libros

Domingo, 1 de septiembre de 2002

El regreso de los gnósticos

El espía del tiempo


Marcelo Figueras


Alfaguara

Buenos Aires, 2002

368 págs.

Por Jonathan Rovner

Poco importa entender las aberraciones de la Historia, si así como están ya sirven de material para una historia entretenida. Eso es, por lo menos, lo que parece pensar El espía del tiempo, la última novela de Marcelo Figueras.
El lugar es una republiqueta sudamericana llamada Trinidad, cercana y parecida a la Argentina –los hechos ocurren en Santa Clara, su ciudad capital–, en algún momento cuidadosamente intempestivo de nuestro tiempo. El protagonista, Van Upp, es un detective erudito y religioso, tal como lo prescribe la tradición chestertoniana. “Tenía un interés sincero en la verdad, y ser policía le parecía una forma sencilla de desaparecer detrás de algo más grande que él.” Van Upp tiene una asistente que no lo entiende pero lo quiere, unos colaboradores tan leales como inútiles y una misteriosa compañía llamada EuroBombay, vinculada con el narcotráfico y el cristianismo primitivo, decidida a aniquilarlo. Cuenta además, con un forense, Carranza, amigo y confidente con quien acostumbra a razonar las motivaciones de cada caso, a través de algunas citas de Shakespeare. Las víctimas, finalmente, son los cuatro comandantes, llamados Pretorianos, tiranos genocidas ya seniles, igual que los nuestros, indultados por el bien de la débil democracia reestablecida.
Los crímenes resultan ser crímenes perfectos, impunes, y el asesino, en cierto modo, no es otro que el vengativo Dios del Antiguo Testamento. Marcelo Figueras pone elementos de la historia argentina inmediata en diálogo con buena parte de la tradición judeocristiana, pero al servicio de un ejercicio imaginativo literario, “las páginas más aterradoras de la novela (dice Figueras en los agradecimientos al final del libro) están basadas en hechos reales tomados del libro Nunca más”. Salvo por este detalle histórico, la nueva novela de Marcelo Figueras es un policial con elementos fantásticos y especulación borgeana-enciclopédica.
El espía del tiempo es a su vez un libro dentro del libro, en el que se cuenta que existe una Compañía secular, fundada por los herederos del gnosticismo luego de la caída de Bizancio, dedicada a ir por el mundo procurando erradicar las encarnaciones del mal absoluto. Esa construcción traiciona la axiología del relato, obligándolo, en cierto modo de la misma manera en que lo hizo la historia con la idiosicrasia argentina, a darse vuelta.
Para la Compañía no son los comandantes, precisamente, la encarnación del mal absoluto. Trinidad es, al igual que la Argentina, una democracia hecha de electores hipócritas y funcionarios corruptos. Es este elemento tomado de la realidad mediática lo que le permite a Figueras construir un espacio de ficción en el que las instituciones propias de la política y el derecho nos restituyen a cierta dimensión oscurantista medieval, en la que los pasajes bíblicos, los escritos gnósticos y la tragedia shakespeareana resultan pertinentes a la interpretación de hechos siempre insólitos y desconcertantes que se suceden casi de manera acumulativa, para, en última instancia, elaborar una explicación amoral de la venganza, cierta forma ancestral de la justicia por mano propia. Van Upp, por su parte, acababa de salir del neuropsiquiátrico en el que se pasó toda la década de la dictadura, y precisamente por eso es que el ministro sugiere que le den el caso. Lo que nadie debe saber aquí es que será el propio Van Upp –elsabio con contactos hasta en el Vaticano, el único que entiende la profundidad metafísica de los asesinatos– quien complete la tarea del asesino para luego irse a morir a Groenlandia.
Viajes, misterio, aventuras y personajes anacrónicos: El espía del tiempo, así lo anuncia el volumen, va a llegar tarde o temprano a las pantallas de cine.

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