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Domingo, 9 de septiembre de 2007

BIANCIOTTI

El decorado y las máscaras

La última novela de Héctor Bianciotti, publicada originalmente en francés, plantea la vida de un pianista desgajado de su tierra y marcado por una visión shockeante.

 Por Claudio Zeiger

La nostalgia de la casa de Dios
Héctor Bianciotti
Tusquets
130 páginas

Entre dos escenas fuertes, dos visiones enceguecedoras como fogonazos en la oscuridad, y claramente simbólicas de la castración, transcurre esta novela de Héctor Bianciotti. En ese entretiempo, tiempo de espera e inmovilidad, pasan unos cuarenta años en la vida de un pianista –joven virtuoso a sus 16 años– que no se puede enamorar ni parece tener deseo (“gracias” a esa primera escena fuerte, relacionada con el padre, puede conjeturarse), y discurre entre adultos divagantes, la música del piano, viajes y casas de variadas locaciones.

Congelada hace años en rituales, ceremonias, un barroco atemperado y una escritura tan cuidada como carente de pasión, la literatura de Héctor Bianciotti se nos ha vuelto cada vez más lejana. Hombre de letras emigrado de la pampa a la Francia, hizo una carrera destacable que lo llevó a trabajar en la editorial Gallimard y Le Nouvel Observateur. Desde 1981 se nacionalizó francés y en 1996 se convirtió en el primer hispano en ingresar a la Academia Francesa. La nostalgia de la casa de Dios fue escrita en francés y traducida al castellano por Ernesto Schoo.

En los años ’70, en un artículo titulado “Tapiz”, Severo Sarduy escribió que “toda la obra de Bianciotti podría leerse en función de arraigo o desprendimiento, de fijación o caída, entre el personaje y su fondo. A veces lo accesorio lo presenta, borrándose, mobiliario escueto como el de una casa de pescadores; otras, al contrario, se hipertrofia, subraya su armadura, lo expulsa. El personaje se convierte entonces en una máscara huidiza, en un rostro tachado o en esa ausencia que señalan, en su repetición, los decorados de cartón-piedra, fijos”.

Esta descripción de Sarduy sigue siendo vigente para caracterizar la narrativa de Bianciotti si nos guiamos por esta novela. El nomadismo de los personajes sobre escenarios móviles que bruscamente pasan de la luz al negro, de los colores brillantes a la opacidad; y en este sentido se puede decir que ahí radica el mejor Bianciotti, el escritor pictórico especialmente sensible a la luz y el color. Las “máscaras huidizas” de Sarduy se reiteran una y otra vez, desde Los desiertos dorados a Ritual, de Ritual a La nostalgia de la casa de Dios; una genealogía jamesiana se hace evidente, pero el desajuste también, en un relato de una época que ya no exige ni es devota de la elusividad. Por eso lo que en José Bianco no dejaba de tener sentido y encanto (más allá de que también hartara un poco su pudor), en esta novela de Bianciotti francamente hace ruido. La nostalgia del título no resulta casual, o al menos nos permite una interpretación. Hay nostalgia por un sistema literario que funcionaba, que tenía vitalidad a pesar de narrar, muchas veces, la falta de vida. Manucho (Los ídolos), los cuentos y nouvelles de Bianco; quizás hay que leer a Bianciotti en esa línea y en la nostalgia por la pérdida de esa línea. O quizás haya que leerlo en francés y abandonar toda pretensión de acercarlo un poco a la memoria de la literatura argentina. En cualquier caso, La nostalgia de la casa de Dios entrega poco más allá de su acertada paleta, de su capacidad dramática para los diálogos y monólogos, de su metáfora seca pero un tanto redundante acerca de la castración y el desamor.

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