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Domingo, 24 de mayo de 2009

Pajaritos y pajarracos

Entre lo fantástico y lo real, los inquietantes cuentos de Samanta Schweblin reunidos en el volumen Pájaros en la boca obtuvieron el Premio Casa de las Américas 2008.

 Por Angel Berlanga

Lo más extraordinario de los cuentos de Samanta Schweblin es el modo en el que, sin casi darse uno cuenta, se engancha con extrañas situaciones que después, cuando se vuelve sobre lo leído, parecen delirantes: la conversación, por ejemplo, entre una chica y un hombre sirena que no es un bombero con luz giratoria incorporada sino un muchacho que, en la punta de un muelle, tiene en lugar de sus piernas una cola de pez. O, bueno, la firmeza de una adolescente para alimentarse exclusivamente con pájaros vivos. O la convicción de un hombre en un relato y de unos niños en otro para cavar sin que queden muy claras las razones de esas férreas vocaciones. Unas pocas líneas, un indicio y ya: Schweblin introduce al lector en algún mundo con alguna señal de anomalía en el que algo va a pasar.

O no, por ahí no pasa nada, y lo tremendo es eso. Capaz, entonces, que lo más extraordinario de los cuentos de Samanta Schweblin sea el modo en que planta una intriga y la deja crecer y la conduce hacia desenlaces tan imaginativos como sorprendentes, o a veces engañosamente naturales, a

partir de una prosa de oraciones y fraseos cortas, medulares, que contornean rasgos y elementos a la arquitectura de unos relatos en los que no parece faltar ni sobrar nada. Pero eso es un dato que surge después, en la escritura de este comentario: en la lectura es un fluir y fluir, unas ganas de ver dónde desemboca lo que cuenta, el destino de los personajes que involucra.

Quizá lo más extraordinario sea esa extrañísima sensación que surge de oír la voz propia, tan distinta, de cada personaje, y de detectar que, a la vez, pertenecen a una única voz, al registro narrativo de la autora. Hay algo que predomina en estos cuentos: una situación de perseverancia que es puesta a prueba, en tensión, en suspenso, por algún suceso y/o personaje que pinta para desbaratar una inercia en sus dos versiones: la de la evolución-movimiento o la de la quietud-estancamiento. Fácil, ¿no? A ese abanico de variantes posibles, Schweblin le suma un repertorio de puntos de vista: unas veces narra en tercera persona y otras en primera, y ahí, quien cuenta puede ser niño/a, hombre o mujer, observador o protagonista de la anomalía, vinculada a una obsesión, a un delirio, a una depresión, a una deformidad. Algo raro que, como una cuña, se mete en lo cotidiano, en la normalidad.

O, en una de esas, lo más extraordinario sea las naturalezas de esas inercias imaginadas y la forma en que se ponen en tensión; “Irman”, un señor muy petiso que trata de seguir atendiendo su bar en medio de la ruta a pesar de que tiene a su mujer muerta, desde hace apenas un ratito, en el piso de la cocina y de que no alcanza los estantes altos; “Conservas”, la expectativa ante un embarazo que avanza y que, gracias al tratamiento del doctor Weisman, varía de rumbo; “Cabezas contra el asfalto”, la superación de la tendencia a romper cráneos de esa forma –por razones justas– de un niño que con el tiempo se convierte en un pintor cotizado y –cosas del destino– afronta otra tentación; “Papá Noel duerme en casa”, el relato de un niño expectante de la Navidad y de la situación de su madre deprimida que, ante la llegada del gordo rojiblanco, se pelea con su padre; “La furia de las pestes”, el panorama de un pueblo perdido, con enigmática gente que apenas si se mueve, con el que se encuentra un funcionario gubernamental. Schweblin pone a marchar una expectativa que, de arranque o muy paulatinamente o de sopetón, convoca la amenaza de lo agobiante, lo violento, lo siniestro, de la muerte. Y eso deviene, casi en exclusiva, de las relaciones entre las personas en sus más variados vínculos: padres e hijos, hermanos, desconocidos, amigos, compañeros, etc. Algo más: Schweblin se ocupa de disponer, casi siempre, algún tramo que pianta para el humor. Y algo menos: los porqué. Las respuestas a esa pregunta subyacen en las entrelíneas, en las penumbras, para que se muevan por ahí, imprecisas, en el que lee.

Y así pasa con la respuesta a esta otra, qué será, de estos cuentos, lo más extraordinario.

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