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Domingo, 30 de julio de 2006

STRANGERS: TAICHI YAMADA - IN SEARCH OF A DISTANT VOICE

Sábana rasgada

¿En qué se diferencias los fantasmas de la literatura occidental y los de la oriental? Los libros del japonés Taichi Yamada lo exponen con escalofriante claridad.

 Por Rodrigo Fresán

Strangers
Taichi Yamada
Traducción al inglés de Wayne P. Lammers
Faber and Faber, 2005
203 páginas

In Search of a Distant Voice
Taichi Yamada
Traducción al inglés de Michael Emmerich
Faber and Faber, 2006
183 páginas

El miedo más fácil de narrar es el vampiro: romántico y seductor, con preciso manual de instrucciones, y metáfora de tantas cosas y conductas. El fantasma es el más difícil y complejo: poco y nada sabemos de ellos, sus leyes son difusas y –como bien lo probó el revolucionario Henry James– hasta es posible que sean sólidas emanaciones de la mente de los vivos. De ahí que abunden las novelas y sagas y comics y series de televisión con personajes de colmillos afilados y que muy pocos se animen a la sábana o a la transparencia.

Lo que nos lleva al reciente boom fantasmagórico –cine y novelas– que desde el Lejano Oriente viene embrujando desde hace unos años a Occidente. Y es que los fantasmas de ojos rasgados son diferentes a los de este lado (aunque en más de un sentido curiosamente parecidos a los de Adolfo Bioy Casares en su puntualidad casi automatizada) y, de algún modo, son más verosímiles porque a sus invocadores no parece interesarles en absoluto la explicación de su existencia muerta sino el efecto que provocan sobre las permeables psiques de los vivos. Ejemplo perfecto del síntoma y del diagnóstico son estas dos novelas de Taichi Yamada –Tokio, 1934, guionista de éxito para los estudios Shochiku y ahora novelista– donde la interferencia de los espectros en las estaciones de los vivos producen algo que acaso sea mucho más terrible que el terror: una melancolía moral y cotidiana –una ordinariez, en el mejor sentido de la palabra– con la que ya estarán familiarizados los seguidores de Haruki Murakami o, también, los fans de la Twilight Zone de Rod Serling. Ya saben: lo fantástico como uno de los territorios del realismo. De ahí que a nadie extrañe que tanto el protagonista de Strangers como In Search of a Distant Voice vengan de complicadas relaciones amorosas y que se abracen al fantasma o a la idea del fantasma –que finalmente no es otra cosa que la posibilidad y la tentación de modificar sus respectivos pasados– para así pensar en cualquier otra cosa menos en la soledad de sus pisitos de súbitos solteros (en Strangers) o (en In Search of a Distant Voice) de soltero que se prepara para dejar de serlo vía matrimonio arreglado por su jefe.

El guionista Harada –en Strangers, celebrada tanto por Bret Easton Ellis como por David Mitchell– se pierde y se encuentra en la súbita materialización de sus padres muertos en un accidente de tránsito cuando él era un niño.

El oficial de inmigración Tsuneo –en In Search of a Distant Voice– comienza a oír la voz de una mujer incorpórea que lo incita a recordar un episodio traumático sucedido ocho años atrás, en Oregon, EE.UU.

Así, Harada y Tsuneo no son atormentados por esos artefactos de venganza que suelen ser los fantasmas occidentales sino más o menos bendecidos por esas máquinas del tiempo que acaban siendo los fantasmas orientales. Presencias que no piden cuentas en plan Brontë ni aportan justicieras revelaciones finales sino que, por lo contrario, hasta es posible que rediman y curen sin llegar, eso sí, a eufóricos extremos dickensianos.La cuestión, claro, es si los fantasmas de Yamada –aunque no los inspire la revancha– dan miedo como los de Shelley Jackson o Richard Matheson o Peter Straub o John Connolly. La respuesta es no, porque tanto Harada como Tsnueo no ven fantasmas sino que –a diferencia de lo que ocurre en Occidente desde los edwardianos tiempos de Hartley & Onions & Co.– apenas se limitan a mirarlos con esa prosa casi naturalista donde el efecto se produce por defecto.

Lo que no significa que los japoneses no sepan asustar: ahí están esas películas donde el agua corre por las paredes o esas cabelleras se arrastran por debajo de las frazadas y ahí está “The Mirror”, relato de Murakami recopilado en el reciente Blind Willow, Sleeping Woman, al que le bastan apenas cinco páginas y un guiño narrativo muy british para asustar toda una noche.

Alguna vez Oscar Wilde –parodiador del género con un fantasma atemorizado por los mortales– aseguró, categórico, que “la totalidad de Japón es invención pura. No existe tal país, no existen tales personas”.

Las novelas de Yamada –los fantasmas de Yamada– le dan la razón a Wilde para, enseguida, quitársela con el golpe de una corriente de aire que cierra una puerta, abre una ventana y, de pronto, aquí vienen, aquí están, dándose a conocer con tres golpes tan parecidos a tres caricias.

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