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Domingo, 17 de septiembre de 2006

RESCATES

Los apuñaladores

Se recupera un Sciascia perdido en castellano

 Por Mauro Libertella

Es un libro de 1976. Leonardo Sciascia lo escribió mientras pasaba de un género a otro, y hoy lo podemos leer como la tangible edificación de un puente. Atrás, en el origen, están sus novelas policiales, como El día de la lechuza y El contexto. Y adelante, lo que vendría: la literatura en la que mejor se supo desarrollar, que el crítico Esteban Nicotra definió con suma precisión como “relatos de reconstrucción histórica novelada, en base a documentos histórico-jurídicos o a crónicas”. De esa cosecha salieron algunos libros inmortales como El teatro de la memoria, 1912+1 o Puertas abiertas, e hicieron del siciliano un autor de culto por definición. Por eso Los apuñaladores, cuya primera traducción castellana hace tiempo estaba desaparecida, vuelve ahora con una nueva traducción para insistir en que los límites entre lo policial y lo histórico en Sciascia en realidad siempre fueron difusos, si no ilusorios. La historia es simple y se puede resumir en pocas líneas. En la ciudad de Palermo, un día de 1862, trece personas son misteriosamente apuñaladas en trece puntos matemáticamente estratégicos de la ciudad. Los apuñaladores es la historia de la investigación del crimen, pero es también la condensada y precisa biografía tanto de los acusados como de las víctimas, de los testigos y de los jueces. En definitiva, es un ladrillo más en aquel mural que ha construido Sciascia a lo largo y ancho de su vasta obra, una sólida pared en donde está inscripta la más desnuda idiosincrasia del pueblo de Sicilia. Porque, acaso, libro a libro, Sciascia no ha hecho otra cosa que despellejar la engañosa fachada de su pueblo para mostrarlo crudo y sin metáforas.

Los apuñaladores es un libro profuso en recortes de diarios, fuentes policiales y notas al pie, con aclaraciones históricas hechas por el autor. ¿Ficción? ¿Realidad? Es difícil de afirmar, pero justamente el juego que propone Sciascia es el de desplegar un relato en donde los recursos ficcionales sirven para legitimar la realidad, y viceversa. De esta experiencia surge una prosa límpida y transparente que parecería anticipar el ritmo y el estilo con el que están escritos muchos libros de la llamada non fiction.

Leonardo Sciascia murió en 1989 en Palermo, allí donde nació y pasó toda su vida. En su última década estuvo inmerso en la vida política italiana y europea, y ocupó algunos cargos de peso en el Parlamento. Sicilia, política y literatura son así tres realidades que van juntas para configurar la figura del escritor cívico que está convencido de que con sus libros va a sofocar la violencia de su pueblo natal. Por eso podemos leer sus relatos desde lo político, pero también podemos –y muchos lo han hecho– revalorizarlo desde lo puramente literario. Pero, tal vez, dejando de lado el reduccionista mote de “autor político”, lo más legítimo sea hablar de Sciascia como ese autor de la conjugación, como un escritor de la convivencia y la coexistencia de registros, que ha escrito, entre tantísimos libros, la bella nouvelle Los apuñaladores.

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