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Domingo, 18 de enero de 2009

Románticos habrá siempre

Michel Löwy y una incursión de gran importancia teórica en el romanticismo entendido como corriente contraria a la modernidad, pero también como símbolo de la eterna rebeldía.

 Por Luciano Piazza

Rebelión y melancolía
Michel Löwy - Robert Sayre

Nueva Visión 2008
253 páginas

Desde la publicación de El pensamiento del Che Guevara en 1971, Löwy se ha destacado con una obra coherente en una misma dirección ideológica, con publicaciones tales como Guerra de Dioses. Religión y Política en América Latina y Rebelión y melancolía (El romanticismo como contracorriente de la modernidad) en Francia 1992, recientemente traducido al castellano. Michel Löwy es un intelectual brasileño, radicado en Francia, y entre otras cosas está convencido de que “todos sufrimos de un caso crónico de la paradoja de Gramsci, al vivir en un tiempo cuyo viejo orden está muriendo (arrastrando a la civilización consigo) mientras el orden nuevo no parece capaz de nacer”. Si bien esta reflexión es introductoria en su Manifiesto Ecosocialista, nos sirve para reconocer el concepto base que Löwy y Robert Sayre (coautor de este ensayo) utilizan para unificar la diversidad existente en el romanticismo: “una rebelión contra la civilización creada por el capitalismo, en nombre de valores y de ideales del pasado (precapitalista y premoderno)”.

En un cruce del concepto de “visión del mundo” de Lucien Goldman, maestro de Löwy, y el análisis de Lukács, el primero en vincular al romanticismo como oposición al capitalismo, logran una aproximación propia al harto conocido dilema de la diversidad de expresiones que existen dentro de lo denominado como “romanticismo”. Lówy y Sayre echan luz sobre una estructura mental colectiva que puede expresarse, además de la literatura y las artes, en diversos terrenos culturales como la filosofía y la teología, el pensamiento político, económico y jurídico, la sociología de la historia, etc. Para llegar al foco del romanticismo como espíritu crítico de la modernidad repasan los intentos pasados de definir y acotar el concepto, se circunscriben a una lista acotada de lo que implica la crítica romántica, y desde allí se sumergen a indagar en la diversidad política y social del romanticismo. Así es que logran una tipología de gran valor académico, que ha servido y servirá como nuevo punto de partida para ubicar autores y obras dentro de la constelación política de los últimos siglos: restitucionista, conservador, fascista, resignado, reformador, revolucionario y/o utópico.

No se trata de una apología del espíritu romántico, ni una actualización del movimiento en la historia del arte. Podríamos reconocer que trabajan para llenar ciertas lagunas teóricas en la historia del arte, y que a partir de ese esfuerzo logran ampliar los alcances críticos de una visión del mundo que excede a un tiempo y a una expresión. Si bien los autores siguen la línea del análisis marxista, en tanto el elemento unificador del movimiento romántico es la oposición al mundo burgués moderno, en donde los análisis antes encontraban aspectos reaccionarios, conservadores, retrógrados, aquí se resalta la ruptura, el quiebre, la revolución. La experimentación y la novedad artística están bien diferenciadas del entusiasmo de la novedad burguesa. De este modo se llega a una lectura del Surrealismo y del Manifiesto Dadaísta genéticamente dependiente del romanticismo: la intransigente crítica al costumbrismo burgués inseparable de una incansable búsqueda por la novedad de la forma.

La libertad que les confiere expandir el romanticismo a una estructura mental les permite realizar lecturas esperables, pero no menos agudas, como un repaso por el germen romántico en las protestas del mayo francés del ‘68; y otras más arriesgadas como la presencia romántica en la cultura de masas contemporánea. En el seno mismo de la sociedad de consumo que ese romanticismo rechaza, por ejemplo en el discurso publicitario, emergen discursos nostálgicos y pasatistas, que se remiten a valores antiguos. Es más concreto el análisis cuando describe películas como La guerra de las galaxias, El padrino y ET, en las cuales se coló el imaginario romántico. Así es que hacen del romanticismo una tradición crítica que se puede remontar hasta el Beatus ille de Horacio, pasando por el Werther de Goethe, y que logra infiltrarse en una pancarta del mayo francés del ‘68 o en los fenómenos religiosos en Latinoamérica.

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Michael Löwy
 
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