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Domingo, 30 de octubre de 2005

BIOGRAFíA DE BERNI

Los cuadros de una vida

Una biografía palpitante de humanidad y gusto por el arte alrededor de la figura de Antonio Berni.

 Por Santiago Rial Ungaro

Los Ojos. Vida y pasión de Antonio Berni
Fernando García
445 páginas.

“Ya está”, dijo Antonio Berni en 1965. Acababa de escuchar por vez primera un disco de los Beatles entero, lo que no era nada raro por entonces. Lo curioso es que Berni, verdadero hombre esponja que tenía entonces 60 pirulos y además ya estaba por entonces medio sordo, se haya comprado el disco y lo haya escuchado entero, para ver qué podía absorber de ahí. Claro que siendo pintor su voracidad fue esencialmente ocular, hecho que lo llevó a ser algo así como el Francis Picabia o el Pablo Picasso argentino: alguien que se mimetizó con todo lo que le tocó vivir, sentir, pensar... y ver. En Los Ojos, Fernando García se vale de esta capacidad casi ilimitada del artista para delinear la cambiante escenografía en la que Berni vivió. Con libertad para ir y venir y pasar de la anécdota al análisis socioeconómico, del análisis estético a la experiencia personal, García entendió que era imposible narrar la vida del artista sin describir el contexto de las artes visuales del siglo pasado. Durante este período (y basta nombrar una revista como Ramona para comprender que su embrujo aún se hace sentir) Berni está aquí, allá y en todas partes, dejándose influenciar por todo: en 1920 como niño prodigio en Rosario, exponiendo (con éxito) sus primeros paisajes impresionistas con sólo 14 añitos; en 1925 estudiando en Europa becado por Jockey Club, trabando amistad con el gran Lino Enea Spilimbergo y analizando en Italia a los primitivos y los maestros del Renacimiento; en 1929 confraternizando con los surrealistas (en particular con Louis Aragón) y con un protosituacionista Henri Lefebvre, de quienes absorbe la idea de que un verdadero artista debe estar comprometido con la revolución, integrándose al movimiento antiimperialista y adquiriendo una simpatía por las reivindicaciones sociales comunistas que lo acompañará (temáticamente) durante el resto de su vida; en 1934 realizando obras sobre arpillera como Manifestación y Desocupados, adaptando el arte político que reclamaba el muralista Siqueiros a la pintura; en 1942 recorriendo Oruro, Cuzco, Machu Picchu, Arequipa, Lima, Guayaquil, Quito y Bogotá y tomando apuntes; en los ’50 pintando la creciente miseria de las provincias; en 1964 empezando a construir sus collages de la serie Los monstruos con distintos materiales y codeándose con nuevos artistas locales como Greco, Heredia, Noé, Minujin, Robirosa, Ferrari, Puzzovio, Wells y Cancela, nutriéndose del arte pop, del informalismo y de todo lo que se le cruzara; en los ’70 viajando por el mundo ya como El Pintor Argentino; y en sus últimas obras de los ’80 incursionando (por primera vez, como si fuera una asignatura pendiente en su vasta obra) de manera cruda y sugestiva en la temática, como el caso de su “Cristo en el garaje”, influenciado (según el mismo) por Pablo Suárez y haciendo de alguna forma alusión a las torturas y las desapariciones de aquella época. Si hoy Berni es sinónimo de museos y de grandes revisiones y honores es porque esta codicia ocular derivó en una obra generosa, tan influyente como crítica.

Si algo demuestra Los Ojos es que su mirada supo ver ese país que no miramos, pero que de todas formas sigue estando ahí, creciendo en forma monstruosa pero a la vez vital. Buscando siempre nuevas posibilidades expresivas y cuestionándose su propio rol como artista, el Berni que describe García (que además de periodista cultural es un buen compositor de canciones) es un petiso picarón, capaz de seducir a una mujer 40 años más joven y de bajar el volumen de sus audífonos en las reuniones sociales y hacerse el tonto cuando las charlas le resultaban aburridas. García parte de la mirada del Berni pintor, de su obra, para contar la historia del Berni hombre, dando a entender que si su obra es fascinante es porque su biografía lo encontró tan compenetrado con su función artística en su taller (Berni fue un pintorazo, de eso no caben dudas) como atento a revolver los basurales donde encontró la materia prima de algunas de sus obras más célebres. Basta leer sobre el contexto social en el que Berni pintó Manifestación (hoy propiedad del empresario-coleccionista Costantini) para entender que el mercado del arte se ha vuelto más voraz, más astuto y más monstruoso que cualquier pintor, por más genial que sea.

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