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Domingo, 29 de julio de 2007

SAFRANSKY

Vidas de filósofos

Rüdiger Safransky incursionó varias veces en el arte de biografiarvidas de filósofos. Ahora es el turno de Schiller: una reconstrucción de aquel gran invento filosófico conocido como “idealismo alemán”.

 Por Mariano Dorr

Si la vida es ya, de por sí, un fenómeno extraordinariamente complejo y de muy difícil abordaje, la vida de un filósofo es un verdadero desafío para un tipo especial de escritor: el biógrafo de filósofos. Diógenes Laercio (con su Vidas y opiniones de los filósofos, escrita entre 225 y 250 d.C., según los expertos) marca una tendencia que prácticamente se convierte en sello: fechas dudosas y comentarios superfluos. De todos modos, ¿qué otra cosa es la vida de un filósofo? Al fin y al cabo, es precisamente esa “superficialidad fechada” la que hace de estos textos los relatos fascinantes que en definitiva son. En este sentido, Rüdiger Safransky se revela como el Diógenes Laercio de nuestro tiempo: ya publicó Schopenhauer o los años salvajes de la filosofía, Un maestro de Alemania, Martin Heidegger y su tiempo, y Nietzsche. Biografía de su pensamiento. Su cuarto trabajo Schiller o la invención del idealismo alemán (Tusquets) es un extenso recorrido por la cultura alemana de la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX, a través de la vida de Johann Christoph Friedrich Schiller.

A pesar de mostrar, desde muy joven, claros signos de genialidad, Schiller tuvo muchos problemas en sus años de estudiante. Ingresó a la Karlsschule (un “vivero militar”) por orden del duque Karl Eugen, quien se negó a que Schiller estudiase teología, exhortándolo al derecho y la medicina: “Sus rudimentarias recetas lo desacreditaron en su época de médico de regimiento”, escribe Safransky. Absorto en la escritura de Los bandidos (obra que lo hizo famoso), aceptó trabajar en una enfermería: “arrebatado por el propio texto, gesticulaba y hacía girar los ojos en forma tan salvaje que los enfermos puestos a su cuidado temían por la salud mental del enfermero”. Para poder dedicarse de lleno a la literatura, tuvo que huir del duque (que habiéndole prohibido escribir, llegó incluso a encarcelarlo). En estas primeras ciento cincuenta páginas, Safransky narra esta liberación como una agonía. Lo mejor del libro comienza con la llegada de Schiller a Weimar (1787), donde traba amistad con Wieland (traductor de Shakespeare al alemán) y Herder.

A partir de aquí, la biografía cede por momentos al ensayo, y Safransky se concentra en la segunda parte de su título: la invención del idealismo alemán. Schiller entiende a Kant como “un filósofo de la libertad creadora” y, en consecuencia, muy cercano a su propio trabajo. En el terreno del arte, intentando ir “más allá de Kant”, Schiller desarrolla una teoría de “lo bello objetivo”: belleza es libertad en la aparición. Según esta definición, libertad en la aparición significa poner en escena los elementos combinados de manera que pueda aparecer su libertad o su semejanza con la libertad”, escribe Safransky. “La vida es así. Es rica en formas, peligrosa y bella”, anota el autor, dejando resonar un eco schopenhaueriano, nietzscheano y heideggeriano en su explicación de Schiller: “El idealismo de Schiller ve las cosas y los hombres tal como son cuando llegan a sí mismos y desarrollan el juego de la vida en la forma consumada de su posibilidad y vitalidad”. La belleza es, entonces, un fenómeno (“una fiesta”, dice Safransky) de la libertad.

El momento más esperado del libro (la amistad con Goethe) es retrasado por Safransky una y otra vez. El acercamiento se produce finalmente gracias a un pedido expreso de colaboración de Schiller: lo invita a formar parte de la revista Die Horen (Las Horas). Entre otros invitados, aparecen Kant, Herder, Fichte, Humboldt, Hölderlin, Friedrich y August Wilhelm Schlegel. Imperdible. Años más tarde, cuando “Jena en conjunto va cuesta abajo” (habían expulsado a Fichte por ateo), Schiller se lamenta de la torpeza del nuevo profesor, un tal Hegel.

“¿Cómo no hablar de sí?”, se preguntó Derrida, alguna vez. No hay texto que, en sus entrañas, no oculte una suerte de autobiografía. En los pasajes en que Safransky intenta “reponer” los misterios de la vida y obra de Schiller, se encuentra lo más pobre de su biografía. Allí se repiten las fórmulas: sucesos “que se grabaron” en Schiller “con tanta fuerza”. Y, en definitiva, lo que Safransky escribió de Schiller dice menos del filósofo mismo que del propio Safransky.

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