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Sábado, 3 de agosto de 2002

Géneros

ASESINOS FANTASMALES

P.C. Doherty

Trad. Petunia Díaz

Edhasa

Barcelona, 2001

320 págs.

Imagine el lector (o la lectora) una “novela negra” ambientada en la Edad Media, de misterio obvio y resolución previsible, escrita con impericia formulaica y traducida sin interés, que sólo puede terminar de leerse como ejercicio de profesionalismo. ¡Ya está! Eso es Asesinos fantasmales, entrega del británico P.C. Doherty, autor de catorce truculentos thrillers medievales que tienen mucho que envidiarle a El nombre de la rosa de Umberto Eco o a cualquier producto similar que domine más o menos el período que elige como telón de fondo. Asesinos fantasmales, para mayores confusiones, se nos presenta como un thriller histórico, cuando en realidad no es sino una novela gótica plagada de presencias transmundanas y signos del más allá: hedores sulfúricos, susurros y ominosas advertencias, abominables visiones y fuerzas imprecisas.
De hecho, en la imprecisa novela de Doherty no hay asesinos, o los hay en un pasado muy remoto respecto de los acontecimientos que se narran. Hay templarios, eso sí, pero sólo como un disparador del dislate narrativo al que se entrega el autor. Nada que ver con La aguja hueca, esa encantadora fábula protagonizada por Arsenio Lupin, o la más ambiciosa El péndulo de Foucault, del ya citado profesor de Bolonia, que evocaban con mayor rigor histórico y con mayor provecho a los caballeros del Temple.
Estamos en 1389, en el camino de Canterbury, donde (¿cómo podía ser de otro modo?) nos encontramos con los peregrinos de Chaucer y, para mayor vergüenza del escriba de Asesinos fantasmales, del mismísimo Geoffrey Chaucer, en uno de los más deslucidos papeles narrativos (¡tan luego él, maestro en la creación de caracteres!) de los que se tenga memoria. Una noche de niebla cerrada. Un sacerdote cuenta una historia que comienza en 1308 y cuya resolución se posterga hasta 1382. Se trata del mal y sus encarnaciones, desde ya. P.D. James (escritora practicante de la iglesia anglicana) hubiera intentado una exquisita reflexión sobre el asunto. Doherty, no. Se limita, como las series Charmed o Buffy, la cazavampiros, a suponer que basta con crear una galería de personajes paranormales para que el pecado se convierta en un tema interesante. Huye lejos de Doherty, lector o lectora, antes de que el hastío te devore.

SANTIAGO LIMA

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