libros

Domingo, 4 de febrero de 2007

CELL, DE STEPHEN KING

¿Quién habla?

A partir de su rechazo al celular, quizá por venganza, Stephen King elaboró una novela de terror donde la destrucción empieza cuando se contesta la llamada. Resultado: entretenimiento puro, bien calibrado hasta el final.

 Por Mariana Enriquez

Cell
Stephen King
Plaza & Janés
458 páginas

Casi no hay preámbulo: un hombre joven que acaba de conseguir un buen contrato para publicar sus historietas se une a la cola de gente que espera para tomar un helado. De repente, varios usan su teléfono celular: responden una llamada, o la hacen. Y entonces reciben El Pulso, un fenómeno no explicado que básicamente los transforma en zombies violentos y caníbales. El joven historietista no usa celular y, entre el espanto y el estupor, ve cómo a su alrededor se desata el Apocalipsis. Para la sexta página de la novela, la matanza y el caos ya están en plena marcha: es la ciudad de Boston, un hombre muerde la oreja de un perro, una adolescente de teléfono colorido intenta comerse a su mejor amiga que a su vez se golpea la cabeza contra un palo de luz; los autos pierden el control y se amontonan, bloqueando las calles; las estaciones de servicio arden, las explosiones arrecian, los aviones se caen, las telecomunicaciones dejan de funcionar. Todo por alguna vibración que emana del celular, elemento omnipresente de la cultura global, el peor –o el mejor, según se lo mire– conductor de un daño semejante; el medio ideal para propagar la destrucción del mundo.

Lo más probable es que en su última novela traducida al castellano –ya acaba de publicar una nueva, Lisey’s Story– Stephen King sólo haya querido hacer uno de esos chistes de los que tanto disfruta. A lo mejor quiso tan sólo escribir una pequeña sátira gore sobre el celular –él no usa– y expresar su fastidio de forma un tanto sádica. Como sea, lo cierto es que le salió una excelente novela de terror. Por primera vez King se atreve a usar el gore y la descripción minuciosa de atrocidades como recurso casi excluyente, y lo hace con la maestría de un escritor genial: no recarga y conserva un sorprendente humanismo. Con calma, compasión y sin pausa describe las catástrofes cotidianas: la desesperación de un hombre a quien sólo le queda suicidarse, el abandono de un gato al que los sobrevivientes no pueden llevarse consigo, las lágrimas de una adolescente que estuvo a punto de ser asesinada por su madre y la angustia del protagonista, Clay, que piensa obsesivamente en el celular colorido que tiene, lejos de donde él está, su hijo de 10 años. Así como, una vez más, King demuestra una empatía impresionante con los lectores y los personajes, también es capaz de asquear y espantar como nunca: los escenarios de Cell son ciudades devastadas, recorridas por seres mutilados, descerebrados violentos y en estado de descomposición que solían ser humanos.

Los protagonistas de la supervivencia, que viajan de noche porque entonces los telefónicos duermen –o no exactamente, pero no develaremos aquí datos centrales de una trama llena de sobresaltos– son el historietista treintañero Clay, la adolescente Alice y el gay Tom. Una verdadera familia nacida de los nuevos vínculos, colmo de la modernidad, guiño que King no ignora ni esquiva –y de paso escribe la relación entre dos varones, uno gay, el otro heterosexual, menos homofóbica imaginable sobre todo en la literatura popular–. Pero la búsqueda final de Clay es la de su propia familia, en particular de su hijo, del que lo separan cientos de kilómetros. En esa búsqueda, los sobrevivientes encontrarán a otros (des)afortunados (entre ellos un increíble anciano profesor de un elegantísimo colegio, y su mejor alumno, un niño genio de la informática) y verán la evolución lenta pero inexorable de los telefónicos, que van cambiando sus conductas hasta convertirse en algo menos brutal, y más aterrador.

Para los parámetros que últimamente maneja King, Cell es una novela corta. Y es una novela bien pochoclera, entretenimiento puro, casi sin las ambiciones o las búsquedas que King viene desarrollando desde el accidente que casi lo mata, evento que los críticos consideran un antes y después no sólo en la vida del escritor, sino en su literatura. Cierto, las últimas novelas de King (Un saco de huesos, La chica que amaba a Tom Gordon) resultan más serias y autorreferenciales que su célebre trabajo de los años ’70 y ’80. Pero de ninguna manera son desdeñables, salvo para aquellos que desdeñan a King desde el vamos por esnobismo o desprecio. Durante esta segunda etapa, King ya había intentado hacer un uso concienzudo del gore, en la novela de ciencia ficción escatológica El cazador de sueños. Pero el libro resultó una mezcla algo agobiante de teorías conspirativas demasiado explicadas y telepatía. Además, se citaba a sí mismo todo el tiempo, pero lo hacía mal, con desmesura, sin medida. En cambio, y aunque suene extraño, Cell es un ejercicio de sobriedad. Con su jubiloso baño de sangre, es una especie de respiro. Pero un descanso ultraviolento, divertidísimo y hacia el final, que es el equivalente literario de un violento bajón de volumen, casi casi conmovedor.

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