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Domingo, 11 de enero de 2009

DEBATES

Mitos eran los de antes

Juan José Sebreli ganó el Premio Casamérica con Comediantes y mártires, el libro en el que a través de las figuras de Gardel, Evita, el Che y Maradona, revisa sus propios trayectos intelectuales ligados a la crítica del populismo y los mitos.

 Por Gabriel Lerman

Habría que hacer un esfuerzo de imaginación para pensar el mundo que nos propone Juan José Sebreli, desde un racionalismo de última hora, casi tan irreal o deformante como aquellos argumentos que esgrime para refutar mitos y leyendas populares. Su reciente libro Comediantes y mártires vuelve a ubicarlo en el plan, además, de revisarse a sí mismo, de discutir la propia historia intelectual, lo cual aporta y le brinda cierta carnadura a su relato en tanto y en cuanto respeta el tema y sus implicancias, pero se desvanece cuanto insiste en acomodar el pasado a ciertas obsesiones políticas y culturales del presente. Un libro encabezado por un epígrafe que cita al Galileo Galilei de Bertolt Brecht cuando dice: “¡Pobres los pueblos que necesitan héroes!”, pero cuyos protagonistas son Evita, el Che, Maradona y Gardel podría ser una provocación. Sin embargo, a poco de andar se descubre que no es más que confusión. En primer lugar, porque si existiera algo así como devoción o santidad en el pueblo argentino respecto de dichos personajes, en ningún caso parecería ser un síntoma de irracionalidad colectiva o desajuste perturbador en la cultura popular argentina. Si lo fuese, cabría preguntarse por qué no habrían de existir ciertas personas que, una vez fallecidas y precisamente a causa de sus biografías, de aspectos sobresalientes de sus vidas (hay uno de los cuatro que aún no murió), despiertan en la población un tipo de emoción extraordinaria, una suerte de afecto específico.

Sebreli realiza una introducción teórica donde reseña el concepto de mito pero sin discernir, pese a la insistencia racionalista, entre ídolos, héroes, mártires, y donde pone al mismo nivel al Gauchito Gil, a la Difunta Correa, a Gilda y a Rodrigo –quienes a su modo han sido objeto de religiosidades diversas– con los cuatro personajes antes nombrados. El problema es que Evita, el Che, Maradona y Gardel no sólo presentan un estatuto harto más complejo que aquéllos o que Ceferino Namuncurá, sino que además, por lo que se sepa, no ha sido la religiosidad popular la que en todo caso los venera o memora sino un entramado de referencias de la cultura masiva que no escapa demasiado a sus campos específicos de actuación. Por ejemplo, si el Che aparece en el emblema de un hincha de fútbol probablemente exprese alguna identificación con la idea de rebeldía juvenil, pero lo cierto es que el Che es un icono universalmente político. Y si, llegado el caso, la cultura masiva le “extrae” su hondura real, no está haciendo más que despolitizarlo y no al revés. La mitificación, en este caso, lo volvería algo fantasmagórico a lo que, quizá, no habría que temer. Sin embargo, la preocupación de Sebreli apunta a discutir la mitificación que se hace de los cuatro personajes en relación con su vida real; no le preocupa el mito en sí. No le importa cómo opera en la sociedad, en la cultura. Sebreli se pregunta si tal cosa pudo ser cierta, razón por lo cual sería legítimo atribuir o resaltar tal virtud del personaje. ¿Qué tiene que ver esto con la vida del mito entre las masas, con el daño que estaría infligiendo?

Su exegesis de Evita es curiosa. Reconoce y revisa su posición de los cincuenta y sesenta: “Sartre inspiraba mi visión de Evita de aquellos tiempos. Por una parte, según la teoría sartreana del bastardo como condición que predisponía al rechazo de la sociedad establecida, Evita era una especie de Jean Genet femenino (...) Los jóvenes setentistas, en cambio, pretendían transformarla en una protoguerrillera, algo que, sin duda, ella nunca hubiera asumido”. He aquí un problema de otro orden: la autocrítica invita válidamente a desmentir un concepto propio, una posición de antaño. Hasta ahí, aceptable. Pero encima se pretende juzgar o estigmatizar a quienes, tal vez inspirados (y esto es sólo un tal vez) en su idea de la bastarda vengativa, pudieron haber imaginado que Evita, si hubiera vivido, hubiese sido montonera. ¿Cómo es el asunto? Cierto reblandecimiento cultural durante el menemismo admitió a Evita, incluso no faltó auspicio y producción cultural que la evocara desde distintos lugares y formas. Eso sí, mientras el mito no se ofuscara con la oligarquía, los curas o los militares, mientras no mandara a comprar armas para formar milicias populares en la CGT, mientras sólo fuera Santa Evita milagrera, madrecita de los pobres y ya. Parte del mito, parte de la historia, ¿por dónde pasa el bisturí Sebreli?

El Sebreli de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, el que hizo Mar del Plata, el ocio represivo, el que tan luego ofreció Historia secreta de la homosexualidad en Buenos Aires, surgía con una lucidez o foco que aquí no se ven. Sin caer en la demonización vale decir que, de los intelectuales que en el último tiempo han quedado instalados en el conservadurismo político, Sebreli es alguien a quien su historia permite una apertura y una heterodoxia difícilmente equiparables. El problema es sobre qué discutir, por dónde empezar, si el mundo que nos invita a imaginar carece de revolucionarios, deportistas, cantores y otros caprichos.

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