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Domingo, 18 de febrero de 2007

BIANCO

Los misterios de Bianco

Volumen que reúne una atendible cantidad de trabajos leídos en un encuentro literario de 2004, Las lecciones del maestro pone en el centro la figura y la obra de José Bianco. Como si tratara de revelar un misterio tan cálido como ambiguo, resulta una investigación conjetural sobre su lateralidad en la literatura argentina.

 Por Alicia Plante

Las lecciones del maestro.
Homenaje a José Bianco
Daniel Balderston Compilador
Beatriz Viterbo
280 páginas

José Bianco no es un narrador que “abundara” en obras, su paso por la ficción resultó lateral, discreto, escaso, y sin embargo fue, en palabras de Borges, “un intelectual de verdad, un hombre de letras sensato”, y según él, “uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos”. Para Ricardo Piglia, Bianco sabía como nadie en la Argentina “qué era la literatura”. Alguien, al decir de muchos, agraciado con el don de la amistad y del relato verbal. Para Luis Chitarroni, por su parte, Bianco fue “el maestro único, uno de los estilistas más admirables de la lengua escrita, un Sócrates sin discípulos y con demasiadas visitas”.

Las lecciones del maestro resulta del deseo de materializar los importantes aportes de los participantes en el homenaje al escritor organizado en el Malba en 2004. Incluye los comentarios –imposible hacer referencia a todos– de veintisiete escritores argentinos contemporáneos que lo conocieron en persona o que al menos están profundamente familiarizados con su obra. Daniel Balderston se ocupó de compilar las colaboraciones, y es asimismo autor de la Introducción, un primer artículo que ofrece al lector un análisis notablemente completo, meticuloso y bien fundamentado de la obra del escritor.

Recorremos asimismo los comentarios de Noé Jitrik, que regresa a las nouvelles de Bianco tras haberlo dejado de lado, contrito y reconsiderante a partir del juicio de otro, para lamentar sobre el final –de Bianco– una conversación interrumpida por la muerte con un escritor que tocó “zonas muy profundas en mí y pasó a ocupar un lugar principal en la literatura argentina”. Por su parte, María Moreno, con la cortedad de la inexperiencia y a pesar de la actitud inicial de Bianco, impaciente y rayana en la descortesía (ante la cual ella sufre un embarazoso desmayo por terror), a fines de los ’70 consigue hacerle una excelente entrevista, y ciertos comentarios cercanos al desencanto confesional empiezan a aflorar: “Usted no sabe lo que es haber sido un escritor no acorde con su tiempo y, encima, de la misma generación que Borges”.

La aparición en librerías de su “novela intempestiva” (como la define José Amícola) La pérdida del reino, en 1972, generó alguna sorpresa en los medios literarios acostumbrados al proverbial sentido de la ambigüedad, del “cuándo detenerse”, de Bianco. El relato tiene “ese clima ligeramente decadente y depravado de las élites agropecuarias argentinas previas a los años ’60”, que sirve de marco a las figuras de dos hombres envueltos en una “relación erótica inexpresable”. Las peculiares características constructivas del relato se adaptan, en último análisis, a lo que Bianco sabe que Sur todavía parece sancionar y “se pliega a un pudor narrativo típico de su generación” al silenciar tres explicitaciones posibles: las escenas escabrosas, la inclusión de cualquier elemento que guarde relación con el peronismo, y la aparición inequívoca “de una relación homosexual”. La obra de Bianco, por otra parte y según lo analiza Amícola, corría “el peligro de pasar inadvertida” frente a construcciones narrativas más modernizadoras, como las que ya representaban Cortázar y Puig.

A la vez, volviendo a los comentarios de Balderston sobre la novela, en La pérdida del reino existen “inesperadas irrupciones del feminismo de la época, con una crítica de las clases sociales y, de modo muy sutil, un rechazo de la represión sexual” característica de la “clase dirigente”, u “oligarquía”, como la llama en otros momentos, terminología categórica e inusual en él.

Este pensamiento que se perfila como cuasi contestatario y que lo induce a mencionar en la novela el análisis de Thorstein Veblen sobre “el ejercicio del ocio ostensible” no parece pertenecer al hombre que contemplaba el mundo en derredor con una “mirada oblicua”, al integrante dilecto del círculo casi fetal de amistad y poder de Silvina Ocampo / Adolfo Bioy Casares / Jorge Luis Borges. Hay antecedentes para este cambio, muy posiblemente evolución, de Bianco: como lo señala Balderston, ya había traducido a autores identificados con la lucha contra el nazismo como Sartre y Camus, y a Pierre-Henri Simon con sus duros planteos respecto de la Iglesia católica. También tradujo Las criadas, de Jean Genet, con el revuelo consiguiente. Por otra parte, una “militancia callada y algo clandestina” lo llevó a “tener que ver con la fundación del Frente de Liberación Homosexual en Buenos Aires”. Y para restar aún más inocencia a la posición detrás de estas actividades, en 1973 el escritor afirma durante una conferencia que da en Harvard que “hasta la literatura que parece más alejada de cualquier intención ideológica lleva implícita una suerte de denuncia”.

Por otra parte, retomando el intento por comprender las expresiones y los alcances del cambio en Bianco, en el ámbito de la revista Sur, donde Bianco se desempeñó como jefe de Redacción, un auténtico “operador cultural” durante 23 años, se produjeron hechos importantes que también corresponde entender como antecedentes: en 1961 Bianco es invitado por Casa de las Américas para viajar a Cuba y formar parte del jurado de su premio de literatura. Victoria Ocampo no le perdonó que aceptara y en una nota suya aparecida en Sur se lavó las manos públicamente de la decisión de Bianco, que al regresar, quizá por otras razones, consideró agresiva su actitud y presentó la renuncia. Es sabido que ella le legó el departamento de Larrea y Juncal donde Bianco vivió hasta su muerte. Ese “desencuentro” de tan inapelables consecuencias entre dos personalidades definidas, la proverbial capacidad de ella para aterrar a las personas con su ira, posiblemente fue menos dramático de lo que pareció. De hecho, como comenta José Amícola, once años después de dejar la revista, Bianco le rinde un pequeño tributo en su novela.

Son, en síntesis, importantes los indicios de un proceso de transformación en la persona del escritor. Proceso del cual intuimos más de lo que sabemos y que hace a una definición, posiblemente a su libertad. Balderston da bastante y minuciosa información, pero no se compromete a interpretarla. Algún motivo debió tener para abstenerse. Quizá, como entresaca Luis Chitarroni en su artículo sobre Las ratas, “todas las interpretaciones pueden canjearse y, en honor a la verdad, lo mejor que podemos hacer es desistir del inocuo propósito de alcanzarla”. O tal vez sea simplemente preferible no andar pateando vacas sagradas...

Desde un inevitable interés en Bianco el hombre, me pregunto si su mutación la recorrió solo o si alguien lo escuchó, lo acompañó, lo apuntaló, se lo hizo posible o al menos más fácil. Y creo que el interés que suscita en nosotros este volumen también es una pequeña forma de homenaje.

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