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Domingo, 1 de septiembre de 2002

Obituario

“¿Quién era Sherlock Holmes y quién el Doctor Watson?”, se pregunta el Corriere della Sera luego de que una de las parejas literarias más estimulantes de Italia dejó de existir como tal, voluntariamente y al menos en carne y hueso. Un amigo le contó a otro una anécdota paralela y definitoria. En su clase de italiano estudiaban, debidamente, las novelas clásicas firmadas, con ardid comercial, “Fruttero & Lucentini”. El alumno le pregunta a la profesora: “Pero, qué cosa, ¿los autores escribían juntos?”. “Certo –responde ella–, l’uno dietro l’altro”, uno detrás del otro, dejándole el aliento en la nuca.
Franco Lucentini se arrojó por el hueco de la escalera de un cuarto piso turinés el martes 6 de agosto, para terminar con los dolores y humillaciones producidos por un cáncer de pulmón. Este “gran escéptico de la risa amarga”, nacido en Roma y traductor de Borges, tenía 82 años. Algunos historiadores fechan el comienzo del fin del neorrealismo italiano con su versión de Ficciones (1955).
Desde 1971, Lucentini estaba ligado literariamente, y más, a Carlo Fruttero, con quien escribió una decena de libros. La primera novela policial, sobre el fondo de un Turín oprimente, es La señora del domingo (1972). Muchos de los títulos se convirtieron en frases hechas, se ofrecieron como juego de palabras inmediato para editores ávidos de ellos: En qué punto está la noche (1979), La amante sin residencia fija (1986) o El color del destino (1989, usado, tan previsiblemente, para el suicidio de Lucentini). Fueron celebradísimos los volúmenes de la Trilogía del cretino (1985, 1988 y 1992).
El suicidio de Lucentini tiene antecedentes eminentes: el de Cesare Pavese (1905-1950) y el de Primo Levi (1919-1987), a quienes encontraron también en Turín, como a Lucentini, muy cerca de la Mole Antonelliana (cuya silueta emblemática es hoy de plena actualidad en Buenos Aires, debido al conflicto obrero en la fábrica Grissinopoli). Reservados en sociedad, feroces en sus libros, Lucentini y Fruttero se convirtieron de entrada en un inquietante “caso literario”. Binomio indisoluble que no dejó de concitar preguntas del tipo quién-es-quién. “¿Importa? Bueno, eran los dos Sherlock Holmes. Eran de una complementariedad única. Carlo comenzaba una frase y Franco la terminaba, a uno se le ocurría una idea disparatada y grotesca y el otro la cincelaba; Carlo era el gran inventor de las situaciones y Franco, un exquisito de las formas”, opina Tullio Kezich en el Corriere.
Solo, Lucentini publicó en 1947 La puerta (angustia existencial en monoblocks romanos, contracara de la ciudad vaticana), cuatro años después Los compañeros desconocidos (elegida por Elio Vittorini para lanzar una colección célebre en la editorial Einaudi) y Noticias de las excavaciones en 1964. De 1971 es El plomero no viene, antología poética que inicia la empresa “F & L”.
Tras la extinción de Lucentini, los suplementos culturales entrevistan a Fruttero. “Son momentos de silencio”, los defrauda. En La Stampa, escribe tres días después: “Su suicidio fue el de un bricoleur. Se mató con lo que tenía en casa. Era imposible tirarse por ese absurdo hueco de la escalera. No sólo hace falta tener enorme coraje, para mí inconcebible, sino también astucia. Pero Lucentini estaba hecho así, en ésta y en mil otras cosas que no puedo contar”.

POR SERGIO DI NUCCI

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