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Domingo, 4 de noviembre de 2007

PIñEIRO

Viudas e hijas

¿Cómo seguir después de un batacazo como el de Las viudas de los jueves? En parte alimentando cierta confusión involuntaria de géneros e intenciones, Claudia Piñeiro logra dotar a su nuevo libro de un abanico de múltiples lecturas.

 Por Luciano Piazza

Elena sabe
Claudia Piñeiro
Alfaguara
176 páginas

A la hija de Elena la encontraron colgada del campanario de la iglesia, un día lluvioso. Nadie duda de que haya sido un suicidio. Salvo Elena, porque sabe que su hija no se acercaría a la iglesia un día de lluvia. Elena sospecha una trama más compleja que el suicidio. Para poder investigarlo necesita moverse a voluntad, pero no domina su cuerpo. Padece Parkinson, y no puede enfrentar el esfuerzo de indagar las pistas contradictorias. Una mujer que está en deuda con ella y su hija es quien tal vez pueda prestarle el cuerpo para descubrir la verdad. La novela se lleva a cabo en el tiempo que dura el efecto de las tres pastillas que le permiten trasladarse desde el Gran Buenos Aires hasta la casa de esa mujer en Belgrano.

Elena elabora las certezas y las dudas en la tradición del sombrío detective del policial negro. Es una mujer que a fuerza de dolor se forjó una fe con grietas y conoce a la perfección el mínimo mundo de placeres y de derrotas al que está arrojado su vida como enferma, viuda, y habiendo perdido a su única compañía, su hija. En un mismo tiempo, mientras que lucha contra el asiento del taxi y los obstáculos de la calle, recorre imágenes de su vida mientras intenta volver a armar las piezas. Situaciones que en otro momento fueron expectativas en su vida, pero hoy no la motivan para emprender su lucha cotidiana. Ni fidelidad ni castidad significan para ella hoy lo mismo, tirada en el asiento de ese taxi. Se pregunta si una mujer con Parkinson podría tener sexo. La voz detectivesca de Elena tiene un punto de fuga: la víctima es su hija.

Las expectativas que circulan alrededor del libro que sucede a un best seller suelen cumplirse: es una decepción para la gran masa lectora que se entusiasmó con el fenómeno original. Pero Elena sabe no da lugar a una lectura en continuidad a Las viudas de los jueves. Si Las viudas... despertó la atención de quienes confundieron un policial con un ensayo sociológico sobre la alienación en los countries en los ’90, Elena sabe deberá encontrar otra fortuita confusión para sobreponerse al fenómeno editorial.

Esta nueva novela de Piñeiro también podría confundirse como un ensayo de la potestad de la mujer sobre su propio cuerpo; o como un doloroso estudio sobre la interminable relación entre madre e hija; o también como un cronometrado recorrido del saber a la duda y de vuelta también. Cualquiera sea la confusión que acerque a los lectores será una lectura tan interesante como lo fue la confusión que los atrajo a la novela anterior.

Si la narrativa de Las viudas... se dejó leer como un retrato minucioso de un corte horizontal de la sociedad argentina, a Elena sabe le cabe el estilo de una cámara en mano que acompaña a una señora en lo que podría ser un cotidiano recorrido, pero dada su condición se transforma en una epopeya. La articulación artificial del cuerpo de Elena marca un tempo errático de narración. Tal como los pensamientos que ella deja vagar, cuyo tiempo está medido y acotado por el efecto de una medicina. La autoconciencia de cada uno de sus movimientos justifica la división de la novela en los tres momentos del efecto de su pastilla. La narración se pliega con la fluidez del pensamiento de Elena, haciendo un interesante contraste con la artificialidad de los movimientos de su cuerpo. La voz narradora alberga todo el sentido que Elena pueda hilvanar entre la historia de su hija, los escasos personajes recurrentes en su vida, y el escenario cotidiano de su barrio y los ajenos.

Su cuerpo tiene los movimientos que le permite su pastilla, que debe tomar en distintos horarios durante el día para asegurar que sus pies le obedezcan y su mente no se confunda. “Y otra vez podrá marchar, un pie delante de otro, un tiempo, entre pastilla y pastilla.”

La marcha lenta de Elena traza un arco de pensamientos que permite ir avanzando en el misterio de su vida y de la víctima. Y cada paso que la Levodopa le permite, irá desplazándose del género para llegar hasta donde Elena y el relato se dejaron llevar.

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