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Domingo, 29 de julio de 2007

RESCATES

Las cartas de Truman Capote

 Por Mauro Libertella

Quienes quisieran leer sólo la primera y la última carta de la correspondencia de Truman Capote, se encontrarían acaso con el verdadero Truman: un sureño melancólico y atormentado que supo refugiarse bajo los pliegues de uno de los escritores más famosos y mediáticos del mundo. La primera epístola data de 1936; Truman, de once años, le escribe a Arch Persons, su padre: “Como sabrás, mi apellido ya no es Persons sino Capote, y me gustaría que en el futuro te dirigieras a mí como Truman Capote, ya que todo el mundo me llama así”. La última carta, así sin mayúsculas ni otros protocolos, como las solía redactar, es de 1982, y está dirigida a Jack Dunphy, su pareja: “te echo de menos dime cuándo llegas besos Truman”. Dos años después, sitiado por adicciones diversas, moriría en Los Angeles, un mes antes de cumplir los sesenta años.

En el medio hay de todo. Cientos de cartas (breves, largas, apasionadas, ascéticas) que arman el mapa de una vida que, sobre todo, no supo de mapas. La vida de un escritor que tuvo un prematuro abandono familiar, que conoció la orfandad, la escuela militar, los trabajos mal pagos, las grandes revistas de literatura, la fama desmesurada, los excesos, la depresión y la muerte que llegó demasiado pronto. Las cartas de la década del cuarenta muestran al Capote más sociable; cartas largas y exuberantes que dejan constancia de sus primeros libros, de su pareja y del mundillo literario de Nueva York, que Capote alguna vez retrató con ironía y se ganó más de un enemigo. Las cartas de la década del cincuenta muestran a un Capote indeciso. Nómade en el viejo continente, el autor de Desayuno en Tiffany’s no encuentra la forma que tanto busca, y prueba con el teatro, el guión y el periodismo experimental. Eran sin embargo años de gestación. Toda una década en la que Capote fue descartando esquemas literarios hasta que un día de noviembre de 1959 leyó en el New York Times: “Rico granjero y tres miembros de su familia asesinados”. Supo entonces que el tema requería una nueva forma, y las cartas de la década del sesenta son la radiografía de sus fantasmas y tormentos en el proceso de investigación y redacción de A sangre fría, su obra más famosa. Las cartas de la década del setenta y sus últimos años son cortas y tristes. Aunque Capote jamás pierde el trato cariñoso y la vivacidad que cruza toda su correspondencia, el desencanto es endémico y sella con un corte trágico sus últimos años.

Otra lectura posible de Un placer fugaz –formado por cientos de cartas dirigidas a amigos, editores, fanáticos y parejas, que Capote redactaba a mano y que ahora salen reunidas con fecha, rigurosos pie de página y otras referencias útiles– sería aquella que busque los momentos, nada escasos, en que Capote habla bien y mal de otros escritores. Sobre Hemingway: “Si hay alguien en cuyos brazos aborrecería estar, ése es Ernest Hemingway”. Sobre Gide: “André Gide vive aquí. Va al peluquero del pueblo y se pasa la tarde entera allí sentado, dejando que niños de diez y doce años le enjabonen la cara. Es un entrañable ancianito despistado”. Sobre sí mismo: “Fui hijo único, y muy bajito para mi edad. Cuando tenía tres años, mi padre y mi madre se divorciaron. Mi padre no era malo conmigo, pero nunca me gustó, ni entonces ni ahora. Por desgracia, mi madre, que sufrió varios abortos y de ellos resultaron problemas mentales, se volvió alcohólica y convirtió mi vida en una pesadilla. Acabó suicidándose. Siempre fui una persona precoz, tanto intelectual como artísticamente, pero inmaduro en el aspecto emocional”. Así, tragicómicas, son estas cartas. El fanático se topará con pedazos desconocidos de su vida narrados en primera persona; el estudioso podrá acceder al arco biológico de la gestación y la publicación de prácticamente todas sus obras; y el lector iniciado leerá allí lo que quiera: el caos, el desorden, los esplendores y los eclipses de un icono del siglo XX.

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