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Domingo, 8 de julio de 2007

JUAN JOSé SEBRELI

Los desencantos

La nueva reedición de Una rebelión inútil de Juan José Sebreli coincide esta vez con un cierto revival de Ezequiel Martínez Estrada. Sebreli vuelve a la carga con un nuevo prólogo y un texto clásico de parricidio intelectual contra el adalid más brillante del pesimismo filosófico.

 Por Facundo Martínez

Martínez Estrada, una rebelión inútil
Juan José Sebreli
Sudamericana
186 páginas

Sí, definitivamente se huele un retorno. La reedición de la obra de Ezequiel Martínez Estrada, el ensayista maldito que despertó críticas y elogios en todo el espectro político, puja por ocupar espacios en las librerías y en los suplementos literarios. Ahora bien, ese regreso que estimula y renueva el pensamiento crítico con su potencia y estilo arrollador, tiene un precio. Así lo entiende Juan José Sebreli, quien oportunamente acaba de reeditar su primer libro, dedicado íntegramente al autor de Radiografía de La Pampa: Martínez Estrada, una rebelión inútil. Una crítica inevitable, un ejercicio modelo, sobre la vida y obra del escritor que, si bien fue escrita bajo las sombras de la dialéctica de los años ’60, por momentos remonta, y eso suscita un atractivo singular, el tono encantador del género necrológico, incluso sin serlo, similar en su pomposidad y elocuencia a aquellos apuntes biográficos que Sarmiento publicó durante su exilio en Chile y que luego le sirvieron para darle marcha a Facundo.

Aunque el misterio se despacha tardíamente en el ensayo que, siguiendo al autor en su cuarto prólogo, “inaugura la crítica al sociologismo lírico”, resulta imposible obviar a lo largo del mismo el sobrevuelo de cierto espíritu lucacksiano; pero no el Lucacks de El alma y las formas, sino aquel filósofo marxista que levanta su dedo acusador, en El asalto a la razón, contra el irracionalismo y más específicamente contra Nietzsche y Schopenhauer, a quienes endilga el delito de contribuir a una “apologética indirecta del capitalismo” (del latifundio en el caso de Martínez Estrada). Precisamente, la influencia del filósofo alemán sobre el pensador argentino es un tema que inquieta al joven Sebreli, quien en algunos pasajes parece aferrarse a la razón con tanto énfasis como lo haría un náufrago a una balsa.

Cada uno de los capítulos de Una rebelión inútil, resultan ataques severos y sostenidos sobre el diagnosticador intuitivo y pertinaz de los traumas y las desventuras del país. Nada queda en pie. Ni siquiera los años que Martínez Estrada se abrazó a la revolución cubana. Porque para el biógrafo crítico, las acciones de Martínez Estrada parecían ser el producto de su confusión por el hecho de no pertenecer a nada ni a nadie, del querer observarlo todo con la mirada de Júpiter, lejos de los hombres, y no el producto de una lógica implacable, de hierro. Funcional a los intereses de las clases dominantes, así lo presenta Sebreli, como un apocalíptico mesiánico que critica la sociedad pero no actúa. Está impedido. Atrapado en sus cavilaciones.

Luego de situarlo entre los escritores desencantados de los años ‘30 que, influenciados por las corrientes del irracionalismo europeo, veían la historia como una serie absurda de acontecimientos sin sentido, y de presentarlo como fiel exponente del fatalismo telúrico que culpaba de todos los males del país a la geografía y la colonización española, tal como antes lo había hecho Sarmiento en Conflicto y armonía de la razas de América, Sebreli descarga toda su artillería contra el ensayista que lo había deslumbrado en su juventud y luego desencantado. Lo acusa de no querer encontrar “ni el lenguaje ni las ideas” que lo hubieran enemistado con aquellos que él mismo decía no querer solidarizarse y de haber cumplido, en consecuencia, un papel reaccionario en la formación de la conciencia nacional. “La fuga en el fatalismo telúrico, en el pesimismo irracionalista, constituía pues una forma de reacción contra la evolución del pensamiento en el sentido dialéctico e histórico del progreso”, sostiene Sebreli. El pensamiento trágico, relegaba el trabajo de Martínez Estrada a la contemplación pasiva, descriptiva de los males del país. La suya era una visión abstracta que impedía el accionar concreto y alejaba del todo la posibilidad de una transformación social.

“La historia no se hace con palabras elevadas, libros hermosamente escritos, ideas nobles, gestos generosos: se hace con suciedad, sangre y lágrimas. Por eso Martínez Estrada prefería ponerse guantes y adoptar una actitud puramente teórica, contemplativa, quietista”, escribe Sebreli. Para él, Martínez Estrada lejos está de ser “el puritano en el burdel” que describe, varios años después, Pedro Orgambide en Genio y figura, por caso la necrológica laudatoria del personaje en cuestión. Sebreli remarca la cuestión sartreana de que no actuando, se actúa: “Todo silencio es una voz y toda prescindencia es una elección”. Pero Martínez Estrada no asimilaba eso de que había que ensuciarse las manos, no reclamaba ese lugar, no le interesaba. Amparado en su ideal moralista, más que el centro prefería el exilio hacia los márgenes, la proscripción, el aislamiento del mundo. Algo que sin dudas favoreció la creación y el fortalecimiento del mito de escritor maldito.

Martínez Estrada –sugiere Sebreli– no quería que su crítica tuviera consecuencias concretas. Se complacía sosteniendo su indignación y temía que la sociedad cambiara realmente, porque de hacerlo, el “profeta desarmado” se hubiera quedado sin objeto de crítica, sin razón de ser. Es una idea audaz. Como aquella que sostiene que el “sociólogo telúrico”, el hombre de la “espada inmaculada” no quería ser un vencedor, sino simplemente un luchador. Esta faceta también es atacada con vigor por Sebreli, quien le cuestiona el hecho de criticar y oponerse a todo y a todos en general para no tocar nada ni a nadie en particular. Y eso, aunque no lo deseara el ensayista, lo convertía en un defensor de statu quo, en un crítico ineficaz. “Las teorías del fatalismo telúrico, del eterno retorno y del resentimiento histórico –apunta el autor- lejos de incitar a los hombres a los cambios, los paraliza en la angustia y en la humillación (...) La rebelión contra el estado de cosas intolerable es necesaria para todo hombre auténtico –pensaba Martínez Estrada– pero a la vez imposible, porque nada se podía cambiar; estábamos condenados a una tarea absolutamente gratuita y vana: la rebelión inútil.”

Es cierto que Martínez Estrada buscaba fascinar, seducir al lector con todo tipo de artificios y construcciones imaginarias, como bien pueden encontrarse en La cabeza de Goliat. Buscaba, quizás, atrapar las conciencias con su música, como aquel innovador que Nietzsche describe en La gaya ciencia que ansiaba encontrar un maestro en el arte de los sonidos que tradujera sus ideas para de esa manera hacer de la simiente un árbol fuerte. Porque el árbol necesita tempestades, dudas, roedores, gusanos, que le permitan mostrar la fuerza de su simiente.

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