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Domingo, 17 de mayo de 2009

El coleccionista de huesos

El nuevo libro de Patricia Sagastizábal conjuga, en clave policial, los años que siguieron a la caída nazi con una trama de sectas, pasiones y arte célebre.

 Por Juan Pablo Bertazza

La colección del Führer
Patricia Sagastizábal

Norma
365 páginas

A partir de las últimas décadas del siglo XX, empezó a surgir con fuerza un interrogante que aún hoy persiste, entre la incomodidad y la falta de respuestas. Podría plantearse de muchas maneras, pero tiene que ver, en lo que nos ocupa, con las formas legítimas de leer a ciertos autores que son, a la vez, simpatizantes o miembros de algún fascismo, como los típicos casos de Filippo Tommaso Marinetti –poeta oficial del régimen de Mussolini–, Louis-Ferdinand Céline –especialmente el de los tres panfletos antisemitas y Ezra Pound– quien manifestó en repetidas ocasiones sus simpatías fascistas–. La pregunta, entonces: ¿Debe separarse tajantemente su literatura de sus ideas políticas? ¿Es posible hacer algún tipo de apreciación que correlacione ambos aspectos? De cualquier forma, todas esas cuestiones subsumidas en aquel gran interrogante tienen un doblez, un opuesto, acaso menos formulado, acaso más incómodo: ¿humaniza o, mejor dicho, aplaca el horror de los grandes criminales de la historia el hecho de que hayan tenido algún vínculo con el arte, o al menos con el arte que aún hoy entendemos en sentido humanista? O, por el contrario, ¿ese mismo vínculo le quita humanismo al arte?

En La colección del Führer, Patricia Sagastizábal –abogada que dejó de ejercer su profesión para dedicarse, de lleno, a la gestión cultural y a la literatura, ganadora del Premio La Nación con Un secreto para Julia– parece haberlo dispuesto todo para desarrollar en su novela una reflexión semejante. Las continuas y oportunas referencias a célebres y shockeantes pinturas como Mujer ante el espejo, de Picasso, Melancolía de Durero, Cristo en el lago de Tiberíades, de Delacroix; El jardín del Edén, de Jan Brueghel, y Juicio de París, de Rubens, le asignan al libro una atmósfera interesante que, por momentos, parece condicionar incluso el comportamiento de sus personajes, sobre todo cuando van de la mano de una amplia paleta de colores con que la autora describe una serie de lugares que van desde la grisácea Greenwich Village de Nueva York en los años de posguerra (lugar donde comienza y finaliza el libro) hasta “el color de las noches tropicales en El Cairo”.

Sin embargo, Sagastizábal desaprovecha la ocasión de generar una serie de ideas fuerza que, lejos de entorpecer la novela, la hubiera enriquecido. La colección del Führer se limita así a desplegar un policial, una historia de grandes enigmas, sectas y pasiones que, no obstante, carecen de profundidad: Gustav Bürmstang, Ludwig von Heinneenbürg y Wilhelm von Kropf, tres integrantes destacados de la Hermandad, una curiosa secta que lleva a Hitler al poder para poner orden en Alemania, le encargan a Lucia Von Vevenau –alemana, aristócrata, marchand, hermosa y maldita– recuperar la colección de pinturas del Führer, perdida en un convento de Toscana donde fue a parar a fines de la Segunda Guerra. Pronto Lucía saca a la luz, además de las complejas internas de esa secta y las correspondientes amenazas, el hecho de que las pinturas esconden una serie de pergaminos que revelan no sólo la metodología que decidió la elección de Hitler sino también los pasos a seguir para nombrar a su sucesor.

La colección del Führer es una novela irregular que puede referir tanto a El lector –especialmente por la relación entre ella y Robert, un profesor de arte que se enamora de sus misterios para luego sufrir sus revelaciones–, y también a El código Da Vinci, en lo que hace a las capas de información que pueden esconder los sedimentos de una pintura.

Aun reconociendo que la novela logra enunciar, sin meterse de lleno en el horror ni mucho menos, la patología nazi en clave de organizaciones secretas, da la sensación de que el tema del nazismo, tan recreado en estos días por películas como Operación Valquiria e incluso El lector, crea un abismo, un vacío sin elaboración, ahí cuando cae el telón del policial.

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