Y desde ese punto de vista, un adulto es alguien que ha tenido una infancia abrumadora.”

Los hijos del propio Kureishi, el mundo en el que viven y el mundo en el que vivirán, en la Inglaterra multicultural donde la diferencia ya no es excepción sino regla (salvo cuando balean a un brasileño por confundirlo con un terrorista islámico) ofrecen una tercera dimensión temporal en el libro, que se suma a la juventud de Shannoo y Omar en las postrimerías de la India colonial y a la de Hanif en la Inglaterra thatcherista. Pero cuando Kureishi cree haber llegado a una conclusión y se apresta a poner punto final al libro, una visita a casa de su madre lo enfrenta con lo inesperado en forma de dos manuscritos descubiertos en el altillo: uno de ellos es otra novela de su padre; el otro es una versión expurgada de aquella novela sobre la infancia en la India. Kureishi recibe dos golpes simultáneos: la segunda novela de su padre, llamada Un hombre innecesario, describe sin ahorrar sinsabores la vida inglesa de la familia Kureishi (con Hanif adolescente como uno de los personajes más desagradables del libro, si se exceptúa al protagonista y autor). “Es desconcertante descubrir que apareces en el libro de otra persona”, dice atónito y herido aquel que puso a parir a familia, amigos y ex esposas en sus propios libros. Terminada esa durísima lectura, Kureishi encara la versión “expurgada” de la novela india, y de pronto las fichas que faltaban en su gran rompecabezas aparecen como por arte de magia.

Ciertas referencias veladas en el texto, unidas a lo que cuenta el tío Omar en sus memorias, llevan a Kureishi a descubrir que su padre fue un hijo no deseado, y una permanente encarnación para sus padres de aquel último y fallido intento por salvar el matrimonio, durante el cual fue concebido. Shannoo lo supo toda su vida, y su intento de transmitir al hijo la misma secreta pasión por escribir que tenía él fue su manera de transmitirle al joven Hanif que era un hijo deseado, y también una suerte de hermano ideal en ese mundo paralelo que es la literatura para quienes la practican. De golpe, y por primera vez, aquellas novelas inéditas, rechazadas una y otra vez, cobran más significado que el que les daba su propio autor. Y el círculo se cierra, porque a fin de cuentas, se pregunta Kureishi, ¿acaso un libro no empieza a ser un libro en el momento en que produce en otra persona algo más que lo que se proponía el autor? El hijo de Shannoo decide titular su libro Mi oído en su corazón y lo remata así: “Mi padre se hubiera sorprendido y molestado por lo que sus obras se han modificado en mi cabeza, por el escaso dominio que tiene sobre el destino de sus palabras, aun cuando yo ofrezca su lado de la historia. Pero ése es el destino de cualquier forma de expresión y eso es lo que les pasa a los padres cuando aparecen en los mitos de sus hijos”.

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Hanif, el purrete, con su padre, ShanNoo Kureishi.
 
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