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Domingo, 15 de enero de 2006

YASUNARI KAWABATA: HISTORIAS EN LA PALMA DE LA MANO

Una delicada compasión

Los breves relatos de Kawabata merecen ser leídos más atentos a la intimidad que a la distancia cultural del exotismo.

 Por Pedro Lipcovich

Historias en la palma de la mano
Yasunari Kawabata
Emecé
292 páginas

Un hombre se ha mudado a un departamento junto a una casa de velatorios; el cuarto de baño da a un callejón donde se pudren coronas de flores; frente a la ventanita del baño del hombre está la del baño de la funeraria, adonde, durante los velatorios, van las mujeres a retocarse el maquillaje. “Saben que nadie las ve.” El narrador las ve, jóvenes, serenas, aterrado las ve retocarse los labios, “como si ella tuviera la boca embadurnada con sangre que hubiera lamido de un cadáver”. Pero, una vez, hay una chica que llora, “sus hombros se agitan con la pena”, ella no es como las otras. Sin embargo, antes de irse, hace algo que trastornará al narrador y al lector.

Esta compleja epifanía, escrita en 1930, ejemplifica el misterio gemelo –la muerte y la feminidad– al que Yasunari Kawabata dedicó la mayoría de las 146 narraciones “que caben en el hueco de la mano” (Tenohira no shósetsu), según él mismo las denominó. El término epifanía vale para estas iluminaciones en el sentido que adquirió a partir de James Joyce. Kawabata había leído Dublineses, y participó en los movimientos de vanguardia que, en la década del ‘20, incluyeron a Japón. En las Historias... se disciernen las marcas del surrealismo: por ejemplo, y para bien, en la mancha blanca sobre la cara herida de “El ojo de su madre”; quizá para mal en el facilismo onírico de “La frágil vasija”. Y responden al expresionismo los labios rojos del hijo del prestamista que, sobre el fondo sórdido de “La casa de empeños”, indagan respuestas posibles ante la deuda que todo ser humano debe afrontar.

Mencionar estas referencias sirve a una precaución: Kawabata no debería ser abordado desde la supuesta distancia cultural –en cuyo extremo está el exotismo–; merece ser leído como prójimo, para no distraer la intimidad extrema que es capaz de otorgarnos. La selección publicada por Emecé incluye 70 textos, que en su mayoría no tienen más de cuatro páginas, ordenados cronológicamente entre 1923 y 1972. La traducción no es directa del japonés sino del inglés (la edición omite mencionar esto), si bien la traductora Amalia Sato revisó y corrigió la versión inglesa a partir del original. Muchas de las Historias... habían sido publicadas en vida de Kawabata, quien, nacido en 1899, murió por mano propia en 1972.

Las mejores de estas historias están diseñadas a partir de unos pocos elementos asimétricos. Así, en “La mujer del viento otoñal”, un grillo, una enciclopedia, unas hebras de pelo sucio de una mujer hermosa y un marido moribundo generan un ámbito de duro erotismo donde se inscribe la cita de un poema clásico: “El viento hace rumor de la llegada del otoño/ y rompe el sello del séptimo mes/ dispersando una hoja única”. En esa particular organización del texto –comparable a la organización del espacio en un jardín de piedra japonés– se revela que, en este autor, las reglas de generación de la epifanía responden a lo más decantado de su cultura de origen. Esto puede hacerse presente en el lector como un particular sentimiento, que es el de lo delicado. El mismo Kawabata, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, en 1968, pudo discernir una “delicada compasión” en “la calma profunda del espíritu japonés”.

La última de las Historias..., “Apuntes sobre País de nieve”, escrita pocos meses antes del suicidio de Kawabata, puede ser leída como una críptica nota final. Es una extraña versión torpe de aquella novela grande y sutil: la memoria del sexo en los dedos del hombre, de velado erotismo en País de nieve, acá resulta procaz; y las vacilaciones del visitante, que sostienen la novela, se reducen a negligencia estéril. Al evaluar la obra de Yasunari Kawabata, vale poner en primer lugar sus textos de más difícil clasificación: es el caso de El maestro de go y el de estas Historias en la palma de la mano, cuya serena complejidad propicia una lectura inagotable.

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