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Domingo, 26 de julio de 2009

Las enseñanzas del topo

Pensar la historia. Pensar el rol de los intelectuales y filósofos. Pensar a los pensadores. Estas tareas que José Sazbón encaró a lo largo de su vida encuentran en el modelo del topo prefigurado por Nietzsche su mejor espejo. Cavar, perforar, avanzar en forma subterránea para encontrar el verdadero sentido del humanismo en el barro de la historia.

 Por Fernando Bogado

En el prólogo a la segunda edición de Aurora, aparecida en 1886, Friedrich Nietzsche escribió: “En este libro se encontrará a un ‘subterráneo’ trabajando, alguien que cava, que perfora, que mina”, alguien a quien califica en definitiva como un topo. El filósofo alemán se refiere así a esa labor filológica de la lectura lenta que encuentra, detrás del pensamiento de Occidente, los cimientos que sustentan el límite entre bien y mal y, por ende, la fuerza práctica misma del saber racional y metafísico de Sócrates y Platón en adelante: la fuerza moral, política y rectora de las ideas filosóficas. En 1981, José Sazbón, filósofo y pensador argentino recientemente fallecido, encontraría otro topo en su notable artículo El fantasma, el oro, el topo: Marx y Shakespeare; en donde la metáfora del animal excavador atravesaba y ligaba la obra de Shakespeare leída por Hegel y luego por Marx, cada uno describiendo un movimiento diferente en las formas de insertarse en las profundidades del ya mencionado animalito. El tercer momento del drama, el definitivo, es un libro de reciente publicación: Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual. Aquí se reunieron una serie de artículos que ahondan, que cavan en el mismo problema común: la urdimbre profunda de la historia, las insospechadas conexiones de cada concepto que el hombre ha traído a la superficie para pensar su existencia.

¿Cómo lee un topo? Ya lo dijo Nietzsche: con paciencia, en las zonas oscuras y poco vistas, en lo negado. Sazbón, afín a este tipo de trabajo crítico, demuestra en textos de diversa temática una preocupación por discutir los “luminosos” conceptos de la Aüfklarung desde prácticas y doctrinas filosóficas de innegable contemporaneidad, como el (pos) estructuralismo o el marxismo inglés, e inclusive la teoría literaria aplicada con afán crítico, implacable, casi.

En trabajos como Conciencia histórica y memoria electiva, echa luz sobre discusiones teóricas que giran en torno de la diferencia entre la historia y la memoria –punto nodal de la experiencia sin más–; oposición que toma diferentes nombres en los restantes textos reunidos pero que sigue marcando el problema que estos dos pensadores excavadores no dejaban de recalcar: la vigencia o caducidad de un pensamiento, de una forma de vida, y su utilidad para lo contemporáneo. ¿Cómo si no entender la constante mención de la Revolución Francesa, objeto del debate historia/memoria, fantasma shakespeareano que no deja en paz a tantos y tantos filósofos?

Armar una “historia intelectual”, entonces, será volver sobre diferentes conceptos que el hombre occidental había pensado como universales, pero que ahora se revelan tan particulares y terrestres como los mitos de los “nativos”.

Razón y método: del estructuralismo al posestructuralismo, por caso, es uno de los textos en donde se repasan recientes mitologías: Sazbón revisa el pasaje de las proposiciones de Sartre a las de Althusser y Lévi-Strauss, para terminar en Foucault y Derrida. Esto es: de la centralidad del sujeto (Sartre y su Crítica de la razón dialéctica: el cogito colectivo y la primacía de la historia), a la centralidad de la estructura, y por último, al descentramiento radical de cualquier concepto (arqueología-genealogía en Foucault; deconstrucción en Derrida). Ese mismo tipo de lectura –que parte de una inquietud presente para reconstruir el particular devenir de cada idea– se vuelve a repetir a la hora de arribar al legado teórico de la escuela de Frankfurt o a la revisión del debate intelectual que tuvo como protagonistas a Perry Anderson (amigo intelectual del autor) y a Gerard S. Thompson, ambos excelsos miembros del marxismo inglés. Sería engorroso mencionar la multitud de sustantivos propios que abundan en cada texto: los nombres y las ideas se suceden en un diálogo abierto, donde el autor deja escapar muy sutilmente sus preferencias, para luego patentarlas en trabajos cuyo objeto –a primera vista– es más específico: basta revisar los textos que abren y cierran el libro, dedicados a la recepción temprana del pensamiento nietzscheano en Francia y a la conflictiva relación de Pedro De Angelis con los escritores del Salón Literario del ‘37, respectivamente. José Sazbón, fallecido el 16 de septiembre del año pasado, ha dejado una impronta innegable en el pensamiento argentino de nuestros días: apasionado inicialmente por Sartre y la literatura del compromiso, pasó luego a ocuparse de traducir y presentar trabajos de diferentes pensadores y filósofos estructuralistas (Lacan, Foucault). De una tarea crítica abundante, aun desde el exilio en Venezuela o en sus últimos años ya instalado en Buenos Aires, Sazbón logra en estos trabajos niveles de erudición que se patentan en la profusión de datos, sumado siempre a un estilo deudor de cierta prosa literaria (los últimos trabajos del libro, menos atados al rigor académico, tienen frases que recuerdan rápidamente a Borges). Tal como señala Horacio Tarcus en el prólogo y en la nota aparecida en Radar el 8 de diciembre del pasado año, José Sazbón ha sabido ser un humanista: crítico del concepto de historia y del sujeto como fuerte herencia de esta noción, el humano es ese ser vital, deviniente, inclasificable, que flota siempre por sobre cualquier determinación, pero que sin embargo exige siempre ser pensado y re-pensado desde su inherente movilidad.

Lectura porosa del topo: su tarea abre vasos comunicantes subterráneos entre una palabra y otra, entre un texto y otro, y permite desplegar una verdadera historia intelectual que revisa los grandes conceptos (¿metáforas?) del siglo XIX y XX, o mejor, de toda la historia del pensamiento occidental que estos dos siglos se atrevieron a sintetizar, convirtiéndose en los límites o realizaciones de su promesa: o sea, desde la República racional anunciada por los hechos de 1789 hasta la montaña de muertos dejados como saldo de las dos guerras mundiales. Ya lo dijimos: el gran tema del libro de Sazbón, pese a su carácter recopilatorio (o quizás por eso), es el de la historia, el de los conflictos intelectuales que su pensamiento despierta en el hombre. Como Nietzsche, como Marx, Sazbón revisa, sospecha, excava. Aprendamos la enseñanza del topo, en definitiva: la mejor forma de derribar los avejentados edificios del pensamiento occidental nunca será desde la luminosa altura de la prudente contra-argumentación, sino a través de la revisión de esas partes barrosas del frágil mundo subterráneo de la existencia.

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