libros

Domingo, 12 de noviembre de 2006

TIBOR FISCHER

Quiero que me trates levemente

Tibor Fischer vuelca su mirada sobre la prosperidad de los años ’90 y descubre que esa vacuidad no es una presa fácil para la ficción.

 Por Mauro Libertella


Viaje al fondo de la habitación
Tibor Fischer
Tusquets
300 páginas

Hubo una vez en que Tibor Fischer (1959) se convirtió en un autor para universitarios cínicos y de humor corrosivo, para estudiantes de letras crónicos y adolescentes que viajan por Europa buscando el tiempo perdido. Supo forjar esa figura a base de algunos retazos biográficos cargados de idealización y, sobre todo, con un puñado de libros con títulos al mismo tiempos provocativos e inocentes. Nació en Stockport, un suburbio de Manchester, hijo de dos húngaros miembros del equipo nacional de básquet. Creció en el sur de Londres y estudió lenguas modernas en la Universidad de Cambridge. Trabajó desde muy joven como periodista freelance, escribiendo algunas crónicas para el Daily Telegraph como corresponsal en sucesivas estadías en Budapest, una ciudad que, según declaró, lo fascinó desde el primer viaje. Tanto es así que su primera novela, Bajo el culo del sapo (1992), tiene como escenario de fondo la convulsionada Budapest del ’56, cuando el fragor comunista empapaba aquellos suelos. El título surge de un refrán húngaro, que se puede traducir vagamente como “viviendo en el punto más bajo de la existencia” y, detalles más detalles menos, es la historia de su padre escapando de un régimen que parecía sofocarlo. La novela resultó finalista del prestigioso Booker Prize. Al año siguiente, la revista Granta lo catapultó en su lista de los veinte escritores ingleses más prometedores. Con los años, las novelas y los libros de cuentos publicados se fueron apilando: Filosofía a mano armada, El coleccionista de coleccionistas y No apto para estúpidos fueron algunos de los títulos que agitaron el avispero de la cultura mediática y consumista del Reino Unido de los años ’90. Porque la obra de Fischer es hija de su época. Libros escritos en pleno ascenso del Partido Laborista y del brit pop, libros que juegan a mostrar la imperfecta costura de los ’90. Son las abarrotadas páginas de una literatura que, como la de su contemporáneo Irving Welsh –aquel de Trainspotting–, heredan la tradición norteamericana del realismo sucio y la contaminan con la influencia de los relatos de irónica frivolidad de los ya no tan “nuevos novelistas británicos” (Amis, Barnes, McEwan).

La última novela de Fischer se llama, en clara referencia a la obra de Louis Ferdinand Celine, Viaje al fondo de la habitación. Es la historia de Oceane, una escéptica adolescente burguesa que vive en un lujoso departamento del sur de Londres. Oceane se hizo rica diseñando de pura casualidad la gráfica de un video-juego que se desparramó por Oriente y le abultó la cuenta bancaria. Así, la protagonista, voz narradora, puede abandonarse a una vida contemplativa, de inactividad y pereza. La novela se va desplegando con una serie de flashbacks de una velocidad casi cinematográfica, a raíz de unas cartas que la protagonista recibe de su ex novio. La trama permite, por supuesto, múltiples abordajes formales. Fischer optó por edificar un relato cimentado en la acción continua, matizado cada tanto con reflexiones y observaciones de una muy marcada primera persona. Si bien la escritura es ágil y promueve una lectura sin descansos, la trama incurre en un abuso de los lugares comunes en que ha caído cierta literatura de principios de milenio. Teléfonos celulares, drogas sintéticas, Internet, globalización: Viaje al fondo de la habitación buscar ser de este modo una summa contemporánea de la adolescencia europea, una novela en donde la juventud occidental acomodada tenga su lugar.

Si bien algún revisionismo de la década pasada es necesario, Fischer intenta fallidamente hacer una crítica desde una primera persona ingenua y plenamente contaminada por esa realidad. Y si bien a priori la propuesta es interesante, porque libera a un narrador omnisciente de hacer una crítica social explícita, la voz narradora termina siendo estéril y reviste a la novela de una impronta vacua y efímera. Así, Viaje al fondo de la habitación gana en la historia privada de una chica moderna en la búsqueda y relectura de su pasado amoroso, pero pierde profundidad con la desmedida y a veces inútil proliferación de clichés y lugares comunes de la Londres de fin del milenio.

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