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Domingo, 7 de enero de 2007

Sobre héroes sin tumbas

Rodolfo Rabanal recupera los tonos de sus primeras novelas con el sombrío y lúcido relato de la vida cotidiana en los días del Mundial 78. ¿Dónde empieza la responsabilidad individual?, se pregunta el autor. Y la trama conjetura las posibles respuestas que conducen al rostro de los otros.

 Por Claudio Zeiger

El héroe sin nombre
Rodolfo Rabanal
Seix Barral
236 páginas

La dictadura militar y sus secuelas todavía convocan relatos (que supuestamente se adeudan o están pendientes) sobre la culpa o –en versión más leve– la responsabilidad colectiva. A la vertiente testimonial (que se engloba bajo el paraguas de quienes protagonizaron “los ’70”) se suman las obras literarias y ensayísticas de escritores e intelectuales. Pero aun las obras de ficción deben tomar posición respecto del testimonio o del realismo como modelador del relato, tal como se lo plantea esta lúcida y en parte inesperada novela de Rodolfo Rabanal. Pablo, el narrador, indica que “el realismo emponzoña el corazón de quien escribe y no embelesa la imaginación del lector”. Por lo tanto, le gustaría que su relato fuese como un cuento de hadas en un país de ogros, y aun así, admite que lo que se cuenta pertenece al orden de lo real, por más inverosímil que suene en la vida real, o por más inverosímil que sea en el mundo de lo no real, el literario. Pero además de tomar postura respecto de los testimonios, esta novela se corre del lugar colectivo de discusión para indagar en la responsabilidad individual –expresión eventual de un heroísmo anónimo, silencioso–. Resulta que siguiendo a Levinas (filósofo inspirador de Lecombe, el mentor intelectual de Pablo y símbolo irremediable de la impotencia del pensamiento frente a la política extrema de la fuerza), la responsabilidad individual es en definitiva ser responsable del otro; la ética individual empieza exactamente en el rostro del otro. Y lo que le sucede a Pablo (que no es un militante comprometido y tampoco un perejil, no es un ciudadano indiferente, Pablo sabe lo que pasa, y lo sufre) es que se enfrenta al rostro del otro, el rostro de una mujer, y también al rostro de un portero monstruoso, en suma, a los cuerpos que dan una dimensión carnal al drama de una sociedad bajo la dictadura militar, más precisamente, bajo la presión colectiva generada por el Mundial 78. A partir del rostro del otro/a, el “héroe” se plantea la acción, el desafío del coraje. Apuesta y si bien no se sabe si pierde, se pierde.

En el subtexto de El héroe sin nombre, podría conjeturarse, está la primera novela de Rabanal, El apartado. El personaje se llama igual, y lo que se cuenta es algo similar, una encerrona espiritual y social, una anomia en la que la mente está lúcida pero el cuerpo exangüe. Y sin embargo, como el propio escritor señalara, ésta es mucho más referencial y las cosas se llaman por su nombre, y mientras El apartado prefiguraba el horror que viene sin datos concretos (lo que se suele denominar “lo ominoso”), El héroe sin nombre nos sumerge en pleno corazón del Proceso con referencias bien concretas a los acontecimientos.

Pablo tiene 33 años cuando inicia un sensual romance con Ana María Ryghe (una doctora que atiende a su padre), presencia un secuestro en plena calle y luego ve cómo una mujer es sacada de un auto para “marcar” a un compañero; intenta escribir un ensayo sobre el Infierno de Dante, trabaja, vive como puede. Pablo, quien ya había acompañado a su amante Ana María al penal de Rawson, donde está detenido el hermano de la mujer, decide “apartarse”. Se va a Mar del Plata, supuestamente a escribir su ensayo sobre Dante. Pero el cambio de aire no necesariamente modifica las redes en las que se oprime a las personas. Una aventura con aires conspirativos, de novela de espionaje, tiene lugar en la Ciudad Feliz. Ahí es donde se arma una trama con fondo de tesis, una situación urdida en forma novelesca que ilustra un dilema moral y pone al héroe anónimo en trance de jugarse la vida a una ficha que puede ser tan trágica como banal.

A lo largo de gran parte del texto, la novela adopta el recurso de unos “cuadernos” que escribe Pablo; primera persona incisiva y autorreflexiva, lleva adelante una minuciosa descripción de los hechos mechada con la reflexión sobre la experiencia que se va viviendo; esos cuadernos no sólo son muy ajustados a la intención de refractar la cuestión testimonial en la lente de una mirada subjetiva sino que constituyen un ejemplo transparente de algunas de las raíces literarias a las que Rabanal (escritor prolífico pero sumamente parejo en su forma de escribir) parece haber adherido desde un comienzo: Joyce, Beckett, James, el Salinger de los cuentos. Y sin embargo, sobre los tramos finales Rabanal da un salto hacia adelante y en ese esfuerzo ofrece una pieza mayor, unas cincuenta páginas bajo el título de “La reconstrucción” donde la novela encuentra su clímax, su catarsis y quizá su consuelo, un punto de fuga donde se inscribe uno de los sentidos de la figura del desaparecido alrededor del cuerpo ausente de alguien que ha dejado textos escritos. Estos se resignifican bajo la forma de conjeturas y pequeños misterios encadenados cuando no hay quien conteste palabras definitivas.

Dijimos al comienzo que además de lúcida (lo que ya no debe necesitar explicación), la novela de Rabanal resultaba un tanto inesperada. Es que sin establecer un corte tajante con otros relatos acerca de los días del Proceso, trae algo diferente. El héroe sin nombre hace foco en el dilema del intelectual frente a una aberración histórica donde la traición, la delación y la tortura llevan a honduras morales y filosóficas. Pero en vez de hacerlo a la manera de la “novela de ideas” o de tesis, lo hace como una “novela de cuerpos”, sobre todo por el erotismo que se pone en juego en la relación de Pablo y Ana María. Sin sobreactuar la pesadumbre de esos años, los recrea con una capacidad sensitiva que muestra el regreso en gran forma de un escritor al que rara vez se consigna en los balances de poder del campo literario. Y es que Rabanal, sin ser un héroe anónimo de la literatura nacional, es uno de sus puntales más bien silenciosos, oblicuos. Desde su lateralidad poco bulliciosa, ha entregado una de las novelas más atendibles sobre la dictadura y su época, cuyas versiones –testimoniales, ficcionales– no cesan.

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Imagen: Ana D´Angelo
 
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