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Domingo, 24 de mayo de 2009

Dónde manda general

¿Cual fue la lógica de la dictadura militar? ¿Cómo se sostuvo en el poder absoluto ocho años para después desplomarse drásticamente? Un minucioso ensayo sobre las internas y entretelones casi cotidianos de los cuadros militares revela un enfoque novedoso acerca del período más oscuro de la historia argentina.

 Por Jorge Pinedo

Cómo logró la dictadura militar del Proceso sostenerse casi ocho años en el poder absoluto? La respuesta parece sencilla: 30.000 desaparecidos, complicidad civil y política, economía devastada, paz de los sepulcros a punta de fusil, un millón de exiliados. Apurado reduccionismo favorecido por un cuarto de siglo de distancia que desata la paradoja de otorgar perspectiva y al mismo tiempo licuar diferencias. Fenómeno de extrema complejidad, a su vez queda opacado por esa necesidad periodística de formular descripciones binarias (liberales vs. nacionalistas, duros vs. moderados, halcones vs. palomas, corporativistas vs. politicistas) al alcance del gran público. De modo que queda velada la lógica interna, rectora de las orientaciones y designios que, conjugados con las directrices económico-sociales externas, una infatuación tradicional y un fuerte mesianismo teológico, hicieron de las Fuerzas Armadas un mecanismo perverso. Precisamente esta lógica es la que va a buscar la socióloga Paula Canelo al adentrarse en el no menos ríspido que peligroso terreno de las parcialidades (más que nunca) intestinas en el seno de quienes detentaron el poder en los años de plomo.

Inscripto en la titánica modalidad de revisión que son las tesis académicas metamorfoseadas en libros de ensayo, El Proceso en su laberinto – La interna militar de Videla a Bignone, explora las características identitarias de los distintos subgrupos que en el seno de las fuerzas represivas pretendían protagonizar el mismo papel arbitral que el conjunto militar alucinaba desempeñar en la escena política nacional. Teoría fuerte, farragosa aunque plausible a fin de ingresar en “la tensión central entre cohesión y conflicto” en colectivos jerárquicos, a la vez burocráticos y profesionales, como lo son el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. Instituciones que aspiraban a legitimarse hacia afuera y cohesionarse hacia adentro en lo que (muchos hasta hoy) consideran su mayor y único logro específico; lo que llaman “lucha antisubversiva”, es decir, genocidio para el conjunto de la población y los organismos de DD.HH., también “masacre represiva” en tanto categoría analítica que Canelo adopta de Hugo Vezzetti.

Tales enfrentamientos, que difícilmente alcanzaban el rango de contradicciones, se hallaban “potenciados por un particular diseño institucional que conspiró contra la obtención de varios de los objetivos (manifiestos) perseguidos por el régimen” dictatorial. Dicha armazón es abordada por una metodología cualitativa que comprende análisis documental, tanto de fuentes públicas como reservadas, destacándose una veintena de planes y directivas de circulación restringida. Declaraciones, documentos, registros, datos, discursos, sujetos a un análisis de contenidos que sin alcanzar minuciosidad semiológica resultan suficientes a fin de obtener un panorama de las prácticas implementadas por la cúpula castrense. Pues el análisis abarca la cima del poder militar (comandante en jefe, jefe de Estado Mayor Conjunto, comandante de Cuerpo, sus segundos, secretarios generales de la fuerza), así como los altos cargos en la estructura de gobierno (presidente, miembro de la Junta, gobernador, ministro, secretario, etc.) y los uniformados directivos de asociaciones y organismos.

Sin la pretensión megalómana de zambullirse en las rencillas entre los cuadros inferiores (que las hubo y tampoco resultan ignoradas), Canelo apunta su bagaje investigativo a los dos objetivos principales efectivamente obtenidos por la dictadura: “la refundación irreversible de la economía y la sociedad argentina”. Meta que tampoco le impide dejar abierto al debate sobre aspecto particulares, como “la alianza entre militares y civiles liberales” que, se juega, “no sobrevivió a un breve período inicial de mutua fascinación en torno de la legitimidad técnica, para comenzar a derrumbarse a poco de andar, dado el progresivo distanciamiento de ambos bandos”. Con idéntico espíritu de polémica, la autora arriesga, respecto del Mundial ‘78, que “las necesidades políticas del Proceso lo llevaban a apartarse, provisoriamente, de su profundo elitismo y antipopulismo, y de su desconfianza ante el `movimientismo’ y las manifestaciones masivas, aproximándose a los límites mismos de fascismo”. Aseveraciones que, entre tanto interaccionismo ñoño y cobardía moral imperante en la asepsia académica, proponen un disenso que reconforta.

Paula Canelo alcanza a formular finalmente una propuesta destinada a revertir una práctica de varias generaciones de militares corruptos, asesinos, torturadores y ladrones de niños, mediante una política “que les permita construir una nueva identidad dentro del marco democrático, acompañada de una política de derechos humanos que impulse una activa revisión del pasado, la preservación de la memoria y el castigo de los responsables de crímenes de lesa humanidad”.

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