libros

Domingo, 25 de mayo de 2008

RODRíGUEZ

Chiquititas

Mirar la sociedad desde abajo. Ver el lado oscuro del
sueño de libertad de fines del siglo XIX. Estas son algunas propuestas de la desbordante novela de Antonio Orlando Rodríguez, ganadora del Premio Alfaguara 2008.

 Por Luciana De Mello

Chiquita
Antonio Orlando Rodríguez

Alfaguara
518 páginas

Que las apariencias engañan, lo sabemos todos. Pero así como no podemos dejar de admitir que es una frase de lo más trillada, al mismo tiempo encierra la esencia de la explicación metafórica que Platón exhibiera en su Alegoría de la Caverna. A desconfiar de nuestros sentidos, pues, que las cosas no son tal como las percibimos. Por lo pronto, esta pareciera ser la consigna que sugiere la lectura de las más de 500 páginas de Chiquita, la última novela del cubano Antonio Orlando Rodríguez que le ha valido el premio Alfaguara de novela 2008.

Cuando a finales del siglo XIX Nueva York se erigía ante los ojos del mundo como la ciudad madre del vertiginoso avance tecnológico que llevaría a Estados Unidos a ser la potencia mundial –que hoy vemos desvanecerse– Espiridionia Cenda, una joven cubana de apenas sesenta y seis centímetros de estatura, llega a la tierra del sueño americano. Pero lo primero que ve no son los gigantescos rascacielos ni la opulencia de Wall Street, sino las madrigueras roñosas de la periferia de la ciudad, los barrios donde los inmigrantes se amontonan en edificios descascarados a vivir a las sombras y de lo que se deshecha en Manhattan.

De manera inteligente, la novela plantea desde el inicio el juego de ir mirando qué se esconde detrás de cada semblante propuesto. “Chiquita existió, y este libro cuenta su vida”: esto afirma el autor anticipándose al primer capítulo que abre la novela a modo de preámbulo. Luego el texto impondrá un juego de exquisitos narradores que se irán diciendo y desdiciendo a medida que avanza el insólito relato de la vida del átomo cubano –como solían llamar en el ambiente del espectáculo a Chiquita Cenda–. Junto a estos narradores se encuentra el recurso de la nota al pie donde el autor se convierte en otra voz narrativa, haciendo un guiño de verosimilitud sobre las cataratas de realismo mágico que, por momentos, desbordan las páginas de la novela. Así, el libro recorre las aventuras de una refinada liliputiense cubana que se convierte en estrella del espectáculo del vaudeville neoyorquino; y ese recorrido no escatima en detalles de sus orgías sexuales, ni en la descripción de esos escenarios de feria repletos de todo tipo de curiosidades humanas: mujeres de dos cabezas, gigantes rusos, magos chinos que levitan envueltos en nubes de humo. Hasta se incluye una cofradía secreta de enanos que a través de la magia se disponen a salvar al mundo de su desquicio suicida. Pero eso no es todo. El realismo mágico encuentra un cauce donde apaciguarse: tras estos seres fantásticos el mundo no deja de ser el que todos conocemos: la guerra de independencia cubana, el expansionismo norteamericano, la mano solidaria del Tío Sam, la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión son sólo algunos de los escenarios históricos que se plantean como fondo y forma del relato. Y aquí el juego del espejo no es menor. Las pasiones políticas encarnadas en figuras históricas como Emma Goldman, el capitán Alfred Dreyfus, el presidente McKinley y el poeta soldado José Martí, dejan en evidencia hasta dónde puede llegar la influencia del imaginario de una época.

Por eso Chiquita no es una simple novela llena de peripecias sino también una interesante reflexión sobre la naturaleza de las cosas. Quizás por eso el texto cierre con una nota final, donde el autor le pide al lector que no se deje engañar por las apariencias.

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