libros

Domingo, 25 de agosto de 2002

Collar de perlas

Mariátegui
en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg


Horacio Tarcus


Ediciones El Cielo por Asalto

Buenos Aires, 2001

320 págs.

por Daniel Mundo
La cultura política de un país no se forma tan sólo registrando hechos heroicos, o discutiendo la puja entre partidos y fuerzas políticas; se forma también recuperando proyectos truncados, y dándole voz y cuerpo a aquellos actores que fueron vencidos y relegados a un olvido tan infame que ni los amigos frecuentan. Con un espíritu similar al que gobernó su libro anterior sobre Silvio Frondizi y Milcíades Peña, en Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Horacio Tarcus intenta reponer la historia real de un mundo que no fue posible.
Lo hace deshilvanando el peso específico de dos figuras que tuvieron suerte adversa: Samuel Glusberg y José Carlos Mariátegui. El libro, que se niega a ser una simple biografía, se ocupa de mostrar lo que condensa la amistad que se tejió entre estos personajes. Esta amistad heterogénea entre un admirador de Lugones y albacea de Martínez Estrada, y un marxista desobediente, está atravesada por otro personaje cuasi ignorado: Waldo Frank.
El intercambio de cartas entre el intelectual peruano, el editor argentino y el escritor norteamericano revela, en primera instancia, una preocupación común: crear un pensamiento latinoamericano y una acción propia que se resistan a las influencias extranjeras, sean del cuño que sean. La triangulación de estos personajes da cuenta de un ambiente político y cultural en gestación. El período reseñado llega hasta comienzos de la década del 30, cuando la muerte de Mariátegui se cruza con el primer golpe de estado en la Argentina (“¿Supongo que/ tu amigo/ Lugones estará feliz?”, le escribe Frank a Glusberg el 30 de diciembre de 1930), y América podía imaginarse aún como un territorio unitario de promesas y posibilidades. El libro ilumina el comienzo del fin de ese imaginario.
Los abundantes apéndices que acompañan el estudio de Tarcus redundan en anécdotas. Por un lado, hay un especial énfasis por rescatar la figura de Mariátegui, que durante los últimos años de su vida va hundiéndose en el aislamiento político e intelectual por no adherir a las órdenes y lineamientos ideológicos emanados desde Moscú. Estos postulaban, entre otras cosas, que los intelectuales (como Mariátegui) podían acompañar un proceso revolucionario, pero llegado el momento, lo “traicionarán, como ha pasado siempre”: son seres sospechosos.
Por otro lado, se homenajea a Samuel Glusberg, escritor, ensayista, poeta pero principalmente editor y “propiciador” de ideas ajenas –uno de los más grandes elogios, tal vez, que un intelectual pueda recibir–. Por intermedio de Waldo Frank, Glusberg conoce a Victoria Ocampo. De ese encuentro nace el proyecto de editar una revista –en la que también iba a participar Mariátegui, al que se le había vuelto agobiante vivir en Perú-. La revista que finalmente surgió de ese proyecto truncado se llamó Sur. Glusberg, antes que la revista tuviera forma, entró en conflictos políticos con el entorno de Victoria Ocampo, que de hecho nunca lo reconocería como uno de sus precursores. En este olvido radica otra oportunidad frustrada de la política cultural argentina. Para aprovechar esta oportunidad tal vez sea necesario realizar, como lo hace Tarcus, el trabajo de un modesto buscador de perlas, y sumergirse en el marasmo de páginas pérdidas en las que naufraga nuestra historia.

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