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Domingo, 6 de enero de 2008

MUJERES QUE NUNCA ME AMARON, DE CARLOS SCHILLING

El cuento del tío y la sobrina

Un hombre busca reencontrar a las mujeres de su vida en una conversación inagotable hecha de omisiones, ambigüedad y secretos.

 Por Juan Pablo Bertazza

Mujeres que nunca me amaron
Carlos Schilling
El Emporio Ediciones
215 páginas.

Hay una pregunta que suelen hacer los periodistas a los cantautores, generalmente cuando se les vienen los años encima: ¿Qué sentís cuando, después de mucho tiempo, volvés a cantar alguna canción dedicada a un amor adolescente que ya no forma parte de tu vida? Sin canciones ni periodistas, la historia de Mujeres que nunca me amaron –primera novela del escritor y periodista Carlos Schilling, santafesino radicado en Córdoba–lleva esa incógnita urticante a su máxima expresión.

Guillermo, un obsesivo insufrible que vive en la casa heredada de sus padres y se queja de que buena parte de su familia lo considere “media persona”, decide reencontrarse justamente con esos amores primerizos para entender en carne propia qué es lo que se siente cuando, desde las alturas del futuro, vislumbramos los restos de las hogueras del pasado. Sin saber exactamente con qué intención y con el pequeño agravante de que, a causa de su timidez, con ninguna de ellas pudo llegar nunca a los bifes propiamente dichos, lo cual vuelve aún más disparatado su llamado a cada una de ellas para decirles, después de tantos años, que fueron los amores de su vida. A esa especie de harén negativo se le suma Daniela, sobrina de Guillermo, con quien mejora su vínculo desde el momento en que él pone –acorde con la opinión que su familia tiene sobre él– “la mitad” del dinero para comprarle un auto. Así como de chica escuchaba sus historias de hadas y brujas, será justamente esta sobrina de veinte años la oyente apasionada y con dedicación exclusiva de aquellas agrias declaraciones de amor.

Lo notable es que Carlos Schilling logró plasmar una novela terriblemente adictiva prácticamente sin acciones. El grueso de la novela, por no decir su totalidad, está anclado en las conversaciones. La conversación central de la que participan tío y sobrina, y las conversaciones racontadas entre Guillermo y sus amores imposibles. Y tal vez la palabra “conversaciones” no sea la más indicada, ya que en rigor siempre hay un charlatán activo (el tío cuando está con Daniela, las mujeres cuando están con Guillermo) y una oreja pasiva (la sobrina cuando está con Guillermo y el propio Guillermo ante cada una de sus mujeres). Sólo que Daniela se involucra y se deja seducir tanto por la capacidad verbal de su tío que pasa a confundirse con una de esas cinco mujeres (situación magistralmente llevada a cabo por Schilling a partir de sus propios trucos narrativos). Es decir que, debido a posibles proyecciones, transferencias, identificaciones y demás tópicos psicoanalíticos, no queda claro si las palabras de Guillermo se refieren a sus mujeres o a su propia sobrina. Además de que algunas de esas historias de amor truncado incluyen el entorno de Daniela, generando numerosas omisiones y secretos que recuerdan ese brillante relato de Henry James que es La bestia en la jungla, en que el motor narrativo de la historia dependía exclusivamente de lo que sus protagonistas pensaban acerca de ellos mismos.

Así, Mujeres que nunca me amaron se centra claramente en el universo discursivo, aunque no libresco (no hay citas eruditas, salvo un epígrafe de W.B. Yeats), focalizando en las múltiples facetas de la palabra, desde el discurso hipnótico que no da lugar a interrupciones hasta ese gesto de Daniela que de tan llamativo merecería un nombre concreto, y radica en repetir simultáneamente en voz baja lo que dice nuestro interlocutor. Lo cual tal vez sea una delicada evocación al lector, quien en unos de los debates aquí propuestos por Schilling, acerca de si un gesto es más fuerte que una palabra, seguramente habrá tomado su decisión al terminar este libro.

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