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Domingo, 16 de agosto de 2009

Es ficción, aunque usted no lo crea

Basado en archivos secretos de la Policía Nacional de Guatemala, Rodrigo Rey Rosa se planteó el difícil desafío de una ficción que no deja de parecer todo el tiempo copia fiel de la peor realidad. El resultado es una compleja y austera novela que plantea diferentes niveles de lectura.

 Por Ezequiel Acuña

El material humano
Rodrigo Rey Rosa

Anagrama
192 páginas

En 2005 se reencontraron en Guatemala, en un hospital abandonado, los archivos de la Policía Nacional, una de las instituciones más siniestras de Latinoamérica disuelta con los acuerdos de paz firmados en 1996 en ese país. Rodrigo Rey Rosa pidió entonces permiso para revisarlos mientras la Procuraduría de los Derechos Humanos se encargaba de ordenar y digitalizar el material encontrado. La nueva novela del escritor guatemalteco está organizada como los cuadernos de notas que llevó durante sus visitas al archivo y las derivaciones de su investigación, pero pretende ser algo más que un simple diario de viaje. “Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de ficción.” Con esa frase abre El material humano; una sentencia solitaria en la primera página después de la dedicatoria, y decisiva como cada oración que Rodrigo Rey Rosa escribe con su acostumbrado estilo ajustado y tendiente a lo mínimo. Porque si bien tiene mucho de verídico y casi nada de falso –apenas uno o dos nombres propios– El material humano es una novela que se declara impotente frente al peso de lo real: las historias de las personas que figuran en las fichas de archivo del Gabinete de Identificación de la Policía Nacional.

Según se cuenta en el libro, la idea original era buscar los casos de intelectuales o artistas que el archivo registrara como desaparecidos o colaboradores, aunque sólo fuera una excusa para hurgar en el caótico laberinto de papeles. Lejos, muy lejos de querer establecerse como una novela histórica, la investigación que hace de hilo conductor se va desviando de su intención original y mezclándose de manera irreversible con las citas literarias, la paranoia por estar revolviendo información peligrosa y las notas sobre la vida privada.

Hay algo de ese archivo desenterrado que motiva constantemente la escritura de El material humano: la idea de que en la información que puede encontrarse ahí hay una, mil novelas, pero la violencia seca en lenguaje policial parece hacer imposible la ficción. La violencia caótica, indiscriminada, no tiene sino una sola historia que es siempre la misma: la de sus muertos de los que sólo queda una ficha de identidad.

Si bien visto a grandes rasgos y en líneas generales, El material humano tiende a ser ubicada como una novela más sobre la larga historia de violencia que caracteriza a Latinoamérica, lo cierto es que se acerca con mayor justeza a lo que Deleuze definió, hablando de la obra de Kafka, como una literatura menor. Porque desde ese lugar tan personal como puede ser la simulación de un diario de notas, la novela de Rey Rosa se caracteriza por la sensación de desconcierto, las pequeñas vías que escapan a la aplastante realidad centroamericana, la frialdad, la distancia entre lo que fue y lo que es posible sentir. El estilo telegráfico, las citas desparejas y desordenadas, la anotación antes que la narración parecen encontrar su lugar en un estilo definido con bastante ironía dentro del mismo libro como “realismo sádico”.

Más de una vez Rey Rosa se refiere a la investigación como la entrada al laberinto de un minotauro, ese antiguo sistema que esconde en el interior una bestia tan mítica como humana y siniestra. Hay, evidentemente, un cambio en la voz narrativa de Rey Rosa respecto de otros de sus libros; una voz más personal y privada como la que ya ensayaba en Caballeriza. Sin embargo, su característico estilo seco y preciso que evita la narración desenfadada, ese minimalismo desconcertante que acerca su narrativa a la prosa norteamericana, es una parte fundamental de El material humano para acentuar el efecto sórdido y la sensación desoladora.

Tal como en los mejores cuentos de Ningún lugar sagrado, aquí ejercita el efecto de impacto que Roberto Bolaño elogió en la narrativa del escritor guatemalteco y definió como el golpe de un látigo que nunca vemos. Leer El material humano es sentirse perdido en ese laberinto de minotauro que obliga a preguntarse junto con el narrador qué tipo de ficción –qué forma de vitalidad creadora– puede surgir de las fichas del caótico archivo policial. En verdad, caben muchos comentarios –y elogios merecidos– sobre un libro como éste desde aquellos que lo reducen a una denuncia social y una revelación artística más de la violencia latinoamericana, hasta las miradas que lo condenan a ser un simple cuaderno de notas privado. Lo cierto es que incentiva con inteligencia ese conflicto y se declara desde el comienzo tan incompetente para hablar sobre la violenta realidad como puede serlo un libro de ficción.

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