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Domingo, 1 de octubre de 2006

LIBRO CHICHE

La cabeza en la bolsa

Libros para los más chicos

 Por Sandra Comino

La historia empieza así: “Adela es tímida, realmente tímida. Tímida a rabiar, tímida a morir. Tan tímida que siempre quiere huir. Es verdad que le haría bien salir, pero siempre que sale mete entera en su bolsa la cabeza”. Lo primero que vemos es una mano –desde (o hasta) el codo– con una manga corta celeste, que está por tomar una bolsa de un perchero. La mano es de Adela y la bolsa también. Luego, mientras el narrador nos cuenta que Adela camina hacia el trabajo por una avenida, con la cabeza en la bolsa, la vemos tan cerca del piso que entendemos que las imágenes ilustran aquello que ella imagina, en este caso, a personas, tan sólo con oír pasos. Los zapatos de los transeúntes le hacen percibir: una señora encorvada con un mundo sobre sus espaldas, otra con una ducha sobre su cabeza, sin despertar del todo o dormida aún, un señor con cuatro tipos de sombreros apilados (podemos pensar que Adela duda de la profesión o identidad de este señor), un niño que tiene orejas de burro, un hombre lleno de relojes.

Adela trabaja en una fábrica de “patitos de plástico” y su tarea es clasificarlos y descartar los que desafinan. Solo saca la cabeza de la bolsa para darse un baño entre patitos desafinados. Sin embargo, el lector no ve el rostro porque está detrás de la cortina.

Adela tiene amigos, Leonora y Filemón, aunque no sabe (porque no los ve) que ella se viste al revés por el temor “a lo que diga la gente a sus espaldas”, y él camina con las manos para no golpearse la cabeza. La bolsa le hace perder la mirada de ciertas cosas, pero le permite disfrutar del ruido. Le encanta pasear cuando hay viento, y el domingo se siente sola, “le da miedo el silencio” y llora. El lunes cuando va por su bolsa ve que le creció un jardín. El ojo que espía el interior es todo lo que se observa de la cara de Adela en el cuento. Y cuando entrega “su jardín secreto” a un señor especialista en “cultivar pensamientos”, se produce un cambio.

El libro pertenece a los especiales de “A la orilla del viento” y a pesar de ser un álbum, tiene un argumento que para su comprensión podría prescindir de la imagen. La narración es simbólica desde la escritura y perspicaz desde la ilustración. Su autora, Marjourie Pourchete (Besanzón, Francia, 1979), trabaja, por un lado, los tamaños para darles importancia a los estados anímicos. Por ejemplo, cuando Adela pasea es muy grande, pero cuando está triste una vista aérea muestra la ciudad en tonos azules y celestes, y a ella absolutamente sola, doblada y pequeñísima; o la escalera de su casa resulta interminable, sin fin, cuando no puede parar de llorar. Por otro lado, utiliza los colores, el amontonamiento o el despojo total de objetos, para graficar los climas. La fábrica tiene un ambiente opresivo, las sombras indican los momentos del día, el jardín la libertad.

El relato es en presente, con frases cortas, poquísimo diálogo y lo estético refuerza los sentimientos de timidez, soledad y amistad. El final, sin ser didáctico, es reflexivo; el texto dice una cosa y la imagen insinúa otra interpretación.

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