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Domingo, 27 de abril de 2008

CRóNICAS

El infierno tan temido

Fernando Vallejo estuvo de visita en Montevideo. Fiel a su costumbre, María Esther Gilio lo entrevistaba. Como era de preverse, no fue una misión fácil. Y para colmo de males, se toparon con una concentración que observaba el emplazamiento de una estatua de Juan Pablo II.

 Por Maria Esther Gilio

En más de una decena de libros despotrica contra todo y contra todos. Contra los pobres, contra los ricos (menos), contra Fidel Castro, contra Bush, contra Jesucristo, Mahoma y el Papa. Y contra las madres que ocupadas en copular olvidan los seis mil millones de personas que ya alberga el mundo. Hay en sus páginas una tan desbordada violencia (además de sutileza, inteligencia, y seductora escritura) que nos ataca, a veces, el deseo de ir hasta el video de aquí a la vuelta y pedir un film de la familia Ingalls. Ah! esos padres que concibieron a sus hijas con la mirada puesta en el Sagrado Corazón, y esas niñas que se sonrojan cuando hablan de la reproducción de las mariposas y los colibríes...

Recuperada la calma tomamos otra vez el libro que leíamos, donde los niños matan a los 13 y mueren a los 17. Todos sabemos cuánto puede pesarnos una historia como, por ejemplo La virgen de los sicarios pero él no acepta reproches. “Fue el escritor y no este que hoy conversa contigo quien escribió todo eso. El escritor que tomó las cosas que tanto te agradan de la realidad. La vida es así, Colombia es así”, dice y fija sus ojos en los nuestros. Ojos dulces, claros, siempre al borde de la sonrisa y tan llenos de inocencia que el periodista le cree, claro, le cree, y acepta que el escritor y él son dos personas diferentes.

Distinguido con el premio Rómulo Gallegos, en el homenaje que le ofrecieron con motivo del premio desechó toda alusión a la literatura, ya fuera suya o de otros, para dedicar la mayor parte de su discurso a los animales, víctimas inocentes de la perversidad humana. Fue un extraño discurso para quien había recibido un premio literario, pero ¿quién se atrevería a criticarlo si los 100 mil dólares del premio los cedió a una organización venezolana que protege a los animales?

Cuando se piensa en las palabras de furia desatada con que describe en sus novelas ambientes y personajes, parece evidente que a esa primera persona la determina no su dificultad para poner pensamientos en la cabeza de terceros sino su necesidad indominable de dar rienda libre a su profundo deseo de destruir todo lo que a su alrededor existe y lo ofende. Las mujeres con su costumbre de dar a luz sin medida, el Papa (“¡Ah! Cuánto odio a ese travesti vestido de blanco. Yo le he deseado larga vida a este Papa. Sería la manera más segura de terminar con la Iglesia Católica).

Atravesábamos el Parque de Los Aliados hacia la Torre de Antel donde sería entrevistado por Mercedes Estronil para su programa cuando el auto tuvo que detenerse. Una multitud ocupaba Bulevar Artigas y Canning.

–¿Qué pasa aquí? –dijo Fernando–. ¿Es éste un acto político?

No, no político. Están emplazando una estatua de Juan Pablo II a doscientos metros de aquí.

–¡Cómo! ¿No dijiste tú que éste era un pueblo ateo? ¿No dijiste que ustedes tienen divorcio desde principio de siglo, que la Iglesia se separó del estado en 1915 y que desde 1934 a 1938 la mujer tuvo derecho al aborto?.

Sí, sí, claro. Todo eso dije.

–Ah, no, pero este Papa, por favor este Papa... Tú sabes lo que pienso yo de él.

Sí, claro –le dije–. Lo sé perfectamente.

Quedó en silencio, como si súbitamente le hubiera caído encima una pesada nube de melancolía. Pasados unos minutos le dije que pensáramos un poco en su libro más feliz, el de su infancia: Los días azules.

–Ohhh, tan lejos, tan lejos.

Allí hablas de “una chiquilla de bucles de oro que tenía un gato negro que se llamaba Chapín”. Una chiquilla que, como tú, estudiaba música y tras quien saliste una mañana pues querías hablarle de lo que sentías por ella. Te acercaste a su casa y encontraste a la niña rodeada de amigas que sonreían de manera ambigua. Te volviste sin hablar. Pasados los años te referís a este hecho diciendo que si no hubiera sido por tu timidez y las importunas amigas de la niña, esa mañana, tal vez, “pudo haber cambiado mi rumbo”, decías. ¿Crees que las preferencias sexuales pueden estar vinculadas a hechos exteriores, en definitiva casuales?

–Ultimamente se está hablando de algo en el cerebro que sería determinante de la homosexualidad. No sé, o mejor, eso no se ha demostrado todavía. En cuanto a tu pregunta, no sé, no sé. Imposible saberlo. Por otra parte... ¿Importa?

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