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Domingo, 15 de octubre de 2006

GOLPE O REVOLUCIóN

Señora violencia

Golpe o revolución reúne dos libros donde María Matilde Ollier es consecuente con la tesis de que toda la cultura política argentina de los años ’60 y ’70 estuvo dominada por la violencia.

 Por Rogelio Demarchi

Una parte importante de la tarea editorial consiste en hallar libros del pasado con potencia suficiente como para operar en el presente y proyectarse hacia el futuro, de modo tal que valga la pena apostar a su reedición. El volumen que motiva estas líneas ilustra el concepto, ya que reúne dos trabajos de la investigadora María Matilde Ollier originariamente editados en 1986 y 1989. La reedición ha provocado un nuevo título (Golpe o revolución, La violencia legitimada, en edición de la Universidad de Tres de Febrero) que los abarca por igual y que ilustra a las claras que en nuestra historia reciente la violencia política estuvo absolutamente legitimada por los distintos actores políticos, aun cuando difirieran en el valor que le asignaban: si para unos era el instrumento que les aseguraba un nuevo golpe de Estado para mantener cierto statu quo, para otros era uno de los elementos que configuraban una práctica revolucionaria que aspiraba a cambiar la sociedad. El que piense que esos actores son, simplemente, militares y guerrillas, encontrará en estas páginas los fundamentos de por qué se equivoca.

El punto de vista de Ollier es el siguiente: la cultura política argentina en su totalidad, desde mediados de los ‘60 y hasta finales de los ’70, está dominada por la violencia. Ella entiende por cultura política “el conjunto de mitos, creaciones, prácticas, discursos, sistemas de relaciones, valores, ideologías que alimentan el devenir político de una sociedad, de un grupo o de una persona”. Y es en la interacción donde se manifiestan y expresan las identidades. Pues bien: en aquellos años, todas las identidades que se definen en la trama política contienen “tendencias más proclives a la confusión, el autoritarismo y la violencia (imposición de unos sobre otros) que a la resolución pacífica (lucha y negociación) de los conflictos”. Golpe de Estado o revolución son, entonces, las respuestas extremas que se articulan cuando se interroga el para qué de la violencia que tiñe toda la sociedad civil, con los colores de la violencia social o los de la violencia armada.

Como no podía ser de otro modo, Ollier se pregunta por el lugar que ocupa el proscripto Juan Perón en medio de esa historia: “Es notable advertir que el auge de ambas violencias (social y armada) se da de manera conjunta con una dimensión nueva de la figura de Perón, quien aparece estrechamente vinculado a ellas, tanto a los ojos de las elites como de la sociedad en su conjunto”. Es que, por aquellos años, estaban quienes creían que Perón funcionaría como un freno al comunismo y quienes, por el contrario, sostenían que sería el trampolín para la construcción de una Argentina socialista. Y Perón, claro está, jugó sus fichas en ambos sentidos según sus necesidades y sin mostrar demasiada preocupación por el reguero de sangre que sus guiños a diestra y siniestra iban generando. Al fin y al cabo, y como bien advierte Ollier, su pulseada en capítulos con Lanusse demuestra que peleaban por ver quién se quedaría con qué fracción de los partidos políticos, las fuerzas armadas y el sindicalismo, tres sectores sobre los que operaban ambos, y que Perón torció la situación a su favor con la participación de un cuarto actor que le pertenecía por completo: las formaciones especiales, o para decirlo de otro modo, la juventud maravillosa.

Lo primero que hizo Perón cuando el triunfo sobre Lanusse le permitió volver a vivir en el país (vale recordarlo, masacre de Ezeiza mediante) fue excomulgar a esas mismas formaciones especiales, convertirlas en el nuevo enemigo y fortalecer todo aparato que pudiera hacerles frente para frenarlas o, llegado el caso, diezmarlas. En consecuencia, la segunda parte de este volumen desmenuza las diversas definiciones del peronismo que fraguan los discursos de los diferentes actores para analizar cómo fue posible la hegemonía de Montoneros sobre ese cuarto actor.

Un dato no menor que se reitera sistemáticamente a lo largo de todo el libro: un más que importante número de dirigentes políticos (de Ricardo Balbín a Oscar Alende, por citar dos nombres emblemáticos) repetía como una letanía un mismo discurso que, en lo esencial, desnudaba su falta de creencia en la democracia y su incapacidad para solucionar el hato de problemas que asolaba al país.

Por todo ello, Golpe o revolución es un bro imprescindible para todos aquellos que creen que hay que seguir pensando en profundidad lo que nos pasó.

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