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Domingo, 3 de septiembre de 2006

POLICIALES

Un detective cascarrabias

Reaparece el inspector Morse, en un policial inglés de enigma clásico, pero con rudeza americana.

 Por Sergio Kiernan

Hay un número de opciones, finito pero grande, para complicar una trama policial. Una muy confiable, inglesa y probada en el tiempo, es la de crear un pool de sospechosos, establecer que uno o más de uno puede ser el o los asesinos, y complicar todo dándoles a varios razones sólidas para matar y mentirle a la policía. El inspector Morse es un malhumorado especialista en este tipo de intrigas: por algo el hombre hace crucigramas.

La trama aparece en la cuarta novela que Colin Dexter le dedicó a su Detective Inspector de la policía de Oxford, La joya que fue nuestra, publicada por Letemendia en un acto de admiración sincera. Resulta que el personaje de Morse es famoso por la notable serie de la televisión británica que se arrastró por 33 episodios a la largo de una década. Inspector Morse fue una de esas cosas que sólo les salen bien a los ingleses, cuando se ponen el impermeable y se atan el sentimentalismo. Donde los norteamericanos –y casi todo el resto del mundo, encabezado por los argentinos– hubieran exhibido un policía gruñón pero querible, los ingleses lograron un Morse frustrado, desagradable, manipulador, muy pero muy malco y solo como un perro. O un inglés.

Esta cuarta novela que acaba de publicarse en castellano nació como un guión de la serie, lo que se nota en un tempo más rápido y una serie de descripciones situacionales y visuales que Dexter suele pasar rapidito. Morse conserva intactas sus manías: maneja su viejo y hermoso Jaguar (poco, porque en ésta bebe mucho), verduguea a su abnegado sargento Lewis, un proletario feliz que lo admira por su inteligencia y educación, y se derrite ante señoras algo pasadas de maduritas pero atractivas y bebedoras. En esta entrega, Morse está además obsesionado por tomar cervezas añejadas en barriles de roble, logra entrar a la cama de una Sheila Williams y abusa del Glenlivet doble, sin hielo ni agua.

Le hace falta, porque en el mejor hotel de la bella Oxford, justo enfrente de ese sueño que es el Ashmolean –uno de los museos más excéntricos y antiguos del mundo– acaba de llegar un tour de norteamericanos de la tercera edad en recorrida de ciudades históricas. En una novela inglesa, se sabe, los norteamericanos funcionan de brontosaurios y de espejo: son brutos y ruidosos, pero a la vez resaltan el paralizante snobismo de la vida inglesa. El problema es que una señora del tour aparece muerta de un ataque cardíaco apenas se registra en el hotel y su cartera no aparece. Nada de más, sólo que en la bolsa estaba una joya prerromana de incalculable valor, que la dama iba a donar, por testamento de su primer y finado marido, al Ashmolean, para completar un antiquísimo cinturón que custodia el museo.

Morse no cubre robos, pero está aburrido en sus vacaciones y aprovecha que hay un muerto –¿quién te dice?, porque si la señora murió del susto de que la roben, es casi un asesinato– para meterse en el caso.

Lo que sigue es la fascinante mezcla de misterio tradicional, a la inglesa, con la brutalidad realista que Dexter adora. Feo, de mediana edad y cascarudo como su personaje, el autor comenzó a escribir policiales ya maduro, luego de encontrarse encerrado en un chalet en medio de un verano de diluvios, chalet que sólo contenía un estante de policiales malísimos. Dexter jura que le resultaron tan patéticos, que decidió escribir uno él, usando elementos de los que sí le gustaban. Así, hay una segundo muerto, éste realmente asesinado y de un modo horrible. Hay secretos de alcoba de una sordidez insólita. Y hay mentiras apilándose. Como siempre, Morse se desvía, se distrae, arresta al hombre equivocado y se mufa, hasta que de pronto todo se ilumina con claridad de mediodía. Un lindo libro, pese a los patéticos errores de la traductora, que confunde cosas como “linterna” y “antorcha” y cree que un “grandfather clock” es el reloj del abuelo, y no un reloj de pie. ¿Qué decir? Si los españoles lo hubieran editado, sería aun peor.

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