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Domingo, 8 de febrero de 2009

FILOSOFíA

Así en el cielo como en la tierra

Si Dios fue el primer administrador del mundo, hoy las grandes potencias mundiales, en especial Estados Unidos, siguen administrando la modernidad global. En El Reino y la Gloria, Giorgio Agamben continúa con sus lúcidos y demoledores análisis del rumbo de Occidente desde los campos de exterminio a la actualidad.

 Por Mariano Dorr

El Reino y la Gloria
Giorgio Agamben

Adriana Hidalgo
546 páginas

El primer tomo de Homo Sacer (El poder soberano y la nuda vida) apareció hace ya más de diez años; allí Giorgio Agamben explicaba en qué medida los campos de exterminio no fueron un simple hecho histórico o una aberración perteneciente al pasado sino “el nómos del espacio político en que vivimos todavía”. El siguiente en aparecer –confundiendo un poco al lector– fue el tomo III, Lo que queda de Auschwitz, un trabajo que presentaba una teoría del sujeto ético como testigo. El tomo II tiene la forma de una serie de investigaciones genealógicas sobre los paradigmas teológicos, jurídicos y biopolíticos que –según Agamben– “han ejercido una influencia determinante sobre el desarrollo y el orden político global de las sociedades occidentales”. El primer volumen, Homo Sacer II, 1, fue Estado de excepción, un nuevo trabajo de desenmascaramientos que ahora es seguido por un segundo volumen, Homo Sacer II, 2, El Reino y la Gloria, cuyo subtítulo presenta esta nueva investigación como Una genealogía teológica de la economía y del gobierno. La arqueología agambeniana, cercana a la de Michel Foucault, consiste en una metodología investigativa que se preocupa por comprender la situación en la que nos encontramos en el presente. Las dicotomías, las oposiciones sustanciales y conceptuales que estructuran la cultura occidental son dispuestas en la arqueología de Agamben no como conceptos opuestos sino como bipolaridades, permitiendo indagar la tensión presente en el campo de fuerzas entre los dos polos. El Reino y la Gloria –donde el método arqueológico está exhibido en todo su esplendor, casi gloriosamente– es un trabajo de una erudición apabullante, exquisito en sus análisis, y sin dudas un libro destinado a convertirse rápidamente en un clásico de la filosofía política contemporánea.

En los primeros cinco capítulos, Agamben (Roma, 1942, profesor de Iconología en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia) lleva a cabo su genealogía de la oikonomía (administración de la casa y de las cosas de los hombres). Si Carl Schmitt había señalado que la política es, ante todo, teología, Agamben muestra de qué modo la teología cristiana es desde el inicio una “economía gestional”. La praxis divina, desde la creación hasta la redención, “no tiene fundamento en el ser de Dios y se distingue de él”. ¿Cómo hace Dios, según la teología cristiana desde los Padres de la Iglesia, para administrar el mundo? Lo hace a través de la oikonomía, sustrayéndose, ocultándose él mismo, como todavía hoy lo siguen haciendo los globalizados jerarcas de la modernidad secularizada: “Esta estructura gnóstica que la oikonomía teológica ha transmitido a la gubernamentalidad moderna, alcanza su punto extremo en el paradigma de gobierno del mundo que las grandes potencias occidentales (en particular los Estados Unidos) hoy tratan de realizar a escala tanto local como global. Ya se trate de la disgregación de formas constitucionales preexistentes o de la imposición, a través de la ocupación militar, de modelos constitucionales llamados democráticos a pueblos a los que esos modelos les resultan impracticables, lo esencial en todo caso es que se gobierna un país –y, llevado al límite, la tierra entera– permaneciendo completamente extraños a él”.

Al comienzo del libro, Agamben se hace algunas preguntas elementales (¿por qué el poder necesita de la gloria?, ¿por qué, si el poder es fuerza y capacidad de acción, asume la forma rígida y embarazosa de las ceremonias, aclamaciones y protocolos?) que, una vez restituidas a su dimensión teológica, permiten “divisar en la relación entre oikonomía y Gloria algo así como la estructura última de la máquina gubernamental del Occidente”. Agamben encuentra que “la función de las aclamaciones y la Gloria, en la forma moderna de la opinión pública y del consenso, está todavía en el centro de los dispositivos políticos de las democracias contemporáneas”. El capítulo sobre “Angelología y burocracia” es impresionante: el Reino de los Cielos, con todos sus ángeles y misterios, lejos de parecerse a un paraíso, anuncia un mundo de jerarquías, gestiones, ministerios y acciones de gobierno únicamente comparables al castillo kafkiano. En este sentido, podríamos decir que –desde hace ya un buen tiempo– estamos viviendo en ese Reino.

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