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Domingo, 16 de diciembre de 2007

CUATRO MUJERES EN LA REVOLUCIóN FRANCESA

Femmes fatales

Cuatro mujeres, una revolución, una proclama y un estudio preliminar, juntos en un texto de singular relevancia.

 Por Jorge Pinedo


Cuatro mujeres en la Revolución Francesa
Olympe de Gouges. Etta Palm. Théroigne de Méricourt. Claire Lacombe

Biblos
211 páginas

Escotada, desafiante, a horcajadas de un cañón, guiando a las masas, bella como la Libertad de la que se hizo icono, merecedora de un poema dentro de Les Fleurs du Mal de Baudelaire, de dudosa veracidad histórica, Théroigne de Méricourt trasciende la estampita revolucionaria para erguirse como una de las figuras pioneras de la lucha de género en la Francia revolucionaria, para extinguirse en un manicomio en 1817. No fue la única. Olympe de Gouges avanzaba el medio siglo sin que vacilara su pluma prolífera ni la marcha militante que la llevó a perder la cabeza en el invento de Guillotin en 1793. Nacida en Holanda y afincada en París a los treinta años, Etta Palm llevó el liberalismo nórdico a la incipiente República, en tanto Claire Lacombe testimonia la batalla contra la burocracia al modo de la comedia de enredos, aunque sin perder de vista que su intervención podía cortar pescuezos (que fue lo que ocurrió).

Cuatro mujeres representando a cientos, miles de otras que a partir de su inserción en la Revolución que marcó el inicio de la modernidad se desplegaron con el enunciado de su condición femenina a modo de cimiento, fuerza impulsora y plataforma de lanzamiento. Ni las primeras ni, mucho menos, las últimas, permanecen en la historia en una situación acaso paradójica pues (al decir de Elizabeth Roudinesco) cuando se observa su destino “se las siente tan incomprendidas de su época como próximas a la nuestra”. Historia alternativa a la oficial, la historia de mujeres hace honor a ese genitivo que las torna protagonistas a la vez que historiadoras. Perspectiva desmenuzada por José Sazbón a lo largo del estudio preliminar de Cuatro Mujeres en la Revolución Francesa en el que repasa con transparente rigor los momentos, las instancias, las categorías que imponen “una reestructuración de las claves del acontecimiento”. Pivote principal, la her-story (en contraposición a la his-story, como les place llamarla a l@s anglosajon@s) despliega el espacio femenino en tanto construcción y constructoras, sin replegarse ante realidades contundentes como que, en aquellas épocas, las mujeres carecían totalmente de acceso a la educación y en su reemplazo eran objeto de las influencias clericales.

Imprescindible introducción la de Sazbón, al punto que ameritaría una lectura al principio a fin de obtener encuadre y otra al concluir el volumen en la vía de resignificar los textos, se complementa con la impecable traducción, inusual edición y esclarecedoras notas al pie contextuales de José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski. Este poco usual conjunto de excelencia sociológica, histórica y literaria, merece una encuadernación acorde en lugar de la existente: una agresión al lector.

Tomados de los originales digitalizados en la Biblioteca Nacional francesa, los textos compilados de las cuatro revolucionarias reflejan un estado de situación tanto como las expectativas de buena parte de la población europea, sumergida en un proceso de cambio cuyo esencial correlato sería la emergencia del incipiente capitalismo. Coincidente, la proclama de Condorcet que cierra la antología vibra en la misma cuerda de los escritos de las cuatro damas, que oscilan entre la consigna de barricada y el ensayo filosófico propio del Iluminismo. Muesca donde se inserta la bisagra del mito fundante del Occidente contemporáneo, la Revolución Francesa, hoy por hoy deshilachado en favor del panfleto y en detrimento de la filosofía. Evidencia de que no se ha escuchado a las mujeres.

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