libros

Domingo, 14 de enero de 2007

ANTONIO CABALLERO

Un caballero de culto

Sin remedio retrata los años ‘80 en Bogotá y es la única novela de un conocido periodista colombiano. Elogiado por García Márquez y comparado con Fernando Vallejo por la visión escéptica y desencantada de su país, este libro de culto de Antonio Caballero llega ahora a la Argentina.

 Por Mariana Enriquez


Sin remedio
Antonio Caballero
Alfaguara
574 páginas

En Colombia, su país natal, Antonio Caballero es un personaje famoso, pero no por Sin remedio, su primera y hasta ahora única novela. Sobre todo, se lo conoce como periodista y caricaturista político: en los setenta fue jefe de redacción de la revista de izquierda Alternativa, que marcó a una generación y fue de las primeras publicaciones opositoras de Colombia; en 1999 ganó el Premio Nacional de Periodismo Planeta con No es por aguar la fiesta, libro que recopila sus artículos más importantes de los ‘90, y es columnista de la revista Semana. Como caricaturista ganó en 1994 el premio Simón Bolívar, y él explicó: “Ese ha sido, desde los catorce años, mi primer y más constante oficio. Caricaturista en el sentido estricto: uno que hace dibujos chistosos y grotescos; y caricaturista también en un sentido más amplio: uno que describe la realidad, simplifica y exagera”.

Sin remedio tiene mucho de caricatura, y de sátira. “Cada cuadro es una caricatura completa de toda la sociedad colombiana, que a Antonio Caballero parece parecerle pervertida y condenada, y que a su modo de ver no tiene salvación, como el protagonista de la novela, tan parecido a él mismo”, escribió Gabriel García Márquez sobre una novela que cuando se publicó por primera vez en 1984 casi no fue reseñada por los medios culturales. Gracias en parte a que fue ignorada, y gracias al elogio de García Márquez, la novela se convirtió en un libro de culto, y en una referencia sobre cómo era Bogotá en los ‘80. “Aunque yo exageré”, decía Caballero en una reciente entrevista televisiva. “Hoy en la noche bogotana todos toman cocaína y corren en autos caros, pero entonces, ese clima era menos que incipiente, o pertenecía sólo a una clase.”

La clase que Sin remedio satiriza –y analiza– es la oligarquía bogotana, a la que él mismo pertenece (los Caballero son una de las familias más tradicionales de Colombia). Para hacerlo, usa como protagonista a un hijo pródigo: Ignacio Escobar, poeta frustrado que vive de la fortuna familiar. Pero seguramente no se trata de una novela autobiográfica: el autor se crió en Madrid, estudió en París –y vivió el Mayo del ‘68– y luego completó sus estudios en Londres; allí comenzó su trabajo como periodista en la BBC y The Economist, para luego mudarse a Colombia y convertirse en un personaje de los medios locales. Ignacio, en cambio, vive en estado de larva. Se la pasa en la cama, pensando poemas que jamás escribe y homenajeando mentalmente a Rimbaud. Apenas parece darse cuenta de que su novia lo abandonó. “La libertad no consiste en pasarse la vida solo y desesperado, cocinando espaguetis, lavando platos, fregando ollas, restregando sartenes. La libertad debe ser un festín en el que corran todos los vinos, en el que se abran todos los corazones. No esta mierda”, se queja. Y cuando puede salir de su encierro autoimpuesto, recorre la noche de Bogotá: las discotecas junto a su amante modelo, las reuniones clandestinas de militantes trotskistas o maoístas que le piden un largo poema épico y discuten sobre el arte comprometido, los antros donde se bebe aguardiente, suenan boleros desafinados y se aburren las prostitutas. Cuando no vaga por la noche, Ignacio visita a su madre Leonor, una decadente dama de la clase alta en perpetuo duelo por su hijo Focioncito –muerto a los cinco años de edad–, rodeada de sus parientes funcionarios públicos y de personajes grotescos como el cardiólogo Ernestico Espinosa, monseñor Boterito Jaramillo, o el anciano poeta Ricardito.

Sin remedio es una novela episódica, como si Ignacio abriera y cerrara puertas, entrando cada vez a un nuevo mundo que el autor describe con pluma filosa, determinado nihilismo y una gran cuota de desesperanza. “Caballero se distingue del resto de los colombianos por su inteligencia y su cultura, mezcladas en medio vaso de un humor corrosivo que podría parecer resentimiento si sus amigos no supiéramos que no es más que el ácido muriático de su incredulidad irreparable.” Así describe García Márquez el tono de la novela, que algunos críticos han comparado con la obra de Fernando Vallejo. “Bogotá es una ciudad horrible... Una ciudad renegrecida, reblandecida, informe, pululante de gente, como una gruesa morcilla purpúrea cubierta de insectos, bruñida de grasa, goteante, rellena de sabe Dios qué porquerías –sí, de sangre putrefacta–”, escribe Caballero, y en su relación amor-odio con la urbe natal recuerda a Vallejo, con el que comparte origen, desencantos y la pasión por la lengua, muy clara sobre todo en la erudición al citar y recrear géneros poéticos clásicos, desde sonetos hasta poemas épicos pasando por epitalamios. Pero la similitud llega hasta ahí. Caballero satiriza a los hijos de la burguesía fascinados por la revolución, pero en su ferocidad hay cierta nostalgia, y un evidente romanticismo; se limita al estrato social que conoce, y con cierto pudor apenas menciona o ataca al “pueblo”. Y además Sin remedio es una novela plagada de escenas eróticas heterosexuales sumamente autoindulgentes –Escobar la pasa mal en todo, salvo en el sexo–, planteando un universo de deseo muy distinto al de Vallejo. Pero no es difícil comprender por qué resulta el reflejo de una época: salvando las distancias, Sin remedio es una Menos que cero colombiana, extensa y barroca, de diálogos punzantes y pasajes de comedia insólita, donde las modelos evitan los avances de coroneles lúbricos que se apellidan Buendía y los jóvenes ricos y perdidos se pasan las noches encerrados tomando cocaína porque afuera hay toque de queda.

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