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Domingo, 5 de marzo de 2006

ANDREAS MAIER: KLAUSEN

Hay vida detrás de un cuadro

La segunda novela de Andreas Maier recurre nuevamente al chisme, pero esta vez conectado con la política.

 Por Juan Pablo Bertazza

Klausen
Andreas Maier
Tusquets
204 páginas

En uno de sus cuadros, titulado La gran fortuna, el pintor alemán Alberto Durero (okay, perdón: Albretch Dürer) retrata los contornos de Klausen, una provincia en el idílico valle alemán de Eisack. Región que le da título a la segunda novela del multipremiado y (por lo menos en nuestro país) tan cool Andreas Maier, de la cual se publicó ahora la traducción al español. La referencia a Durero no es azarosa ya que, además de ser el artista más famoso del Renacimiento alemán, se caracterizó por absorber los costados más teóricos del arte italiano.

Y Klausen está, de la misma forma, muy embebida en la cultura y, también, en el fascismo italiano. Emplazada en el Tirol del sur (conflictiva región perteneciente a Italia desde épocas de Benito Mussolini), con los años se ha visto muy postergada por la mala convivencia de sus habitantes. A fuerza de ser sinceros, sus propias agencias de turismo reconocen que, en los últimos 50 años, el principal interés turístico del que se valió el pueblo es, precisamente, figurar en el cuadro de Durero. Y en la novela, esa misma obra aparece parodiada con la pintura Vista de Klausen del artista Pareith, amigo y coequiper del protagonista Josef Gasser (quien –a su vez– tiene mucho del Adomeit de su anterior novela), con quien erigirán un comando supuestamente terrorista.

Sin lugar a dudas, el “supuestamente” debe estar en todo momento en boca de los lectores de Maier. Ya desde Martes del bosque, su primera novela que le hizo un lugarcito de privilegio en el mercado editorial argentino, Andreas Maier demostró su profundo interés en las conjeturas sobre las conjeturas: todo el palabrerío que quiere hacer algo con una falta imposible de llenar: “nunca jamás pueden conocerse los hechos tal cual ocurrieron”. La fuerza que tiene este tópico en Klausen nos hace acordar al Onetti de Los adioses, donde resultaba imposible decidir si la chica joven era hija, amante o ambas cosas, del protagonista. Pero hay una evolución de Maier en la manera de abordar la temática del chisme, desde Martes del bosque hasta esta parte. En Klausen, novela que no cuenta con el humor de su antecesora, Maier pudo conjugar la maestría que tiene para teorizar y mostrar la esencia del rumor con un móvil político: “Por desgracia en una democracia no se puede prohibir nada. En democracia todo el mundo puede usar su lengua viperina”, dicen los fachos de Klausen, y entonces queda claro por qué una fracción se preocupará por medir el nivel de contaminación acústica en cada casa a altas horas de la madrugada, con el objetivo de recuperar ese silencio del que antaño gozaba Klausen. En ese sentido, resulta muy elocuente, y casi risible, cuando al anunciarse una conferencia sobre Heidegger (filósofo asociado comúnmente al nazismo) el pueblo rompe a festejar, aunque desconoce absolutamente todo acerca del autor de Ser y tiempo.

Por su lado, el tiempo, ese tiempo que pasa entre el grabado de Durero y la reproducción de Pareith, y que también es político, reforma las características económicas del lugar. Tal vez sea justo decir, además, que otro hallazgo de Maier es encontrar lo extraño, no en otros mundos lejanos, sino en su propio país. Y es que la historia de Klausen, cuyos ciudadanos están absolutamente embrutecidos y el único motivo de orgullo con el que cuentan es que Kati (hermana de Gasser) salga en las revistas de chimentos por sus trabajos como actriz, es también la historia de cómo una provincia antiguamente rica comienza a emprobecerse, paradójicamente, con la llegada del progreso. Lo cual se simboliza en dos elementos físicos: la silla desvencijada y podrida donde se sienta tozudamente la madre de Gasser y el castillo de Ploderburg, que servirá de refugio a esos extranjeros, los ciudadanos no pertenecientes a la Unión Europea, que están en los antípodas de los viejos turistas; y que luego será ocupado por la banda de Gasser para armar una festichola, emborracharse y supuestamente, planear un atentado contra su propia ciudad natal.

Bastante más fácil de leer que Martes del bosque, Klausen ofrece una buena ocasión para conocer a un joven y buen escritor de un país del cual, como diría el propio Maier, nos llegan más rumores que noticias.

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